Otro mes en el que a duras penas llego a tiempo para presentaros algunos de los lanzamientos más destacables de las últimas semanas..! Y la verdad es que este Mayo ha venido atestado de novedades de las que apenas he tenido tiempo de realizar una selección, más corta esta vez frente a todo lo que ha salido durante estos días. ¡Así que me habré dejado muchas cosas en el tintero, seguro! A ver si me libro de este ritmo de infarto que me atenaza ultimamente y puedo hablar más en profundidad de estas novedades, algunas de las cuales ya han caído en mis ávidas manos.
¡Que las disfrutéis y hasta las novedades del mes que viene!
(Mi agradecimiento a Cyberdark por los avances PDF)
Literatura fantástica y de aventuras
Y también en Mayo...
En nuestra miscelánea de literatura cabe destacar el relanzamiento en formato de bolsillo de algunos títulos muy llamativos, así como de segundas ediciones y otras novedades que no está de más señalar:
Lavinia, la novela de ficción historico-fantástica de Ursula K. Le Guin, disponible en la edición de Booket por tan sólo 8,95€. Aquí podéis leer un avance.
Una sorprendente aventura vikinga, El Ojo de Raven, de Giles Kristian, publicado por Ediciones B a 10€.
La Hija de la Ladrona de Sueños, primera parte de las Ucronías de Elric de Michael Moorcok saldrá a la venta a finales de este mes en la colección Marlow de Edhasa por 22,90€
Entretanto, ya podemos disfrutar de una nueva edición de Refugio del Viento, escrito por George R. R. Martin y Lisa Tuttle, que lanza Gigamesh a un precio de 18€
Y una antología de relatos de grandes autores de fantástico, al estilo de la que hemos visto que saca Minotauro también este mes, de la mano de Valdemar Ediciones: Paisajes del Apocalipsis, por 33,50€
Cómic
Y también en Mayo...
Atención, porque ya están a la venta los cuatro siguientes números de la Gran Colección Asterix (a 16,50€ cada uno) en la edición restaurada de lujo que empezó a publicar Salvat hace unos meses.
Otra de las novedades de la línea Dragones y Mazmorras de la colección Alquimia es La Tumba de Ianto, una historieta ambientada en el desértico mundo de Dark Sun, ya a la venta por 14€.
Con Yaxin (publica Norma Editorial a 16€ en formato álbum) nos metemos de lleno en una historia de magia y fantasía, donde el protagonista es un pequeño fauno que habita un bosque encantado.
Por último, pero no menos importante, no quiero dejar pasar la ocasión de recomendaros la aventura El Manuscrito Saknussemm, en de Vespas y Tintorettos, obra del amigo Chesus Calvo que edita GP Ediciones a 13,50€. Podéis comprarlo en el siguiente enlace.
Si algún día se produce el fin del mundo como lo conocemos ahora y el colapso de nuestra sociedad (y al paso que va la burra, nadie se extrañaría de que eso pudiera ser fácilmente mañana o pasado) yo me lo imagino tal como nos lo pinta Cormac McCarthy. Porque este no es un relato post-apocalíptico más de tantos, centrado en un cataclismo de proporciones planetarias, una amenaza alienígena desconocida, o un virus letal que diezma a la población y la transforma en vete a saber qué horrible nueva especie. Sin detraer el éxito y el atractivo morboso que sentimos por ese tipo de historias -siempre más ficticias que reales- y que todos ya conocemos de la literatura y el cine, lo verdaderamente impactante de La carretera es precisamente su verosimilitud; y esa fuerza de ser tan creíble es lo que la vuelve una narración llena de tensión, devastadora y escalofriante como pocas en su género. Una advertencia como premisa a quien se adentre en esta corta novela (ganadora del premio Pulitzer en 2007) que me parece importante resaltar, es que no se trata de la lectura más recomendable en una época de bajón, ya que te deja tocado y, desde luego, si no te afecta y remueve algo en tu interior es porque pocas cosas pueden hacerlo realmente.
La carretera cuenta la historia de un padre y su hijo que recorren el territorio impreciso de alguna parte de los EE.UU. tras una catástrofe global que ha reducido la superficie del mundo a un estado cadáver; un lugar donde ya no hay esperanza alguna y en el que los pocos supervivientes subsisten como alimañas alimentándose de los restos de la sociedad extinta e incluso entregados al canibalismo con tal de satisfacer sus instintos más primarios. Hombre y niño se dirigen hacia el sur, a la costa, empujando un carrito de supermercado con sus escasas pertenencias, no porque allí esperen encontrar nada mejor, sino para evitar el peligro más inminente y tratar de alejarse de un frío atenazador que a cada día que pasa se hace más intenso. El frío, la oscuridad que lo cubre todo y el hambre, siempre el hambre. Porque la comida, desaparecidas toda forma de vida animal y la totalidad de los cultivos desde hace años, es más que una mera necesidad: es el eje en torno al que gira todo para agarrarse un día más, unas horas más, a una existencia insustancial y yerma. No hay motivos para seguir avanzando por la carretera (transitada ahora por peligrosas bandas de personas que han perdido todo atisbo de humanidad) y el desolado paraje que la rodea, testigo mudo y severo de las cicatrices del mundo desaparecido, salvo el amor del padre por el chico, el impulso de mantenerle a salvo, de protegerle y no dejar que nadie le haga daño. Ese es su trabajo; su única creencia.
