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domingo, 9 de noviembre de 2008

Arrowsmith: tan guapos de uniforme

Hace ya meses, Norma ponía en marcha una nueva iniciativa en el terreno del comic de género fantástico dentro de la denominada colección Alquimia, pero a diferencia de la gran mayoría de títulos que publica en su línea editorial dentro de esta vertiente, en esta ocasión son exclusivamente de procedencia norteamericana. Es muy posible que si no se hubieran decidido a incluir el comic que hoy voy a comentar en dicha colección, éste se me hubiera pasado totalmente desapercibido. Y es que, aunque no sea equivocado definirlo dentro del ámbito fantástico, Arrowsmith podría estar perfectamente clasificado dentro de otros géneros, pues maneja hábilmente tendencias como la del tebeo bélico, pseudo-histórico o de acción.


Carlos Pacheco (Los vengadores, X-Men, Superman) con su impecable dibujo y Kurt Busiek (Astrocity, JLA/Vengadores, RedHand) en un guión bien desenvuelto, firman esta miniserie de gran calidad compuesta por 6 números después de haber trabajado ya codo con codo en proyectos de otra índole. Como algunos sabréis, no soy para nada un entendido de Marvel y DC, así que aparte de haber oído de los trabajos más representativos de cada uno, no he seguido nunca la trayectoria de estos autores. Sin embargo, tengo que afirmar que con Arrowsmith han conseguido situarse en mi punto de mira y, aunque uno pase de superhéroes, siempre que traigan cosas así voy a estar encantado de leerles.

Mezcla -muy bien conseguida- de realidad histórica y fantasía, Arrowsmith nos traslada a un mundo paralelo a comienzos del s. XX, donde hechos y lugares son comunes al nuestro con la salvedad de la faceta sobrenatural y algunos cambios de nombres. A pesar de que el componente fantástico es sólamente un aderezo para una narración que se impone cotas más elevadas que las del entretenimiento, se haya tejido con bastante fortuna en el guión e integrado con gran acierto gráfico, de modo que en ningún momento genera incoherencias ni desentona al ponerlo al lado de los otros aspectos de ambientación general de la serie.

La historia: corre el año 1.914 y en una Europa gemela a la que conocemos se desarrolla un conflicto bélico a gran escala de proporciones muy similares a nuestra Primera Guerra Mundial. Galia y Albión (Francia e Inglaterra) se oponen obstinadamente al avance opresor de Prusia (Alemania) y sus afines de Tirolia-Hungría. Al otro lado del Atlántico, en un pueblecito de Connecticut, de los Estados Unidos de Columbia, la mayoría de la gente vive despreocupada de la guerra que convulsiona al viejo mundo. Pero el joven Fletcher Arrowsmith y su amigo John Kerry, seducidos por la propaganda de guerra, no piensan igual que sus conciudadanos, y el día que una patrulla del C.A.T. (Cuerpo Aéreo Transatlántico) practica una exhibición en la comarca con la finalidad de recaudar fondos para los aliados de la contienda, los dos chicos quedan cautivados ante la oportunidad que se presenta ante ellos. Una ocasión perfecta para salir del pueblo, vivir aventuras, conocer mundo y a si mismos, aprender y asumir una misión que imaginan fascinante, además de ayudar a resolver la trágica situación en Europa, ante la que Fletcher se siente especialmente sensibilizado, pese a la indiferencia de su familia en este sentido. De modo que una buena noche deciden ponerse en camino y alistarse en el ejército, en un duro entrenamiento que les llevará hasta las trincheras y a descubrir la grave realidad de la guerra, aunque tampoco faltarán -cómo no- el amor y la camaradería.


