Mi última aventura vikinga ha llegado por medio de un cómic neerlandés que me traje de mi escapada más reciente a Francia y que, por tanto, he leído en su edición gala. Se trata de Midgard, serie de la que se han publicado hasta la fecha dos tomos, aunque en realidad podrían considerarse tres; luego os explico el motivo. Su autor, Steven Dupré (Amberes, 1967), alternando sus ocupaciones entre la animación y la BD, tiene ya alguna experiencia en esto de dibujar historias de normandos con un cierto ingrediente fantástico. Aunque su obra más conocida a día de hoy es Kaamelott (también inédita en nuestro país), basada —como se puede intuir— en el ciclo artúrico, comenzó a publicar de forma profesional gracias a las aventuras de Wolf, un joven personaje vikingo. Está claro que tanto la temática escandinava como la fantasía le interesan y mucho, pues con este nuevo trabajo suyo retoma ambos contenidos.
Pero Midgard es un tebeo un tanto atípico, donde el elemento ciencia-ficción irrumpe de lleno en una trama entre histórica y legendaria, como el autor nos adelanta en el prólogo del primer volumen. En ese mismo preámbulo se aclara al lector profano en esto de los mitos nórdicos de dónde procede el título de esta obra, que en un sentido literal significa el mundo del medio, o la tierra media; un concepto que sin embargo no será ajeno a cualquier seguidor de Tolkien, ¿verdad? Por su parte, continúa explicando Dupré, fue gracias a otra famosa serie que no necesita presentación, que descubrió las posibilidades de mezclar una saga relacionada con el mundo de los vikingos con el de seres venidos de otro planeta. Naturalmente se está refiriendo, sin querer nombrarlo expresamente, a Thorgal; por lo que ahora entenderéis otra de las razones que me llevó a adquirir este cómic para echarle un vistazo en profundidad.
La originalidad de Midgard, un punto a destacar forzosamente desde el principio, proviene también de su presentación y de su formato, dado que la primera entrega está compuesta por dos intrigas que discurren en paralelo y se ofrecen en un único tomo 'reversible' de 224 páginas (112 por episodio). Cuando terminas de leer uno... ¡alehop!, lo giras 180º y comienzas con el otro. Queda a elección del lector por cuál de ellos empezar; aspecto que realmente no implica ninguna diferencia, con la salvedad de que contemplan registros totalmente distintos —el histórico de un lado, el ci-fi por el otro— y tienen como único eje común que se unen argumentalmente justo en mitad del tomo, emplazando así a una continuidad conjunta a partir del siguiente volumen. Esta manera de disponer los dos relatos, unido a la rareza de colorear sólo las primeras páginas en cada uno de ellos, pasando posteriormente al blanco y negro, así como la mayor duración de los mismos, rompe indudablemente con los cánones establecidos del formato cómic europeo y me hacen pensar en una intención transgresora en ese sentido y la finalidad de llamar la atención a golpe de vista. Si las motivaciones que les han conducido a ello son otras, ni el autor ni la editorial (Casterman) las han concretado.
Vamos a resumir un poco en qué consisten las historietas referidas, que por llevar al extremo la contraposición entre una y otra lo hacen incluso hasta en sus respectivos títulos: La invasión y La evasión.
En la primera nos encontramos entre un grupo de vikingos que, tras el saqueo de una aldea costera, abandona en tierra accidentalmente a uno de los suyos, el avezado Snorri. Decepcionado por el exiguo botín obtenido, Knut, el jefe de la expedición, decide entonces poner rumbo a Irlanda con tal de no regresar a casa con las manos casi vacías. El ataque a un pequeño monasterio irlandés se revela jugoso: unas cuantas reliquias, varias cabezas de ganado, algunos monjes que emplear como esclavos y... una extraña criatura de color azulado, que embarcan igualmente en la bodega de sus drakkars. Mientras, un famélico y pícaro muchacho llegado al pueblo en pleno pillaje se topa con Snorri, que busca el modo de regresar junto a sus compañeros, y ve en el guerrero una oportunidad de mejorar su miserable suerte.