Dejemos claro desde el principio que poco tiene que ver esta obra con aquellas a las que tentadoramente podríamos atribuirles un corte similar, ya sea en el campo de las letras, como La guerra de los mundos, de H. G. Wells, como del séptimo arte (aquí tenemos innumerables ejemplos entre los que escoger, dada la proliferación de películas de género apocalíptico en los últimos años, la mayoría de ellas bochornosas) e incluso del cómic y la televisión, como la más reciente The Walking Dead. Quizás me azora un poco la comparación con esta última cita, aunque ambas obras tengan en común el enfoque sobre las relaciones humanas en una situación límite y el hecho de que no sea importante para la historia aclarar el origen de la catástrofe. Porque, efectivamente, aunque se intuye la raíz del desastre en algún tipo de incidente nuclear con brutales repercusiones a escala mundial, no quedan expresamente indicadas las circunstancias de éste. Ni falta que hace, la verdad. Naturalmente el escenario es fundamental para dar sentido a lo que McCarthy nos cuenta, y los detalles más espeluznantes y sobrecogedores, no por sugeridos y a menudo descritos de soslayo, son menos atroces. Pero principalmente estamos ante una reflexión acerca de la condición humana, sobre el olvido o la conservación de los valores más inherentes al ser humano frente a una realidad demoledora que, por otra parte, es perfectamente probable que llegara a darse.
Por lo visto, no es Cormac McCarthy un tipo que se prodigue mucho en medios y entrevistas. Ni siquiera la obtención del Pulitzer parece haber modificado demasiado la rutina de este estadounidense nacido en 1933 de pasado turbio y casi desconocido, también autor de títulos como Todos los hermosos caballos o No es país para viejos, llevadas ambas a la gran pantalla, al igual que la obra que nos ocupa (luego comentaré algo sobre su adaptación cinematográfica). Por el momento, La carretera es lo único que he leído de él, pero dentro de que posee un estilo muy peculiar y nada convencional (que le ha valido la insistente comparativa con Faulkner y Melville), supongo que no apto para cualquiera, pues no siempre resulta fácil de leer, me ha parecido una obra magistral, y eso en poco más de 200 páginas.
Hay una tendencia en este libro a la sobriedad, más que por el vocabulario por la forma de exposición, un tanto espartana y en el que la puntuación y la ausencia de guiones de diálogo descoloca un poco al principio. Por ejemplo, los diálogos paterno-filiales, que se alternan con silencios sombríos, aunque cargados de una mezcla de inquietud y emoción tremendas, caen en una permanente concisión y laconismo (imagino que intencionada por el autor, como si hasta el hablar ya consistiese en una noción ajena a ese mundo vacío y desesperanzador). Su prosa funciona con imágenes, a veces en una sóla línea, que se encadenan por un abuso constante de la conjunción copulativa, pero tan terribles y rotundas que se quedan grabadas a fuego en nuestra memoria, dándole ese carácter perdurable por encima de la experiencia de su lectura que sólo consiguen los grandes. El texto no se divide en capítulos, sino que está formado por párrafos cortos que refieren el avance de padre e hijo (no conocemos siquiera sus nombres) como en un peregrinaje funesto, así como la inquietud y persistente estado de alerta que acosan el pensamiento del primero. Sólo en ocasiones se detiene para mostrarnos en flashback trances muy concretos, especialmente en lo que concierne a la madre antes y durante los primeros tiempos del desastre hasta su definitivo abandono (no es un secreto, desde el mismo comienzo, que ésta decide quitarse la vida antes de emprender la marcha).