La idea de partida y el fundamento del guión pueden estar ya muy vistos. No es el primer comic que nos muestra la dureza que conlleva cualquier enfrentamiento armado en el que se pierden vidas y esperanzas, y el mensaje es tan claro que lleva a las reflexiones de siempre sobre estos temas. Sin embargo, el particular enfoque del dúo creador consigue hacer que funcione todo de una manera muy atrayente, en la que cada nota que define a este tipo de historias está presente, completando un cuadro sobre la lucha militar que, como vemos, conduce a la misma ruina de la humanidad ya sea en este mundo o en otros. Digamos que la gracia está en la incorporación de la fantasía que, cual tecnología propia de la época, aparece en todas las aplicaciones que se le pueden dar en esa situación: desde los útiles más sencillos (como los sprites luminosos que sirven de linternas) hasta las últimas innovaciones con finalidad destructora (por ejemplo, las que vemos practicar con homúnculos como conejillos de indias en la Escuela de Magia Experimental de París). En ambas facciones, los magos y estudiosos de conjuros equivalen a los ingenieros que se encontrarían bien a pie de trinchera o en los despachos tras las líneas combatientes. Donde podría haber buques de guerra y aeroplanos, aqui hay naves flotantes, wyverns de reconocimiento y los pequeños dragonets, criaturas que dotan a sus portadores, los miembros del C.A.T., de la capacidad de vuelo por medio de una extraña simbiosis mágica a base de hechizos. Las tropas se manejan con ballestas de dardos ígneos y pranagranadas, entre otras armas más normales (u otras de efectos catastróficos, como las bombas de elementales de fuego). Los zombis, vampiros, hombres-lobo y trolls son parte integrante y común en cualquier compañía del ejército. Cada capítulo nos regala una buena variedad de criaturas faéricas e invenciones místicas asociadas a la maquinaria del enfrentamiento bélico.


Y, con todo eso, lo singular de esta historia es que básicamente el apartado fantástico ejerce en realidad un segundo plano, aunque sin él hubiera perdido la originalidad. Porque, por supuesto, la finalidad principal del relato es reflejar el desencanto de un mundo en decadencia, las aspiraciones truncadas de Fletcher como las de cualquier joven recluta, así como su proceso de maduración acelerado, su rápida constancia del horror de la guerra cuando la pérdida de los compañeros, la sensación de no ser más que un títere de los poderosos que mueven los hilos, o los episodios en que el uso de artefactos con un potencial terrible (verdaderas armas de destrucción masiva) le hacen refugiarse en si mismo y llegar a la conclusión de que cualquiera que combate a los monstruos, debería tener cuidado de no convertirse en uno de ellos... Para manifestar estas sensaciones, Busiek se sirve de los elaborados diálogos que Fletcher Arrowsmith mantiene con unos bien desarrollados secundarios (Grace, el capitán Foxe y el troll de piedra Rocky) y de la correspondencia que envía desde la academia de formación primero, y desde el frente posteriormente. Cartas llenas de una euforia que progresivamente se van cargando de decepción y temor, hasta llegar al nivel de la desesperación interna.

Por la parte que le toca a Carlos Pacheco, decir tan sólo que está formidable; con un amplio nivel de detalle y un logradísimo desarrollo de la ambientación, que se da no únicamente en los campos de batalla sino también en los otros escenarios que nos enseña, tal como el París alternativo y sus emblemáticos edificios (a destacar el hospital de Cachy) o la bahía de Nueva York (con su centro de asilo político, en el que la discriminación racial es tan patente como en la vida misma). E igualmente en la caracterización de los personajes, expresivos, definidos, así como el de las criaturas fantásticas, pero verosímiles, que pululan las calles o que engrosan los cuerpos de ataque de las tropas. En todo ello se aprecia un cuidado y mimo especial que, dicho por quienes le siguen, lo destaca del resto de sus muestras creativas y evidencia el confesado afecto y dedicación de Pacheco por la serie, y que se puede hacer extensible a todos los contribuyentes de esta obra; también al color de Sinclair y al estupendo entintado de Jesús Merino. Es curioso, pero le encuentro un cierto perfil europeo a este comic, en contraposición a muchas apresuradas producciones yankis de superhéroes, a las que podría aproximarse dada la órbita creativa a la que se dedican sus autores y de la que se ve libre gracias a alcanzar un nivel gráfico sobresaliente.


