Este es el año dedicado a Ursula K. Le Guin, al menos según el particular homenaje que la editorial Minotauro, poseedora de los derechos de publicación de su obra en España, quiere hacerle en el curso de 2009 dando un empuje a la reedición de parte de su catálogo más clásico y lanzando a la vez algunos de sus títulos más recientes, como ya ha hecho con la tercera y última entrega de la Saga de la Costa Oeste (Poderes) y como está previsto que haga en Septiembre con la novela más reciente de la estadounidense: Lavinia, inspirada en la Eneida de Virgilio. No es nuevo decir por aquí que Le Guin es una de mis autoras predilectas del género.
Sin embargo, antes de su inmersión en el fantástico, fundamentalmente con la célebre Saga de Terramar que le ha dado renombre a nivel internacional, Ursula K. Le Guin ya era una reputada y galardonada escritora en el campo de la ciencia ficción, muy valorada por la crítica. En realidad, su obra no necesita etiquetas y puede ser disfrutada tan placenteramente por los aficionados de un género como del otro. Además, la autora tiene la cualidad y destreza necesarias para saber acercar ambas temáticas sutilmente, sin fricciones ni incongruencias. Y este libro es un claro ejemplo.
El mundo de Rocannon (1966) fue la primera novela y verdadero debut literario, aunque anteriormente ya hubiera escrito algunos relatos cortos, de esta californiana que en la actualidad cuenta con 80 años de edad y una amplia trayectoria a sus espaldas. Pertenece a la serie del Ekumen, también llamado Ciclo Hainish, compuesta por varios de sus éxitos de ciencia ficción referidos a un mismo universo imaginario. Aunque cada una de las novelas que forma parte de este ciclo es totalmente independiente del resto, todas comparten una serie de notas comunes. No sé si la intención de Le Guin en el momento de escribir este libro era la de iniciar la colección o simplemente fue un proceso al que sus posteriores publicaciones se fueron acomodando. El caso es que, salvando las lógicas distancias con las reconocidas obras maestras que ha aportado al Ekumen -La mano izquierda de la oscuridad (1969) y Los desposeídos (1974)- su primera incursión seria y profesional en el mundo de la literatura goza de un talento irreprochable, pocas veces visto en un recién llegado.
Gaverel Rocannon es un exoetnólogo, o lo que es lo mismo, un estudioso de las diversas culturas planetarias que forman parte de la Liga Intergaláctica. Aunque proviene de un planeta de condiciones muy similares a la Tierra (de hecho, su padre adoptivo era un terrestre) se ha pasado la mitad de su existencia recorriendo los mundos de la Liga y analizando sus formas de vida inteligente. La finalidad de su corporación consiste en establecer contacto con las especies más avanzadas de cada planeta sometido a estudio para adelantarlas a un nivel tecnológico aceptable e integrarlas bajo la custodia y supervisión de la Liga, haciendo así frente común, llegado el momento, a un temible enemigo supremo capaz de amenazar la seguridad de todo el universo civilizado.
Un día tiene un encuentro fortuito con una mujer proveniente de un mundo ya explorado pero poco conocido que, a falta de un nombre mejor, recibe el de la misión científica Fomalhaut II. Cuando Semley la Bella, de los Angyar de Hallan, realiza un viaje de ocho años luz para reclamarle una antigua joya de su familia, la atracción y la curiosidad de Rocannon hacia el lugar de origen de la majestuosa y grácil visitante son inmediatas.
Años más tarde, es huésped de la Casa de Hallan y de los descendientes de Semley mientras se encuentra en una expedición que dirige personalmente para recoger más información sobre las diferentes estirpes de Fomalhaut: sus anfitriones, los nobles Angyar y los siervos de estos, los Olgyor; los joviales y profundos Fiia, y los laboriosos pero huraños trogloditas Gdemiar o gredosos. Aunque estas no son las únicas especies con vestigios de inteligencia que habitan el misterioso planeta...