Las descripciones de McCarthy se alternan entre lo desgarrador y lo emotivo. De un lado, la interminable carretera que parece no tener fin porque ya no conduce a ninguna parte, cruzando poblaciones cuyos nombres ni tiene significado indicar. Las ruinas y los edificios destrozados de las ciudades, cables retorcidos y cosas que antaño tuvieron importancia, hoy basura, tirados por cualquier parte, despojos momificados de personas dentro de sus coches, de plantas y animales, casas saqueadas hasta lo indecible y abandonadas, todo cubierto por una perenne capa de ceniza fría y gris. Troncos calcinados de bosques enteros que se desploman poco a poco, a medida que sus raíces muertas ceden, bajo un cielo plomizo que apenas deja traspasar una luz mortecina desde el amanecer hasta el ocaso. Son las marcas de la violencia que sigue al caos. Y después, el silencio más total. Pero entre tanta devastación y los más horribles estragos, el autor también nos relata, como en un hálito que deja un resquicio para la mínima ilusión, momentos conmovedores que suponen un alivio en el triste deambular de padre e hijo; desde encontrar una lata de coca-cola olvidada en una vieja máquina expendedora o unas cuantas manzanas medio podridas bajo la ceniza, al hallazgo de un refugio con víveres, volver a darse un baño con agua caliente y otras débiles huellas del mundo anterior que mitigan levemente la pesarosa travesía de hombre y niño.
Con un argumento así, necesitas creer que las cosas les tienen que acabar saliendo bien a sus únicos personajes, sobre todo porque en su camino apenas se tropiezan con un puñado de personas de vez en cuando. Pero eso sí, cada vez que tiene lugar uno de esos encuentros, o que vislumbran en la lejanía cómo alguien se acerca o se introducen en alguno de los caserones abandonados que jalonan la carretera, se te pone el corazón en un puño. Son momentos de angustia que se viven con una intensidad e impresión de espanto tremendas. De hecho, hay tres o cuatro escenas en la trama (no todas reflejadas en la película, por cierto, entiendo que por la dureza de su contenido) particularmente terroríficas e inquietantes.
Pero sin duda lo que más me ha impactado de La carretera es el mensaje que transmite y su brutal sentido de realidad. Que el padre no pueda disfrazar a los ojos del niño el horror de esta nueva forma de existir, la única que el pequeño ha conocido, ni los estigmas de la destrucción absoluta (por ejemplo, cada vez que hallan los cuerpos de gente suicidada largo tiempo atrás) es una de las cosas más terribles que les podría suceder; al igual que la constatación de cómo el chico es consciente de todo y parece asumirlo con resignada estoicidad. De ahí viene la imposición de decirse a sí mismos que son los que llevan el fuego dentro; un fuego que simboliza todo lo bueno alcanzado por el ser humano y que se mantiene incluso en los momentos más aciagos y oscuros, porque el día en que se apague habremos dejado de existir por siempre. Ese fuego interior representa la renuncia a abandonar unos mínimos valores de humanidad y de ética en una sociedad donde ya no existe código alguno por el que regirse, en un mundo que ha caído en la abyección más total y la falta de leyes o moral implican que para la mayoría lo único que cuenta es la supervivencia a toda costa, nada más. Mantener encendida esa llama es lo que permite distinguir a los supervivientes entre el bien y el mal; o en boca del chico, el pertenecer a los buenos -los que llevan el fuego dentro- o a los malos, los que comen personas. No es de extrañar por tanto que ese niño, obstinado en ayudar a las contadas personas con que se topan que no les guardan malas intenciones (o no del todo), sea visto de algún modo por su padre como un dios, como el último profeta que camina sobre la tierra: «Si él no es la palabra de Dios, es que Dios no ha hablado nunca», llega a proclamar.
No obstante, por encima de todos los fragmentos estremecedores del libro, que son muchos, triunfa la idea del amor como último mecanismo gracias al que seguir en pie, aunque ya no haya nada que hacer, aunque la vida ya no sea tal. Es en la voluntad de sacrificio diaria del padre, en la visión que irradia pura bondad del niño, en expresiones sencillas del más profundo sentimiento del uno hacia el otro donde al menos encontramos refugio dentro de esta historia que nos agarra las tripas y nos encoje el ánimo a lo largo de su lectura y en su recuerdo posterior. Desasosegante como pocas, no deja de ser totalmente recomendable a pesar de las firmes críticas a su desenlace, que se mantiene (quizá incluso se enfatiza si cabe) en la versión sobre el celuloide dirigida por Jon Hillcoat en 2009. En cuanto a este final tan discutido, personalmente defiendo que cada cual puede extraer de él sus propias conclusiones, sean éstas siniestras o benevolentes... Quienes hayáis leído la novela o visto la película sabréis sin lugar a dudas a qué me refiero.
Y hablando de La carretera como película, debo otorgarle el mérito no sólo de constituir una adaptación más que notable y fiel de la obra de McCarthy, sino de ser además el medio que me permitió acceder a la novela, como me consta que también para buena parte de su público. En condiciones normales el recorrido hubiera sido a la inversa, pero reconozco que no tenía conocimiento de que estuviera basada en una obra literaria antes de sentarme a verla. En todo caso, Hillcoat logra captar con gran exactitud el espíritu gris, doloroso y desconsolado de la novela. Los instintos de hambre acuciante, la impresión de fragilidad, el constante huir y esconderse de todo desconocido con quien se crucen, de caminar a trompicones ateridos por el frío empujando el dichoso carrito, quedan plasmados con un acierto digno de elogio. Para el director australiano habría sido fácil tirar por la vía del film más o menos truculento y catastrofista que brinda una trama de este tono, y sin embargo hay que aplaudir su apuesta por la opción profunda y alejada de los sensacionalismos del cine ci-fi apocalíptico, quedando el momento en que estalla el caos como un intenso fogonazo de luz lejana. Es más, prescinde deliberadamente de ciertos pasajes pavorosos del texto que hubieran sido demasiado fuertes para mostrar en la pantalla.