Aparte de la ridícula traducción que se le ha dado al subtítulo (so smart in their uniforms) le encuentro como pega un final un poco brusco, que provoca la sensación de haber quedado incompleto, si bien no por eso deja de tener carácter íntegro. Si hay algo que le falta a Arrowsmith es una buena continuación a la altura de esta primera miniserie. El proyecto original iba por ese camino y, de hecho, se habla de que el tandem Pacheco-Busiek se encuentra trabajando en una segunda parte. Sin embargo, que yo sepa, por ahora no hay noticias a la vista. Y es que, teniendo en cuenta lo ajustado que debe andar el tiempo de ambos, dado sus compromisos con Marvel y el nivel de calidad que sería exigible para una continuación, no es de extrañar que la cosa pueda estar un poco parada. Desde luego, la fabulosa reinvención que han hecho del mundo en que se desarrolla el periplo de Fletcher Arrowsmith (y que se plasma en un mapamundi en las páginas finales) permitiría perfectamente ubicar nuevos escenarios para futuros episodios, y el encuadre principal del guión, al seguir una cronología paralela a la real, ya estaría formado.

La edición de Norma, que remoza la anterior de Planeta en 2004, es bastante digna (y el formato de los volúmenes de Alquimia resulta cómodo de manejar). Y además de incluir un prólogo -o capítulo 0- inédito, también trae todas las portadillas interiores de cada número y otro material adicional, como la galería de bocetos. A mi me ha encantado este tebeo y os ánimo a que le echéis una ojeada, ya que aun prescidiendo de su contenido más o menos fantástico se le hace una lectura muy interesante.

domingo, 2 de noviembre de 2008

Crónicas de Prydain, de Lloyd Alexander

"A la mayoría de nosotros se nos llama a desempeñar tareas que rebasan con mucho lo que nos creemos capaces de hacer. Nuestras aptitudes rara vez están a la altura de nuestras aspiraciones y, a menudo, nos encontramos lamentablemente mal preparados para ellas. En ese sentido, todos somos aprendices de porquero en lo más hondo de nuestro corazón."

Lloyd Alexander (1924 - 2007)

A veces algunas obras de literatura fantástica se aprestan enseguida al estigma de verse orientadas hacia un público infantil o juvenil, lo que en muchas ocasiones se convierte en una excusa fácil para apartarlas y no profundizar un poco más allá en sus contenidos. Algo así les ocurre a las Crónicas de Prydain, en las que, a pesar del innegable tratamiento juvenil y bajo una historia en apariencia ligera, superficial y tópica, nos encontramos con unos argumentos que están enraizados en el rico folclore y mitología galesas. De esta forma, la apreciación de la historia adquiere una perspectiva muy interesante, pues sabes que gran parte de la narración tiene su base, como tantas novelas de fantasía, en fuentes legendarias que han marcado a generaciones enteras de escritores.

Con Prydain (término que inicialmente designaba a la tierra de los pictos, y que aún hoy día se aplica, en gaélico, a la isla de Gran Bretaña) esta base se encuentra en el Mabinogion: una compilación en prosa de manuscritos medievales galeses, de procedencia oral todavia anterior, que mezclan en parte leyenda con supuestos acontecimientos de la cronología celta de la Edad de Hierro. Es un tratado bastante desconocido y del que no se han logrado descifrar aún todos sus secretos, pero gracias a la traducción que llevara a cabo en su día Lady Charlotte Guest se ha demostrado que puede ser, como poco, contemporaneo a la creación de las leyendas que contribuyeron a desarrollar el mito artúrico. Por supuesto, para la cultura gaélica (reconocible por esa rareza idiomática plagada de íes griegas y uves dobles) se trata de un conjunto de relatos esenciales que recogen una parte muy importante de su herencia linguística, toponímica e incluso histórica.

Resulta curioso por tanto que, tratándose de un autor americano, Lloyd Chudley Alexander (nacido en Filadelfia -Pensilvania- en el seno de una familia venida a menos, con mayores preocupaciones que la lectura) se sintiera tan atraído por las tradiciones de antiguo y la cultura celta de este pequeño territorio de la pérfida Albión. Alguna inclinación especial debía de sentir por la vieja Europa, podemos pensar (después de todo, su esposa era parisina). Pero los motivos fundamentales de ese interés los podemos encontrar, además de en un prematuro gusto por la arqueología y la escritura, en el periodo que permaneció destinado junto a su compañía en Gales, a la espera de órdenes, tras haberse alistado en la Armada durante la Segunda Guerra Mundial. Sin duda, esa estancia le permitió aprender y entrar en contacto con todo el acervo de sucesos, personajes, lugares y mitos de la región, y que se traduciría, años después, en la publicación de los cinco libros que componen las Crónicas de Prydain.