La labor investigadora del equipo se frena cuando una nave de procedencia desconocida irrumpe en el planeta y destruye la de los miembros de su expedición, que mueren en el ataque. A partir de ese momento, Rocannon se encuentra solo y sin medio alguno, atrapado en un mundo ajeno a merced de los invasores. La única posibilidad de avisar a los suyos sobre este repentino ataque contra la Liga, de clamar por su rescate y de proteger a los nativos de este mundo es emprender un largo viaje al inexplorado continente del sudoeste, donde sospecha que los rebeldes han establecido su base, y utilizar las infraestructuras del enemigo para enviar un mensaje de ayuda.
Aunque le acompañan el señor Mogien y algunos de sus sirvientes Olgyor, la travesía desde los Salones de Hallan al Castillo de Breygna -a lomos de las imponentes bestias aladas que les sirven de cabalgaduras- es también interior. Porque en este mundo ignoto y sorprendente, Rocannon tendrá que aprender a medirse como un igual, pese a su superior bagaje intelectual, con sus nuevos compañeros y los seres que encontrará en su camino, así como establecer nexos de comunicación no experimentados hasta entonces que le llevarán a sentir una especie de renacimiento y a constatar su individualidad frente al universo.
El clásico viaje iniciático se hace presente en este relato a caballo entre la fantasía y la realidad de una avanzada era imaginaria, donde la autora quiere mostrarnos el eterno miedo del hombre frente a lo desconocido, el cambio que origina el sufrimiento en la persona y la soledad como forma de conocerse a si mismo. La capacidad de empatía social del protagonista, que con su encierro planetario se ve forzado a tratar más allá de su faceta profesional con culturas totalmente distintas a la propia, le lleva a asimilar una transformación. Rocannon pasa de ser el Señor de las Estrellas -un extranjero distanciado del mundo sobre el que ha aterrizado-, a Olhor el Vagamundo, figura reverenciada que entra a formar parte de la leyenda del mismo hasta el punto de concederle su nombre.
Partiendo del manual de especies inteligentes que el etnólogo consulta desde el principio, nos encontramos con un ecléctico despliegue demográfico del planeta, que Le Guin aprovecha para extrapolar el juego de relaciones entre ellas y aplicar un interesante análisis de sus diferencias. Aunque entre las razas civilizadas de Fomalhaut existe una tolerancia manifiesta, un pacto no escrito de respeto mutuo, esta se ve afectada por ciertos márgenes infranqueables. Lo advertimos, por ejemplo, en el trato de dignidad que los Liuar dispensan sobre los pequeños Fiia; pero también cuando, en cambio, en una conversación entre ambos, Yahan admite -casi ofendido- a Rocannon que ambas comunidades jamás podrían emparentarse. Igual ocurre con la correcta, pero fría, relación de intercambio entre los orgullosos Angyar y los nocturnos gredosos.
Los Angyar son una bella civilización, de tez oscura y cabellos claros, anclada en patrones de conducta y estructuras sociales que podemos situar entre nuestra Edad del Bronce y un temprano periodo medieval. Un escalón por debajo aparecen los sumisos Olgyor, morenos y de piel blanca, que se encuentran a su servicio. Con los Fiia y los Gdemiar se indica un paralelismo similar: frente a la risueña despreocupación de los primeros, contrasta la diligencia de los segundos, de aspecto desagradable y hoscas maneras. Le Guin da así una vuelta a la tortilla de la estratificación social al colocar a las castas de apariencia atractiva y formas exquisitas en el puesto subordinado del desarrollo y a la inversa, al señalar a las razas desfavorecidas como los que tiran del carro del progreso. El asombro de Rocannon, que no alcanza a comprender lo que llevó a los expedicionarios que le antecedieron a desestimar a los Angyar como la línea idónea de contacto sobre la que inducir un avance tecnológico acelerado (claramente mucho más ineficaz de haberse llevado a cabo) en favor de los gredosos, obedece a esta intención de la escritora de retorcer los cánones establecidos de las apariencias. Y es que, si hay un tema con el que Ursula K. Le Guin es especialmente sensible, es este. Tema, por cierto, que también se cuela sin reparos en Terramar, como habrán observado los lectores de la mágica serie al recordar a Kargos y Gonteses.