Los actores que encarnan a padre e hijo (Viggo Mortensen y Kodi Smit-McPhee, respectivamente) están correctísimos, transmiten y garantizan la credibilidad de sus papeles, algo que en una historia de estas características resultaba fundamental, so pena de desmoronar toda la carga emotiva del relato. No menos acertados están igualmente Charlize Theron, durante las fugaces secuencias en las que hace acto de presencia una madre devorada por el abatimiento, y en especial Robert Duvall interpretando al viejo vagabundo que también viaja por la desierta carretera.
La fotografía, otro de sus puntos fuertes (por cierto, a cargo del vasco Javier Aguirresarobe) capta por completo el infernal panorama descrito por la novela con una atmósfera lúgubre y opresiva que acompaña a la proyección desde el primer minuto y te pone la piel de gallina, reflejando a la perfección la imagen de esos árboles carbonizados que se caen constantemente, el cielo siempre ceniciento, las señales macabras de la barbarie, el mar opaco y falto de vida... Tan sólo algunos de los flashbacks que rememoran los momentos anteriores cuenta con colores cálidos.
Es uno de los films de los últimos años que más huella me ha dejado (y eso que no soy padre, pues no quiero imaginar lo perturbador que debe de resultar en ese supuesto). Desde luego, no es una película que se pueda calificar de 'disfrutable', porque sales del cine con una sensación de claustrofobia y angustia tremendas, pero sí que se trata de uno de los escasos largometrajes a los que sigues dándole vueltas en la cabeza horas después de haber abandonado la sala, algo que consiguen muy pocas obras cinematográficas hoy día. Os dejo el trailer en español, que no diría demasiado representativo de la película (incluso juraría que esa aclaración introductoria es un mero añadido del trailer que ni siquiera está presente en la cinta).
Leed el libro y, si podéis, ved también la película. No garantizo que después de hacerlo os sintáis precisamente tranquilos ni seguros ante lo crudo y dantesco de sus episodios, ni que halléis el consuelo suficiente entre sus escasos momentos amables. Vaya, que puede resultar un mal trago, sobre todo si uno piensa que nada de lo que aquí se cuenta es imposible. Pero a cambio obtendréis un retrato de un accidental futuro de la humanidad que os empujará como mínimo a cuestionaros unas cuantas cosas. Yo soy de los más o menos convencidos de que el rumbo actual nos puede volcar en una involución social a la que, a falta de la vida cómoda de hoy, muchos se entregarían con tal de aferrarse a la vida. Y entonces sí tendremos que temer a seres mucho peores de los que nos auguran los relatos de monstruos y muertos vivientes de otras crónicas apocalípticas.
Si la memoria no me falla, el estreno de Cazadores de dragones -adaptación al cine de la serie homónima de dibujos animados creada por Arthur Qwak- fue casi coetáneo al de una de las mejores producciones que DreamWorks ha realizado hasta la fecha, la fabulosa y sobresaliente Cómo entrenar a tu dragón, que sin duda debió de eclipsar a la primera durante su première. Tratándose de films que prácticamente se solaparon en las salas de cine españolas (a pesar de que el metraje de Ivernel y Qwak data del 2008), no es de extrañar que las ideas lleguen a confundirse e incluso podamos caer en el error de pensar que una y otra sean muy similares en su contenido. Bueno, pues nada que ver. Sin ánimo de infravalorar los esfuerzos del estudio francés Futurikon, compañía gala que pone de manifiesto con esta cinta la notoria calidad de sus trabajos en lo relativo a la elaboración de técnicas animadas, me temo que el resultado dista mucho del obtenido por sus colegas americanos con la inolvidable película, también sobre dragones, de Chris Sanders.