Con una copiosa bibliografía a sus espaldas en diversos géneros y para públicos también distintos, Alexander abordó la escritura de esta saga, en la que a pesar de que se empeña -como reza en la nota introductoria de cada entrega de la misma- en que el lector no establezca paralelismos estrictos entre su obra y los mitos galeses, las comparaciones -especialmente si se conoce un poco de éstos últimos- son inevitables.

Habiendo leído los dos primeros números de Prydain (El libro de los tres y El caldero negro) veo que la historia no difiere mucho de lo que ya estamos más que acostumbrados a ver en este género: el crecimiento personal de un chico, predestinado a grandes hazañas y -para variar- desconocedor de sus orígenes, en sentimientos como el valor, la amistad, la responsabilidad, el reconocimiento de la pérdida, el sacrificio y, sobre todo, la asunción de las dificultades que plantea la vida. Al menos huye de las pretensiones de erigir al protagonista en héroe absoluto y, si al principio la novela comienza con un aprendiz de porquerizo en evolución a cotas mayores, acaba teniéndolo en la misma consideración. Se trata, en todo caso, de una entretenida colección, muy apropiada para iniciarse en fantasía (puede que por eso no convenza del todo a los lectores más avezados) y que cuenta con una controvertida adaptación cinematográfica por parte de la Disney (Taron y el caldero mágico), de la que por ahora no voy a comentar más, en espera de hacerlo próximamente.


Taran es el cuidador de una cerda oráculo y vive en una alquería junto al erudito hechicero Dallben y el viejo y tranquilo Coll, un héroe de guerra reconvertido en herrero. Mientras lamenta su existencia monótona, sueña con realizar grandes gestas, con la idea fija de que está desperdiciando sus días en labores indignas. Su vida, apacible y sin altibajos, entra en un torbellino de nuevas experiencias cuando la cerda Hen-Wen escapa de su pocilga ante un peligro inesperado: el Rey Astado, discípulo de Arawn de Annuvin, el representante de las fuerzas del mal que amenaza a todos los reinos libres, la busca para extraer de ella cuanta información sea posible y desentrañar así los misterios que le ayuden a tener bajo su control a toda Prydain. Así da comienzo la odisea personal de Taran, que se impone la tarea de recuperar y poner a salvo a Hen-Wen, en el clásico viaje lleno de peligros, con escasos momentos para el respiro pero que le permitirán conocer a toda un conjunto de compañeros de fatigas que se unirán a su misión. El muchacho pronto se dará cuenta de que el peso de la responsabilidad es demasiado grande y a veces hay que tener cuidado con lo que se desea.

El libro de los tres, la primera parte de la saga, es el más flojo de la serie, pues como suele ocurrir con estas novelas de continuidad se basa sobre todo en la presentación del mundo y de los personajes más destacables. Taran, el protagonista, es el arquetipo de chico granjero o similar llamado a causas nobles y de quien vamos a observar un mayor crecimiento en esa faceta épica y como un simple hombre más, con sus miedos y preocupaciones. Esto hace que, en especial al principio, y más para los que tenemos unas cuantas lecturas fantásticas en nuestro haber, se nos presente antipático y previsible, con un proceso de madurez demasiado rápido y no muy convincente. Por supuesto hace acto de presencia el contrapunto amoroso -aunque en los dos primeros libros sólo se intuye- del 'héroe', que representa en este caso Eilonwy, la del cabello rojo dorado. Una muchachita respondona y locuaz, que siempre está haciendo comparaciones jocosas y con su incesante parloteo recrimina constantemente a Taran sus errores, atribuyéndolos a su condición de aprendiz de porquerizo. Tampoco podía faltar la típica criatureja que acompaña al grupo en sus andanzas: Gurgi, a medio camino entre un hombre y un animal, es una combinación extraña de una versión inofensiva de Gollum con el torpe y molesto Jar Jar Binks, de Star Wars. Refiriéndose a si mismo en tercera persona, con sentimiento de constante autocompasión (cuando anda quejándose de los males sobre su tierna y pobre cabeza o pidiendo a todas horas un mascar y morder) y a pesar de ser un estorbo más que otra cosa, no deja resultar entrañable a ratos. Completa el grupo (aunque hay muchos otros personajes que entran y salen periodicamente de él) el excéntrico Fflewddur Fflam, bardo errante a cuya arpa se le rompen tantas cuerdas como la magnitud de sus mentiras, o como él diría 'ajustes ligeros de la realidad, por aquello del efecto dramático'. Constituye el aporte cómico a la aventura, a menudo demasiado envuelta en un ambiente oscuro y pesimista.