No es el único parecido que le podemos sacar con la saga del archipiélago, pues aquí también apunta ideas en las que ahondará posteriormente en su carrera literaria, por ejemplo, al tocar fugazmente la importancia de los nombres como forma esencial del conocimiento, en los diálogos que entablan el silencioso Kyo y Rocannon, que a menudo recibe con frustración la ausencia de respuestas del Fian al interrogarle sobre las denominaciones -tan innecesarias para su clan- que dan a ciertos lugares o seres. Otro asunto recurrente es el del equilibrio, esta vez el que se opera entre la paz y el conflicto, con las consecuencias a cualquier escala que supone alterarlo. Una reflexión que me ha parecido interesante, aplicable a los escenarios de tensión actual, es la que lleva a suponer a Rocannon que el ataque sufrido por el planeta procede de uno de los jóvenes mundos asociados a la Liga al que se ha elevado a un nivel tecnológico tal que le ha permitido rebelarse contra sus anteriores aliados, como sucede en el caso de aquellas naciones sobre las que se quiere ejercer un acercamiento a una causa de cuestionable interés, proporcionándoles armamento y conocimientos que, más tarde, se vuelven en contra de su pretendido benefactor.
Por encima de todas esas segundas lecturas, tenemos un relato de aventuras que, si no original en su planteamiento, sí lo es en su desarrollo. El delicioso estilo narrativo de Le Guin (para algunos, sin embargo, lento y de farragosa comprensión), sus descripciones detalladas del entorno natural y la precisa elaboración de personajes carismáticos, conforman una historia que se deja leer con gusto. Pero la sencillez estilística de su pluma no es contraria a un poder de evocación constante: la tenacidad de los héroes cubriendo jornadas bajo la luz de las cinco lunas y superando las adversidades del camino (sin fantasmadas épicas), la incertidumbre del vuelo hacia la vastedad de un territorio que parece infinito o el terror ante el escalofriante encuentro, en su deambular por la silenciosa ciudad colmena de líneas perfectas, con las angelicales criaturas aladas carentes de toda emoción, quedan como episodios dignos de permanecer en nuestra memoria durante largo tiempo.
Por cierto (y perdonad la abstracción), me viene a la cabeza ahora si seré el único en sacar parecido a este libro con la teleserie de ficción Tierra II, emitida por las autonómicas hace unos cuantos años...
No por ser el primer volumen en salir al mercado, El mundo de Rocannon supone el inicio de la cronología del Ekumen, como demuestra la anónima, pero determinante, aparición del ansible, artilugio de transmisión inmediata entre dos puntos a distancias siderales (del que no han vacilado en echar mano varios autores de ci-fi), ideado más tarde en otro de los títulos (Los desposeídos) que forman parte de esta lúcida cosmovisión.
Una de las virtudes que Le Guin también pone de manifiesto en esta obra es su aptitud de concisión; prescindiendo de gruesos volúmenes e inacabables series para condensar, en este caso en apenas 200 páginas, una buena historia contada de principio a fin en su justa extensión; hecho que sin duda se agradece. Contrariamente a la mayor parte de sus novelas, la presente no forma parte del catálogo actual de Minotauro. Pero, además de la antigua edición de Bruguera, hoy día contamos con la reciente reedición (2008) de Edhasa en su colección Nebulae.
Sin embargo, antes de su inmersión en el fantástico, fundamentalmente con la célebre Saga de Terramar que le ha dado renombre a nivel internacional, Ursula K. Le Guin ya era una reputada y galardonada escritora en el campo de la ciencia ficción, muy valorada por la crítica. En realidad, su obra no necesita etiquetas y puede ser disfrutada tan placenteramente por los aficionados de un género como del otro. Además, la autora tiene la cualidad y destreza necesarias para saber acercar ambas temáticas sutilmente, sin fricciones ni incongruencias. Y este libro es un claro ejemplo.