Como apuntaba al principio, Cazadores de dragones recoge el testigo de una serie animada para la televisión (Chasseurs de dragons en los canales franceses, Dragon Hunters en su versión yanki) que tengo entendido aquí fue emitida por alguna autonómica y tal vez posteriormente por el canal de pago Cartoon Network (pero no me hagáis mucho caso en esto, pues no es algo de lo que esté totalmente seguro). Lo cierto es que con 52 capítulos y dos temporadas de trayectoria, se trata de una emisión interesante y colorista con unos datos más que modestos de seguidores y de audiencia en la franja infantil. Creada por Arthur Qwak en colaboración con los estudios Futurikon, es sin embargo en el salto a la gran pantalla de manos de estos mismos artífices y bajo la dirección de Guillaume Ivernel donde se descalabra, pierde chispa y no consigue estar al mismo nivel que su proyección serializada, aun cuando está basada en el mismo escenario medieval fantástico (espléndidamente recreado y plato fuerte de la película) y sus personajes sean también los mismos que protagonizaban los episodios. El problema no es nada nuevo y reside, por desgracia una vez más, en la ausencia de una trama coherente y atractiva que dé sentido a tamaño despliegue visual y llegue a cautivar al espectador durante sus 80 minutos de duración.
Como en la serie, Gwizdo y Lian-Chu son dos bribonzuelos errantes de un mundo fantástico en las alturas, formado por atolones, campos verdosos y formaciones rocosas flotantes, entregados a la cacería con métodos poco ortodoxos de las distintas especies de dragones que, más que un peligro, suponen una molestia para la población local que habita las muchas aldeas sobre estas isletas suspendidas en el aire. En sus correrías, les acompaña Héctor, un cruce entre dragón y perro de color azulado al que tienen por mascota. Mientras que Gwizdo es el cerebro del grupo y negocia los tratos con la gente indefensa que requiere sus servicios, intentando siempre sacarles cuantas más monedas sea posible, el robusto Lian-Chu aporta la fuerza bruta y es quien cumple realmente los encargos, siendo curiosamente el más pacífico y sosegado del grupo en contraste con su compañero.
El lema de este peculiar equipo es no comprometerse con nadie y velar tan sólo por sus propios intereses, hasta que un día se encuentran accidentalmente con Zoe, una imaginativa niña fascinada por las historias de caballeros y bestias a las que combatir, acorralada en el interior de un bosque por dos pequeños, pero letales, dragones eléctricos. Nuestra pandilla de cazadores la libra de la amenaza para obtener su correspondiente recompensa, puesto que el tío de la pequeña es el antaño poderoso Lord Arnold. Así pues, acompañan a Zoe a su castillo con la idea de sacar algún rédito del viejo lord, cuya ceguera no le permite ver a los supuestos héroes que le presenta su sobrina, y antes de darse cuenta acaban involucrados contra sus deseos en la más peligrosa de las misiones: encontrar y destruir al temible Zampamundos, el más terrorífico dragón que ha hollado el mundo, del que todas las señales anuncian su regreso tras largos años en estado de hibernación.
La verdad es que los fragmentos iniciales de la película prometen bastante (ya sólo con unos títulos de crédito de apertura en una línea muy épica y sugerente, envueltos en una música que parece avanzar un estupendo tono legendario). Incluso las secuencias preliminares y el comienzo, hasta aproximadamente los primeros veinte minutos, realmente consiguen enganchar y mantener nuestra atención, mostrándonos escenas que recuerdan de alguna manera a Cómo entrenar a tu dragón, al enseñar distintas especies de bichos y bestezuelas variadas (como en la cacería del dragón-babosa que destroza los campos de coles de los labriegos, la colección de cabezas draconianas del castillo de Lord Arnold o la posterior lucha con los lagartos eléctricos). Conste que por lo demás, la comparación con la obra de DreamWorks le va muy alta, tal es la cota de calidad de ésta última. Pero luego la cosa se empieza a torcer rápidamente, al convertirse en una búsqueda sin detalles; una marcha inconcreta sólo interrumpida por momentos de acción que tampoco es que aporten mucho globalmente, para precipitarse en un final que cierra la película con enorme sosería (por el modo tan brusco de zanjar el decepcionante combate final contra el Zampamundos, un colosal e impresionante dragón esqueleto de visos apocalípticos).
Ahora bien, al menos el deambular de los personajes nos regala la vista con unos escenarios maravillosamente concebidos, exhibiendo un reino en decadencia cargado de tal poesía estética que constituye todo un espectáculo en sí mismo: ocasos purpúreos colándose entre nubes hasta donde alcanza el horizonte, ruinas volantes que muestran su antigua gloria al margen de las leyes de la gravedad, calzadas aéreas que enlazan aldeas abandonadas sobre esos mágicos microislotes en eterna levitación... En definitiva, panorámicas con un toque surrealista orladas por unos colores y efectos de luz que son de quitarse el sombrero. Desde luego, no se puede negar la bellísima factura que Futurikon ha logrado alcanzar con esta película, no tan lejana como podríamos creer de los todopoderosos estudios americanos. No me cabe duda que si el film propusiese un guión más esmerado y menos sensiblero, haría que estuvieramos ante todo un ejemplo de la animación europea de primer orden.