La evasión nos ubica a años-luz de allí, a bordo de una enorme nave espacial alienígena, donde el teniente Argh, encargado del programa de reeducación de delincuentes, conduce a un grupo de reclusos hasta un área vigilada. Oon, uno de los convictos por estafa, no se muestra muy dispuesto a pasar sus días cumpliendo condena y pronto idea un plan para escaparse y volver a vivir del cuento. Pero las cosas no se desarrollan como había previsto, haciendo que todo se precipite en una carrera por la astronave y su posterior huída gracias a una mini-lanzadera. Hostigado de cerca por el oficial, tanto perseguidor como fugitivo acaban por estrellarse en un planeta del que ambos lo desconocen todo: la Tierra, inmersa en plena época medieval.
Las dos historietas convergen, ya lo decía antes, en el centro del libro (recalcando esa idea del universo de en medio sobre el que establecer un nexo), donde se propicia el previsible encuentro de los vikingos con Oon, o de Oon con los vikingos, en función de qué parte decidas leer antes, claro. El autor belga, que ejerce por vez primera la faceta de dibujante y guionista al mismo tiempo, maneja correctamente un relato de acción y aventuras, con un manifiesto toque de humor, mediante el punto de vista de hasta tres parejas con parecida carga y distribución del protagonismo: los líderes vikingos Knut y Thorvald con toda su camarilla, los extraterrestres Argh y Oon, y el guerrero apartado del grupo, Snorri, que viaja con el pilluelo huérfano Joric. Si la lectura se hubiera quedado en el primer tomo, me sentiría un poco desconcertado con la historia. Por suerte, en el momento de elaborar esta reseña, ya he podido continuarla y satisfacer en parte la curiosidad por ver los derroteros que sigue la trama desde la reciente salida de su segundo número, que lleva por título Hacia el Norte.
No puede concederse un sentido amplio de credibilidad al argumento ni pretender ver en él una aventura con hincapié en lo histórico, obviamente por incluir una parte importante de ficción pura y dura. Y sin embargo, en lo que toca a la descripción del episodio vikingo, guarda algunas sorpresas agradables y detalles gráficos o narrativos inspirados en esta cultura que todo simpatizante de la misma encontrará muy gratos. Al guión le falta un poco más de enjundia, la verdad, quizás por cierta falta de cohesión entre dos géneros nada fáciles de acoplar, pero la historia en sí es entretenida y abre el apetito de seguir leyendo y de pasar más páginas.
He mencionado que Midgard posee un componente más o menos marcado de humor. De un lado, éste es bastante accesible y orientado a un público más juvenil, que encontrará en situaciones y no pocos chistes fáciles un recurso que ameniza y quita gravedad al relato. Del otro, aparece un humor ácido y a veces un poco bestia, más dirigido al lector adulto, el cual viene de retratar escenas un tanto macabras y de una acusada crueldad, que si bien se suaviza por una línea de dibujo 'amable', choca con el tono general de la obra.
Gráficamente encuentro en Steven Dupré a un dibujante muy suelto y que domina especialmente bien los parámetros que tienen que ver con la fisonomía de los personajes y su expresividad. En Midgard despliega un trazo agradable, vivaz y enérgico; a pesar de que la combinación de estilos sugiere un resultado un poco extraño. En realidad esto no hace sino demostrar su pericia y, aunque prefiero su estilo pseudorealista por lo que respecta a la parte terrestre de la historia en contraste con el perfilado manga de la parte espacial (las reminiscencias del pequeño extraterrestre Oon con una especie de Astroboy son notables), lo que ha realizado en este tebeo le asigna la versatilidad como una de las innovaciones de su trabajo. También los diversos fondos y escenarios, sean desde la perspectiva medieval como de la galáctica, quedan muy decentemente estampados.
