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lunes, 31 de enero de 2011

Todo arrasado, todo quemado


'Todo arrasado, todo quemado' fue calificado como «acontencimiento literario del año» el pasado 2010. Su autor, el canadiense Wells Tower, articulista del New Yorker o el Washington Post entre otros, lanzaba con esta obra su primera recopilación de relatos cortos en un volumen que en nuestro país ha sido publicado por Seix Barrall (rústica, 18€).

Os puedo jurar que no me compré este libro por el hecho de que en su portada apareciese un -tópico- vikingo (aunque, aficionado como es uno a la antigua cultura nórdica, sin duda una cubierta así llama la atención). Realmente fue por medio de una recomendación que me hice con este libro de cuentos, nueve para ser más exactos, que ha recibido galardones y excelentes críticas de los analistas literarios, así como citas en todos los medios destacando su genialidad. A tal punto llegan los elogios que al autor se le compara nada menos que con Carver, Hemingway, Cheever, Salinger o Twain.

Pues bien, admito que yo no he leído, por ejemplo, a Raymond Carver, pero sí diría que el talento de Tower dista mucho de algunos de los nombres arriba expuestos. Es más, iluminar su debut a tal grado me parece una completa osadía. Una cosa es que sus pequeños cuentos también tengan por protagonista a personajes sin rumbo, «hombres y mujeres a la deriva confundidos por la época contemporánea», y otra muy distinta que su capacidad de transmitir la fuerza del carácter mundano se equipare a una medida semejante a la de grandes autores ya clásicos.


No acostumbro reseñar por aquí las lecturas que salen de mi reconocidamente género favorito (y temática del blog en definitiva), a pesar de que no hay muchas vertientes a las que me cierre. Cuando lo hago es porque, para bien o para mal, un determinado título me parece que destaca bastante para dedicarle unas líneas. En el caso de 'Todo arrasado, todo quemado' lamentablemente es con un matiz negativo, sobre todo porque me incomoda sobremanera dejarme llevar por la corriente de una unánime opinión positiva que luego resulta no cumplir las expectativas de ningún modo. Quizá alguno de vosotros lo ha leído y se esté echando las manos a la cabeza por lo que digo, pero para mí este compendio de relatos de carácter fatalista ha sido una completa decepción.

En general, me atraen las historias acerca de antihéroes y perdedores; personajes que tienen que luchar para abrirse camino y de ese empuje contra las adversidades obtienen el verdadero encuentro personal. También la modalidad del cuento se halla entre mis favoritas, pues me parece el formato idóneo para expresar con pocas palabras, pero no necesariamente con una extrema sencillez, historias que nada tienen que envidiar a la forma novelada o a otros modos que ocupen cientos de líneas. Entonces, ¿qué es lo que le falla, desde mi punto de vista, a esta prometedora selección de relatos que tan aclamadamente se nos ha presentado? Para mí, en primer lugar, es que esos pequeños fracasos cotidianos que nos narra en sus páginas alcanzan tal grado de realismo que no van más allá de las miserias del día a día, llegando a ser la mayor parte de los casos tan absurdos, sucios y faltos de interés que resultan totalmente prescindibles. Es decir, ¿realmente había algo que contar? Digamos que cuando leo cosas de este tipo comprendo de inmediato mi preferencia por la ficción.

Por otro lado, yo no creo que esta serie de relatos cortos se adscriba demasiado bien al formato propiamente dicho del cuento. Practicamente todos tienen un final tan excesivamente abierto que es como si el autor se hubiera cansado de continuar la historia y decidiera pasar sin más al siguiente de sus anodinos capítulos. Todo cuento, que yo sepa, debe tener una introducción, un nudo y un desenlace. Pues Wells Tower directamente se salta la última parte y decide, no ya que sea el lector quien extraiga sus propias conclusiones, sino que se las apañe para componer, si es que es posible, cómo continúa aquello. Vale, el experimento podría funcionar en parte, y ser incluso considerado hasta original, si se diera ese golpe de gracia, esa llama de comprensión que caracteriza a esta modalidad narrativa. Pero cuando la mayoría de los capítulos te dejan, básicamente, con la palabra en la boca, la sensación que suscita es más bien la mala leche. Nadie habla de una moraleja ni un cierre perfecto de los cabos abiertos, pero sí al menos un final que aporte algún sentido a lo leído.