Los personajes, sin embargo, no llegan para mi gusto a ese grado de vistosidad que sí posee el entorno sobre el que los vemos moverse. El diseño y modelaje de éstos, demasiado caricaturizado, choca un poco con la trabajada escenificación ambiental. Según parece, la adaptación cinematográfica introduce como novedad respecto de la serie a Zoe, pero ni la niña -una gritona insufrible- ni sus nuevos amigos cazadragones (que conforman casi la totalidad de una reducidísima lista de caracteres) logran ganarse al espectador. Siento si soy pesado volviendo sobre la misma comparación una y otra vez, pero con Cómo entrenar a tu dragón me reí, me emocioné y me dejé embelesar gracias en buena parte a sus personajes. Lamentablemente, nada de eso se da en los protagonistas de Cazadores de dragones: no sólo no interesan ni hacen gracia, sino que además de dejarse llevar por unos perfiles que rondan el machacón tópico moral y pasteloide, provocan hasta cierta antipatía (en especial, ese monstruito azul que causa repelús y al que no se entiende ni la mitad de lo que dice, siendo aparentemente el clásico bicho al que se atribuyen la mayoría de los chistes).
La manufactura europea de esta producción queda patente en sutiles referencias a obras originarias del viejo continente, como las pinceladas a El principito de Saint-Exupéry e incluso un velado homenaje al Quijote de nuestro Cervantes a través del caballero del reino trastornado que ha dado rienda suelta a sus propias ensoñaciones. Pero también hallamos imágenes que evocan a otras cintas de animación extranjeras tales como Mulan, quizá por el tono oriental que se imprime tanto al personaje de Lian-Chu como a la confección de las criaturas fantásticas presentes, entre ellas el propio Héctor. Por otro lado, aparte del consabido videojuego, Cazadores de dragones cuenta con una serie abierta de cómic que se publica actualmente por Delcourt.
Imagen de la teleserie y plancha del cómic de Cazadores de dragones
Con esta película queda demostrado que la animación de este lado del Atlántico puede llegar si se lo propone a la altura de la americana, pero que le falta el ingrediente secreto de la mayoría de las aventuras de Pixar o de DreamWorks (tampoco vamos a poner ahora en los altares todo lo que sale de ambas compañías). Y es que nuevamente (y ya van...) hay que reiterar que no basta con una brillante técnica depurada, un potente surtido de efectos y una cuidada puesta en escena artística si luego el aspecto argumental hace aguas por todas partes, con tramas que no contienen el menor empaque. Una lástima que el creativo planteamiento a nivel gráfico de Qwak e Ivernel se desmorone de inmediato ante un flojísimo guión del mismo modo en que se resquebrajan las almenas y torreones que sobrevuelan a su albedrío el original universo que nos ofrecen.
Atención: este artículo puede revelar detalles sobre el argumento.
Recuperado el statu quo de la familia tras las injerencias temporales consumadas por Jolan en el álbum anterior, retomamos ahora el protagonismo de Thorgal y nos apartamos momentáneamente de los suyos antes del esperado reencuentro, ya cerca de producirse, cuya evolución da sus primeros pasos lo largo del presente número.
Tras varios años atrapado en la personalidad del cruel Shaigan sin Piedad, a Thorgal sólo le falta un leve empujón para desembarazarse de ese estado de languidez que le aflige desde que no encuentra sentido a una vida de pillajes y tiranía en compañía de su cómplice y amante Kriss de Valnor. El elemento desencadenante que va a sacudir la indiferencia a la que el insatisfecho pirata ya se había resignado es un personaje de su pasado, que vuelve a entrar en acción después de mucho tiempo: Galathorn. Capturado durante uno de los asaltos de la flota de Shaigan, el príncipe de Brek Zarith reconoce inmediatamente a su antiguo aliado en cuanto los hombres del corsario le plantan maniatado frente a su señor exhibiéndole como prisionero de guerra. Esta inoportuna casualidad provoca las iras de Kriss, que temiendo la pérdida del delicado control que ejerce sobre un ya de por sí receloso Thorgal, ordena que el noble sea confinado y apartado ipso facto de la presencia de su compañero. Pero es demasiado tarde. Nada puede evitar ya que Thorgal se interrogue por la súbita reacción de Kriss y por la coincidencia de un nombre que ya ha oído –su verdadero nombre– en boca de otra persona.
El descubrimiento de la verdad pone en marcha definitivamente el cambio de rumbo existencial de Thorgal, al tomar conciencia de su ‘otra vida’ gracias a las revelaciones de Galathorn, con quien intentará huir del castillo costero desde el que ha gobernado sobre los mares circundantes durante años. Incapaz de retenerle a su lado con palabras serenas y promesas –ni aun abriéndole su corazón de un modo sincero– Kriss comienza un forcejeo, apoyada por sus secuaces, antes fieles a Shaigan, que concluye con un Thorgal arrinconado, implorando a los dioses por recobrar su auténtica identidad. Los mismos dioses que le metieron en este atolladero, atienden ahora su clamor para sacarle de él; eso sí, a un caro precio.