Haciendo una valoración global, hay en cambio algunos aspectos un tanto desarreglados. En cuanto a la técnica artística, está el excéntrico asunto del color (más bien de su ausencia), que yo hubiera preferido que se mantuviese en lugar de la invariable escala de grises; así como algunos defectos menores, como la confusa rotulación durante la parte futurista. Y en lo concerniente al guión, uno de los temas para mi gusto más verde es el vocabulario empleado por los personajes: expresiones como "¿lo has pillado?" o "no te rompas la cabeza" en boca de vikingos rechinan lo suyo (por no hablar sobre determinados improperios que el prófugo Oon repite hasta lo indecible), y eso que al leer en otro idioma te da cierto margen para contextualizar las cosas a tu manera. No obstante, esta cuestión —que personalmente juzgo un fallo—, unido a un abuso de la familiaridad en los diálogos, es tanto más disculpable por cuanto hemos de tener presente el carácter humorístico de la serie, a diferencia de lo que ocurre, por ejemplo, en la también nórdica Northlanders, de Brian Wood, que peca del mismo vicio siendo una saga con un pretendido tono más serio y fiel a la realidad.
A partir del segundo volumen, se pierde la chispa de originalidad en lo relativo a la configuración del formato y la singularidad de lectura simétrica que poseía el primero, ya que se opta por el encuadre tradicional y la duración de la historia también se reduce significativamente. Lógico, por otra parte, teniendo en cuenta que el argumento discurre en lo sucesivo con todos los personajes ya reunidos en un mismo entorno. En otro orden de cosas, entiendo que la velada alusión del autor a Thorgal no busca otro objetivo que crear un leve acercamiento al dualismo fantasía-space opera, porque en verdad cualquier parecido con la obra de Rosinski y Van Hamme es puramente casual (si acaso advertir que uno de los cabecillas vikingos se llama Thorvald, queriendo ver en esto una especie de guiño).
Como casi siempre que se habla de una serie extranjera, no estaría de más si alguna editorial de por aquí se animase a traernos esta divertida epopeya, apta para todas las edades, aunque comprendo que entre la oferta disponible a importar se la pueda ver como un título prescindible. Por el momento sólo se encuentra a la venta, además de la versión original holandesa, en su edición en francés.
Pero Midgard es un tebeo un tanto atípico, donde el elemento ciencia-ficción irrumpe de lleno en una trama entre histórica y legendaria, como el autor nos adelanta en el prólogo del primer volumen. En ese mismo preámbulo se aclara al lector profano en esto de los mitos nórdicos de dónde procede el título de esta obra, que en un sentido literal significa el mundo del medio, o la tierra media; un concepto que sin embargo no será ajeno a cualquier seguidor de Tolkien, ¿verdad? Por su parte, continúa explicando Dupré, fue gracias a otra famosa serie que no necesita presentación, que descubrió las posibilidades de mezclar una saga relacionada con el mundo de los vikingos con el de seres venidos de otro planeta. Naturalmente se está refiriendo, sin querer nombrarlo expresamente, a Thorgal; por lo que ahora entenderéis otra de las razones que me llevó a adquirir este cómic para echarle un vistazo en profundidad.
La originalidad de Midgard, un punto a destacar forzosamente desde el principio, proviene también de su presentación y de su formato, dado que la primera entrega está compuesta por dos intrigas que discurren en paralelo y se ofrecen en un único tomo 'reversible' de 224 páginas (112 por episodio). Cuando terminas de leer uno... ¡alehop!, lo giras 180º y comienzas con el otro. Queda a elección del lector por cuál de ellos empezar; aspecto que realmente no implica ninguna diferencia, con la salvedad de que contemplan registros totalmente distintos —el histórico de un lado, el ci-fi por el otro— y tienen como único eje común que se unen argumentalmente justo en mitad del tomo, emplazando así a una continuidad conjunta a partir del siguiente volumen. Esta manera de disponer los dos relatos, unido a la rareza de colorear sólo las primeras páginas en cada uno de ellos, pasando posteriormente al blanco y negro, así como la mayor duración de los mismos, rompe indudablemente con los cánones establecidos del formato cómic europeo y me hacen pensar en una intención transgresora en ese sentido y la finalidad de llamar la atención a golpe de vista. Si las motivaciones que les han conducido a ello son otras, ni el autor ni la editorial (Casterman) las han concretado.