De izquierda a derecha y de arriba a abajo:
Taran, Dallben, Gwydion, Gurgi, Eilonwy y Fflewddur Fflam.


Con El caldero negro (El caldero mágico, en la edición de Martínez-Roca; seguramente por aproximación a la cinta de Disney) se ahonda en el aspecto iconográfico del mundo celta que caracteriza a la serie. En esta ocasión, abatida la amenaza que suponía el Rey Astado, el grupo se vuelve a poner en marcha con un objetivo no menos arriesgado que en la aventura anterior. Un concilio de héroes y señores guerreros procedentes de varios puntos del reino, con el príncipe Gwydion a la cabeza, se reune en Caer Dallben para decidir una expedición hacia Annuvin y llevarse de los dominios del temible Arawn el mismísimo crochan: un terrorífico caldero negro en el que el señor del mal introduce los cadáveres de los muertos, convirtiéndolos de esta forma en guerreros inmutables y carentes de todo rasgo de humanidad, para que pasen a engrosar sus huestes y lanzarse así a la conquista de Prydain de una vez por todas. De nuevo Taran, que en un principio sólo iba a desempeñar un papel secundario en esta misión, ve como las circunstancias le ponen en una situación plagada de giros inesperados en la que tendrá que enfrentarse a difíciles elecciones para concluir con éxito su propósito, aunque ello suponga renunciar a lo que siempre ha deseado.

Pasada la presentación de personajes, vemos cómo estos van ganando un cierto carisma página a página, siendo más notable esa progresión en el caso de Taran, tan anodino en la primera parte. La historia se centra, mejorando respecto al título anterior, y profundiza en el que para mi es el principal punto fuerte de esta saga: el aspecto legendario que dimana de la mitología celta en que se ha basado Alexander. En efecto, como ya he mencionado, el Mabinogion parece ser el origen de muchas de las escenas que tienen lugar y aun los personajes mismos tienen su fundamento en él. Por poner algunos ejemplos, el nombre del príncipe Gwydion, hijo de Math, hijo de Mathonwy, está extraído tal cual del manuscrito; así como el de su encarnizado enemigo Arawn, que en la mitología galesa es el rey del inframundo (señor de Annwun -Annuvin-, una equiparación celta del infierno cristiano), o Taliesin, jefe bardo de Prydain (una de las partes del Mabinogion es precisamente el Libro de Taliesin). Igual ocurre con determinados objetos sobrenaturales que aparecen en la narración, como la espada Dyrnwyn (precedente de la Excalibur artúrica) o el mismo caldero negro, todo un referente en este sentido. Pero Lloyd Alexander no se queda únicamente en estos paralelismos e incluye de forma directa en el Prydain fabulado alguna de las leyendas primitivas, que además comprobamos que son una modalidad galesa de otras bien conocidas: Kirluch y las doce pruebas (como las del Heracles griego), Newid -Noé- y el arca de los animales, o Gwyn el cazador, heraldo de la muerte que, con su jauría de perros y su cuerno, anuncia próximas calamidades; otra figura rescatada de este territorio anglosajón. En fin, las citas podrían ser incontables, tal es el grado de comparativas que se puede establecer y que nos llevan a pensar en las Crónicas de Prydain como un retelling -que dirían los ingleses- de sus fuentes originales.

La historia del caldero mágico tiene su base en la mitología celta, y se concibe como fuente de la abundancia, de la sabiduria e incluso del poder de resurrección de los muertos. De ahí que se deduzca el origen del Santo Grial como una versión del caldero dentro del mundo cristiano.

Arriba, el caldero de Gundestrup, se cuenta entre las obras más distinguidas del arte celta (s. II a.C.) Debajo, detalle de una de las placas que componen su estructura y que representa a una figura divina que sumerge los cadáveres de los guerreros en el caldero, probablemente con la finalidad de devolverles a la vida.