El habilidoso arquero deberá acometer una incursión al país de los gigantes, eternos enemigos de los dioses de Asgard, para recuperar un anillo perteneciente a Odín. Sólo el éxito de esta misión podrá garantizarle de nuevo el favor de los dioses para reescribir su nombre en la piedra que alberga la memoria de estos últimos sobre todos los humanos y volver de ese modo a su vida anterior.
Con una escena inicial que nos recuerda gratamente la rivalidad entre Thorgal y Kriss durante la competición de tiro de Los arqueros, la aventura se abre con la pareja pasando revista al último saqueo realizado por uno de sus hombres de confianza, antes de que esta práctica rutinaria se vea sacudida por una aparición del todo inesperada tanto para la pareja como para el lector. Van Hamme recupera a Galathorn y lo reintroduce con un objetivo muy claro: hacer de eslabón entre la vida actual de Thorgal y su memoria desterrada. Recordemos que, cuando Thorgal se despidió del orgulloso príncipe (¡y han pasado nada menos que 15 álbumes desde aquel momento!), este quedaba al mando de un reino moribundo y, por tanto, susceptible aún de sucumbir al asalto de los piratas de Shaigan. Galathorn se descubre nuevamente como un buen aliado de Thorgal durante la lluviosa evasión nocturna que se produce en esta historieta, pero no es el único viejo personaje que vuelve a dejarse ver. Otros secundarios se cuelan, algunos de ellos de rondón, entre las viñetas de estas páginas.
Así, nos encontramos una vez más con la diosa Frigg (o Freya), acompañada por sus gatos alados, que en virtud de su capacidad para conocer el destino de todos los hombres y de ese sentimiento algo maternalista con el que favorece a nuestro héroe, no es la primera vez que acude en su ayuda (como ella misma bien le recuerda). En un volumen que cuenta con los gigantes como invitados excepcionales, también reparamos que entre los presentes en la corte del rey Geirroed se hallan Hjalmgunnar, gigante de los bosques, y Hrun, el señor de los glaciares, a quienes ya vimos en El hijo de las estrellas y Aaricia, respectivamente (ambos tomos siguen constituyendo una fuente de la que emanan muchos argumentos y situaciones clave durante toda esta obra; lo que, en el fondo, era su cometido). Está claro que con un elenco tan rico de personajes principales y secundarios, la serie dispone de una cantera de psicologías diferentes a su alcance a las que recurrir según requiera. Sin duda, para mí, es uno de sus grandes atractivos y puntos fuertes.
Yo no sé si interesa mucho o no que profundice un poco en los capítulos de la mitología nórdica que la colección toma prestados de las grandes sagas escandinavas, pero el caso es que en esta entrega se hace mención directa o indirectamente a un buen montón de ellas. De un lado, Van Hamme realiza una extraña interpretación del Ragnarök (la batalla final que ha de precipitar el fin de los tiempos, enfrentando a dioses y gigantes) según la cual ésta ya se habría producido, dando lugar a la separación entre ambos y al retiro de los primeros al Asgard, el plano superior, y el exilio de los otros a los confines del mundo. Ambas facciones tienen vetado el acceso al territorio de sus oponentes, motivo por el que Frigg solicita a Thorgal –que como humano no está sometido a tal restricción– que sea él quien se infiltre en el reino de los gigantes para la misión que le confía. Y este reino no es otro que el Jötunheim (originalmente separado de Asgard por un río, mientras que aquí lo está por un gran acantilado nuboso, defendido por un atípico guardián), el mundo en el que gobiernan los gigantes, a quienes Rosinski plasma con una visión algo cómica y menos amenazante de lo que a priori uno imagina. Su soberano, Geirroed, se cita en diferentes Eddas –no necesariamente como rey– en el papel de un gigante de la escarcha que es derrotado por Thor o, según la versión, por el propio Odín. Tampoco el nombre de la afable princesita giganta Heidrun es casual, sino que ha sido extraído de estos mismos mitos.
De igual forma, el aro de Draupnir, el brazalete mágico de Odín que Thorgal debe arrebatar a los gigantes como condición para retomar su antigua vida, cuenta con una larga historia y simbología que naturalmente también proviene de las sagas nórdicas. Forjado por los enanos, tenía la capacidad de multiplicarse a sí mismo indefinidamente, por lo que es considerado un icono de fertilidad y procreación del hombre y de su pensamiento. Ya vemos que los autores no dejan puntada sin hilo cada vez que realizan alguna alusión a raíces legendarias, aunque luego las adapten a los propósitos de su relato. Por último, no podemos olvidarnos de la encantadora y espontánea valquiria Swanée, perteneciente a ese grupo de divinidades menores encargadas de llevar al Valhalla a los caídos con honor en el campo de batalla. Será otra de las muchas féminas rendidas a la atracción hacia nuestro arquero (las valquirias no podían ser objeto del amor de los dioses ni de otras criaturas de Asgard, y tan sólo entraban en contacto con los humanos cuando estos ya habían fallecido; de ahí la frustración que sugiere la bella Swanée).