Vamos a resumir un poco en qué consisten las historietas referidas, que por llevar al extremo la contraposición entre una y otra lo hacen incluso hasta en sus respectivos títulos: La invasión y La evasión.
En la primera nos encontramos entre un grupo de vikingos que, tras el saqueo de una aldea costera, abandona en tierra accidentalmente a uno de los suyos, el avezado Snorri. Decepcionado por el exiguo botín obtenido, Knut, el jefe de la expedición, decide entonces poner rumbo a Irlanda con tal de no regresar a casa con las manos casi vacías. El ataque a un pequeño monasterio irlandés se revela jugoso: unas cuantas reliquias, varias cabezas de ganado, algunos monjes que emplear como esclavos y... una extraña criatura de color azulado, que embarcan igualmente en la bodega de sus drakkars. Mientras, un famélico y pícaro muchacho llegado al pueblo en pleno pillaje se topa con Snorri, que busca el modo de regresar junto a sus compañeros, y ve en el guerrero una oportunidad de mejorar su miserable suerte.
La evasión nos ubica a años-luz de allí, a bordo de una enorme nave espacial alienígena, donde el teniente Argh, encargado del programa de reeducación de delincuentes, conduce a un grupo de reclusos hasta un área vigilada. Oon, uno de los convictos por estafa, no se muestra muy dispuesto a pasar sus días cumpliendo condena y pronto idea un plan para escaparse y volver a vivir del cuento. Pero las cosas no se desarrollan como había previsto, haciendo que todo se precipite en una carrera por la astronave y su posterior huída gracias a una mini-lanzadera. Hostigado de cerca por el oficial, tanto perseguidor como fugitivo acaban por estrellarse en un planeta del que ambos lo desconocen todo: la Tierra, inmersa en plena época medieval.
Las dos historietas convergen, ya lo decía antes, en el centro del libro (recalcando esa idea del universo de en medio sobre el que establecer un nexo), donde se propicia el previsible encuentro de los vikingos con Oon, o de Oon con los vikingos, en función de qué parte decidas leer antes, claro. El autor belga, que ejerce por vez primera la faceta de dibujante y guionista al mismo tiempo, maneja correctamente un relato de acción y aventuras, con un manifiesto toque de humor, mediante el punto de vista de hasta tres parejas con parecida carga y distribución del protagonismo: los líderes vikingos Knut y Thorvald con toda su camarilla, los extraterrestres Argh y Oon, y el guerrero apartado del grupo, Snorri, que viaja con el pilluelo huérfano Joric. Si la lectura se hubiera quedado en el primer tomo, me sentiría un poco desconcertado con la historia. Por suerte, en el momento de elaborar esta reseña, ya he podido continuarla y satisfacer en parte la curiosidad por ver los derroteros que sigue la trama desde la reciente salida de su segundo número, que lleva por título Hacia el Norte.
No puede concederse un sentido amplio de credibilidad al argumento ni pretender ver en él una aventura con hincapié en lo histórico, obviamente por incluir una parte importante de ficción pura y dura. Y sin embargo, en lo que toca a la descripción del episodio vikingo, guarda algunas sorpresas agradables y detalles gráficos o narrativos inspirados en esta cultura que todo simpatizante de la misma encontrará muy gratos. Al guión le falta un poco más de enjundia, la verdad, quizás por cierta falta de cohesión entre dos géneros nada fáciles de acoplar, pero la historia en sí es entretenida y abre el apetito de seguir leyendo y de pasar más páginas.