Aunque Prydain es un país que sólo existe en la imaginación y su geografía es única (así lo aclara su creador en la introducción), se pueden establecer igualmente algunas relaciones posibles con la realidad. Prydain, como en el Gales medieval, también está dividida en cantrevs y salpicada de multitud de Caer, las fortificaciones propias de la región en aquella época (Cardiff, la capital actual, no es sino una derivación de Caer Dydd). La isla de Mona (que toma su nombre de un asentamiento druida) , feudo de la Casa de Llyr en la costa occidental de Prydain, se identifica con Anglesey; y al igual que ésta se haya separada del resto del reino mediante un estrecho canal. Incluso el nombre de las pútridas ciénagas de Morva se ha tomado de este pequeño país anejo al Reino Unido.

Así pues, a pesar de los esquemas repetitivos y argumentos largamente vistos, la historia no deja de tener un punto de personalidad propia que lo distingue de otras obras fantásticas. El hecho de tratarse de una saga de los años sesenta, libre en parte de una excesiva 'contaminación' de la tendencia de seguimiento a Tolkien, la exime de una crítica que en otras circunstancias podría mostrarse más despiadada. Con todo, hay quien las compara con las Crónicas de Belgarath, de David Eddings. Cuenta con una buena calidad narrativa, alternando pasajes y capítulos de gran genialidad y maestría, con otros que recaen en los tópicos más evidentes. En todo caso, se lee con mucha facilidad; no se trata de los habituales tochos de cientos de páginas, y mantiene el interés de principio a fin. Además, sus cinco volúmenes se pueden leer de forma independiente, claro que lo lógico es hacerlo en su orden de publicación para ver la evolución de Taran y ampliar la óptica sobre Prydain.

La colección cuenta con un punto de humor ácido que dice mucho de la visión que Lloyd Alexander debía de tener de este tipo de literatura. Y, como también suele pasar, contiene sus buenas dosis de moralina y abunda en enseñanzas positivas, enfocadas a la confianza en uno mismo ("Si creces con algo de sentido común, muy probablemente llegarás a tus propias conclusiones al respecto. Probablemente sean erróneas. Sin embargo, dado que serán tuyas, te sentirás un poco más satisfecho de ellas.", "Si has escogido con sabiduría, tu propio corazón te lo hará saber"), a deshacerse de juicios equivocados y basados en las apariencias ("No son las ropas las que hacen al príncipe, ni ciertamente la espada al guerrero", "...nunca se le había ocurrido que un héroe tuviese que dormir en el suelo", "Es más digno un campo arado que un campo ensangrentado"), a la cooperación mutua para lograr un objetivo ("No rehuses prestar ayuda cuando sea necesaria, ni aceptarla cuando se te ofrezca") o a valorar las cosas realmente importantes: "¿No hay suficiente gloria con vivir los días que se nos conceden? Deberías saber que simplemente estar con las personas y las cosas que amamos ya es toda una aventura, hermosa por otra parte", "A veces es más importante el buscar que el encontrar".

"Hay... hay algo más -añadió Taran en voz baja"
(El precio, de El caldero negro, por Lloyd Alexander)
Pintura al óleo de Justin Kunz


Lloyd Alexander falleció el año pasado, a los 83 años de edad -dos semanas después de que lo hiciera su mujer-, pero nos dejó esta bonita saga que, aunque disfrutarán más a fondo quienes no estén muy duchos en la literatura fantástica, consigue aportar un valiosa contribución mediante un entretenido enfoque si te gustan las leyendas sobre las que se cimenta y sirve para pasar un buen rato al ser de lectura fluída y estilo sencillo. Algun día continuaré leyendo los tres volúmenes que siguen: El castillo de Llyr, Taran el vagabundo y El gran rey (éste último, premiado en su día con la Newbery Medal, el galardón de mayor prestigio que se concede en Norteamérica a la literatura juvenil) siempre y cuando pueda encontrarlos, ya que la edición de Martínez-Roca, en la colección Fantasy, hace años que está descatalogada y, pese a la reedición de Alfaguara en 2002, no son títulos fáciles de localizar.

No quisiera terminar esta entrada sin destacar el magnífico trabajo del artista Justin Kunz, que en sus pinturas y dibujos (algunos de los cuales podéis ver en este artículo y ampliar en su web) refleja a la perfección el espíritu de las Crónicas de Prydain y su entusiasmo por estos libros.
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