Una vez transcurra este álbum, quedará aparcado temporalmente el tema mitológico –quizá también algo explotado pero, en definitiva, una de las referencias inequívocas de la serie–, que se retomará con fuerza a lo largo de las nuevas aventuras de Jolan que se están publicando actualmente. Y hablando de Jolan, es preciso indicar una errata en esta historieta (¿descuido del guionista? ¿quizá un error del traductor..?), que se comete por boca de Galathorn durante su conversación en privado con Thorgal, cuando menciona la edad de Jolan en la época que se cruzaron los caminos de los dos hombres en el pasado. Decididamente, es imposible que Jolan contara con diez años por entonces (esa sería más bien la edad a estas alturas del chico), puesto que Aaricia dio a luz a su primogénito durante el cautiverio en Brek Zarith, que en el momento de su liberación posterior por Thorgal no tendría más de dos, o a lo sumo tres años.
No sólo de la tradición escandinava se alimenta la serie. En su búsqueda de la inspiración para este tomo, parece bastante claro el guiño que Jean Van Hamme realiza a algunas fábulas clásicas, como el cuento anglosajón Jack y las habichuelas mágicas. Encontramos entre una historia y otra no pocas coincidencias: el protagonista debe cruzar hasta un reino apartado dominado por gigantes, donde acaba robando un tesoro y tiene que huir a toda prisa al ser descubierto, mientras le pisan los talones sus enormes perseguidores. Claro que en cuestión de historias sobre gigantes también acierta en no pocos paralelismos con las andanzas del viajero Gulliver durante su estancia en Brobdingnag, sobre todo durante el fragmento en que Thorgal sirve de mascota de Heidrun, la hija del rey, que enseguida le improvisa un lecho en la cuna de su muñeca preferida; o en el pasaje de la lucha con la rata para demostrar su credibilidad.
En todo caso, más que la hazaña fantástica en el país de los seres que dan nombre a esta entrega, que en el fondo sólo es un pretexto para que Thorgal, por su parte, encauce el curso de su vida previa, resulta de mayor interés y es más plausible la parte que refiere la ruptura definitiva con Kriss y los recursos que ésta emplea para evitar la catástrofe que ello implica. Por encima de su auténtico sentir, es en verdad persuasiva la justificación de la compañera de Shaigan por haberle mantenido a su lado durante todo este tiempo, con una frase que lo resume todo: «Me faltaba un hombre para mandar a los hombres en este mundo de hombres.» A pesar de las tramposas maniobras que intenta también en este número para conseguir sus fines, casi tenemos que concederle la razón en otra de sus sentencias, tristemente cierta y de validez actual: «Existen sólo dos razas de hombres sobre la tierra: los poderosos y los que les sirven; la multitud que se arrodilla ante sus amos y que paga, sufre y muere para que los poderosos se conviertan aún en más poderosos. Siempre ha sido así desde que el hombre es hombre, y siempre será así hasta el final de los tiempos.» ¡Condenada Kriss de Valnor; fabulosa como siempre! Atentos a la mirada que intercambia la pareja ya disuelta, pues además de constituir la rúbrica al derrumbe de la mentira sobre la que se erigía su relación, contiene un valor muy simbólico, aunque ni ellos mismos aún lo sepan. Por supuesto, Kriss nos reserva una nueva y muy importante sorpresa en el futuro.
¿Encontrará Thorgal finalmente a su familia? Y de ser así... ¿cuál será la reacción de sus abandonados esposa e hijos después de tantos años sin verse? La advertencia de la diosa Frigg se revela profética en este sentido: «Te reencontrarás con la carga de tu destino y el peso de tus faltas.» Pronto lo comprobaremos...
En el artículo anterior del monográfico nos hacíamos eco de la publicación del segundo volumen de Kriss en Los Mundos de Thorgal, la serie paralela que narra nuevas tramas de algunos de los personajes más relevantes de la obra matriz. Desde entonces, hemos asistido al anuncio para septiembre de este año de La main coupée du dieu Tyr (La mano cortada del dios Tyr), segundo tomo de Loba, el otro spin-off en marcha del que dejo una plancha a modo de ejemplo del trabajo de sus creadores, Yves Sente y Roman Surzhenko. No hay novedades en cuanto a la serie principal, pero el desarrollo de tanto 'sucedáneo' hace pensar que quizá no esté lejos su conclusión.