Tampoco me satisface la forma pretendidamente provocadora con la que el joven autor se expresa en sus relatos, ni el crudo e impertinente lenguaje empleado por medio de sus personajes en éstos. Hoy día ya está superado el tener que recurrir a términos desagradables, a veces tan gráfica e innecesariamente soeces que hasta dan ganas de saltarse de línea, para ser transgresor. Sus descripciones del entorno, además, exudan tal aire de fatalismo que llega a cansar ese estilo repetidamente deprimente. De igual forma, no le veo la vena humorística que se le asocia; debe de ser que la mezquindad diaria me resulta más aburrida que ocurrente. Es cierto, al menos, que se deja leer bien, pero llegado un cierto punto casi parece el único aliciente para llegar cuanto antes al final.

Sin destapar más de lo debido, tenemos la historia de un marido infiel pillado que trata de encontrar la inspiración en una espantosa casita en la playa (La costa marrón), la de dos hermanos que se llevan a matar, a cual más odioso por cierto, que deciden pasar unos días juntos en la montaña (Retiro), la de un inventor fracasado con un padre que padece alzheimer (Ejecutores de energías importantes), un divorciado que le hace un difícil favor a su ex-mujer para ganarse su agrado (A través del valle), un niño acomplejado que detesta a su padrastro (Leopardo), un jubilado que pasa el tiempo espiando a su vecina (El ojo tras la puerta), un par de adolescentes haciendo chorradas (La América salvaje), un joven feriante que no sabe qué hacer con su vida, mezclado con un caso de pederastia (En la feria) y un vikingo algo atípico que prefiere la tranquilidad de su hogar a echarse a la mar para hacer el vándalo (Todo arrasado, todo quemado). Curiosamente este relato que da nombre a la totalidad del volumen es al que la crítica regala menos alabanzas y que a mí, en cambio, no me ha parecido una sandez tan grande como el resto, pese a ciertos detalles descriptivos de incontenible brutalidad.

Sinceramente, yo no le he encontrado a este conjunto de cuentos ninguna de las virtudes que se le atribuyen, ni el ingenio que se otorga a su escritor gracias a esa supuesta agudeza al retratar la condición humana. Es más, me sorprende que éste, su primer trabajo, haya sido tan laureado. Pero en fin, no voy a deciros que os ahorréis su lectura; imagino que tanto juicio positivo habrá de tener su fundamento, aunque desde luego yo no se lo he visto.

2 comentarios:

Pedro Camello dijo...

Es loable tu actitud, Jolan, de ser accesible a diferentes propuestas, pero yo hace tiempo que escarmenté con este tipo de cosas (aún recuerdo la cantidad de veces que he salido del cine con esa sensación, mezcla de sueño, tedio y sentimiento de que me han tomado el pelo, y lo peor eran las conversaciones posteriores).

No tengo ningún interés en formar parte de la cultura "oficial" ni como culturizado ni como culturizante, ello me priva de ser alguien interesante a ojos de muchos, pero también me priva de que me estafen una y otra vez y de que encima tenga que poner buena cara.

Créeme, es solo una gran hoguera de vanidades, pero es una hoguera hecha con madera podrida, da mucho humo pero calienta muy poco.

Pa ellos.

Por cierto, a mí, en su día, también me llamó la atención la portada, por lo que ya sabes, pero en cuanto leí la contraportada lo solté como si quemara.

Jolan dijo...

Es sorprendente, Pedro, que esa misma gente que pone, por ejemplo, libros de este tipo por las nubes, o películas que forman parte de esa única cultura oficial aceptada -como tú dices-, no sólo son incapaces de comprender que otros rechacen la tendencia general, sino que además tuercen el gesto cuando ven que tus gustos van más por otro lado. ¡La de veces que habré visto esa reacción cuando conocen mi interés por la fantasía o la ficción en general! (y cuando encima eso ocurre en una vertiente ya de por si marginada, como el cómic por ejemplo, es más lamentable aún). En algún que otro sitio he recibido reproches debido a mi mayor inclinación hacia estos géneros, como si con ello llevara la contraria a alguien, ya ves.

Y lo más gracioso del asunto es que en realidad, como decía en el artículo, nunca me he cerrado a ninguna propuesta, y muy a menudo me encuentro ejemplos igual de disfrutables en otros campos que nada tienen que ver con el que más frecuento. Y no es algo que haga por agradar a nadie, sino por propio interés, claro. Otra cosa es que no suela reseñarlas por aquí, porque para eso me apeteció abrir un espacio donde escribir sobre el género con el que más disfruto. Pero eso hay mucha gente que no lo entiende.

En fin, seguiremos padeciendo esas reacciones (ya ni me molestan) por desviarnos del camino principal y, aún más, hasta cierto desprecio por no unirnos a la corriente al alabar mismamente cosas como el libro de Tower.

Saludos!

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