He mencionado que Midgard posee un componente más o menos marcado de humor. De un lado, éste es bastante accesible y orientado a un público más juvenil, que encontrará en situaciones y no pocos chistes fáciles un recurso que ameniza y quita gravedad al relato. Del otro, aparece un humor ácido y a veces un poco bestia, más dirigido al lector adulto, el cual viene de retratar escenas un tanto macabras y de una acusada crueldad, que si bien se suaviza por una línea de dibujo 'amable', choca con el tono general de la obra.
Gráficamente encuentro en Steven Dupré a un dibujante muy suelto y que domina especialmente bien los parámetros que tienen que ver con la fisonomía de los personajes y su expresividad. En Midgard despliega un trazo agradable, vivaz y enérgico; a pesar de que la combinación de estilos sugiere un resultado un poco extraño. En realidad esto no hace sino demostrar su pericia y, aunque prefiero su estilo pseudorealista por lo que respecta a la parte terrestre de la historia en contraste con el perfilado manga de la parte espacial (las reminiscencias del pequeño extraterrestre Oon con una especie de Astroboy son notables), lo que ha realizado en este tebeo le asigna la versatilidad como una de las innovaciones de su trabajo. También los diversos fondos y escenarios, sean desde la perspectiva medieval como de la galáctica, quedan muy decentemente estampados.
Haciendo una valoración global, hay en cambio algunos aspectos un tanto desarreglados. En cuanto a la técnica artística, está el excéntrico asunto del color (más bien de su ausencia), que yo hubiera preferido que se mantuviese en lugar de la invariable escala de grises; así como algunos defectos menores, como la confusa rotulación durante la parte futurista. Y en lo concerniente al guión, uno de los temas para mi gusto más verde es el vocabulario empleado por los personajes: expresiones como "¿lo has pillado?" o "no te rompas la cabeza" en boca de vikingos rechinan lo suyo (por no hablar sobre determinados improperios que el prófugo Oon repite hasta lo indecible), y eso que al leer en otro idioma te da cierto margen para contextualizar las cosas a tu manera. No obstante, esta cuestión —que personalmente juzgo un fallo—, unido a un abuso de la familiaridad en los diálogos, es tanto más disculpable por cuanto hemos de tener presente el carácter humorístico de la serie, a diferencia de lo que ocurre, por ejemplo, en la también nórdica Northlanders, de Brian Wood, que peca del mismo vicio siendo una saga con un pretendido tono más serio y fiel a la realidad.
A partir del segundo volumen, se pierde la chispa de originalidad en lo relativo a la configuración del formato y la singularidad de lectura simétrica que poseía el primero, ya que se opta por el encuadre tradicional y la duración de la historia también se reduce significativamente. Lógico, por otra parte, teniendo en cuenta que el argumento discurre en lo sucesivo con todos los personajes ya reunidos en un mismo entorno. En otro orden de cosas, entiendo que la velada alusión del autor a Thorgal no busca otro objetivo que crear un leve acercamiento al dualismo fantasía-space opera, porque en verdad cualquier parecido con la obra de Rosinski y Van Hamme es puramente casual (si acaso advertir que uno de los cabecillas vikingos se llama Thorvald, queriendo ver en esto una especie de guiño).
Como casi siempre que se habla de una serie extranjera, no estaría de más si alguna editorial de por aquí se animase a traernos esta divertida epopeya, apta para todas las edades, aunque comprendo que entre la oferta disponible a importar se la pueda ver como un título prescindible. Por el momento sólo se encuentra a la venta, además de la versión original holandesa, en su edición en francés.
2 comentarios:
Bueno, a simple vista el dibujo parece interesante. ES una pena que este tipo de material sea tan desconocido para nosotros. Claro, que lo mismo les pasará a ellos con respecto a nosotros...
Hola Pedro,
Pues sí, desgraciadamente para ellos también se pierden gran parte de nuestra producción propia, que en muchos casos no tiene nada que envidiarles.
Bonito dibujo en cualquier caso el de Steven Dupré; a ver si nos llega algo suyo un día de estos (parece más fácil que sea Kaamelott, basado según he podido enterarme en una serie de TV de fantasía medieval).
Saludos.
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