El mundo de Rocannon (1966) fue la primera novela y verdadero debut literario, aunque anteriormente ya hubiera escrito algunos relatos cortos, de esta californiana que en la actualidad cuenta con 80 años de edad y una amplia trayectoria a sus espaldas. Pertenece a la serie del Ekumen, también llamado Ciclo Hainish, compuesta por varios de sus éxitos de ciencia ficción referidos a un mismo universo imaginario. Aunque cada una de las novelas que forma parte de este ciclo es totalmente independiente del resto, todas comparten una serie de notas comunes. No sé si la intención de Le Guin en el momento de escribir este libro era la de iniciar la colección o simplemente fue un proceso al que sus posteriores publicaciones se fueron acomodando. El caso es que, salvando las lógicas distancias con las reconocidas obras maestras que ha aportado al Ekumen -La mano izquierda de la oscuridad (1969) y Los desposeídos (1974)- su primera incursión seria y profesional en el mundo de la literatura goza de un talento irreprochable, pocas veces visto en un recién llegado.
Gaverel Rocannon es un exoetnólogo, o lo que es lo mismo, un estudioso de las diversas culturas planetarias que forman parte de la Liga Intergaláctica. Aunque proviene de un planeta de condiciones muy similares a la Tierra (de hecho, su padre adoptivo era un terrestre) se ha pasado la mitad de su existencia recorriendo los mundos de la Liga y analizando sus formas de vida inteligente. La finalidad de su corporación consiste en establecer contacto con las especies más avanzadas de cada planeta sometido a estudio para adelantarlas a un nivel tecnológico aceptable e integrarlas bajo la custodia y supervisión de la Liga, haciendo así frente común, llegado el momento, a un temible enemigo supremo capaz de amenazar la seguridad de todo el universo civilizado.
Un día tiene un encuentro fortuito con una mujer proveniente de un mundo ya explorado pero poco conocido que, a falta de un nombre mejor, recibe el de la misión científica Fomalhaut II. Cuando Semley la Bella, de los Angyar de Hallan, realiza un viaje de ocho años luz para reclamarle una antigua joya de su familia, la atracción y la curiosidad de Rocannon hacia el lugar de origen de la majestuosa y grácil visitante son inmediatas.
Años más tarde, es huésped de la Casa de Hallan y de los descendientes de Semley mientras se encuentra en una expedición que dirige personalmente para recoger más información sobre las diferentes estirpes de Fomalhaut: sus anfitriones, los nobles Angyar y los siervos de estos, los Olgyor; los joviales y profundos Fiia, y los laboriosos pero huraños trogloditas Gdemiar o gredosos. Aunque estas no son las únicas especies con vestigios de inteligencia que habitan el misterioso planeta...
La labor investigadora del equipo se frena cuando una nave de procedencia desconocida irrumpe en el planeta y destruye la de los miembros de su expedición, que mueren en el ataque. A partir de ese momento, Rocannon se encuentra solo y sin medio alguno, atrapado en un mundo ajeno a merced de los invasores. La única posibilidad de avisar a los suyos sobre este repentino ataque contra la Liga, de clamar por su rescate y de proteger a los nativos de este mundo es emprender un largo viaje al inexplorado continente del sudoeste, donde sospecha que los rebeldes han establecido su base, y utilizar las infraestructuras del enemigo para enviar un mensaje de ayuda.
Aunque le acompañan el señor Mogien y algunos de sus sirvientes Olgyor, la travesía desde los Salones de Hallan al Castillo de Breygna -a lomos de las imponentes bestias aladas que les sirven de cabalgaduras- es también interior. Porque en este mundo ignoto y sorprendente, Rocannon tendrá que aprender a medirse como un igual, pese a su superior bagaje intelectual, con sus nuevos compañeros y los seres que encontrará en su camino, así como establecer nexos de comunicación no experimentados hasta entonces que le llevarán a sentir una especie de renacimiento y a constatar su individualidad frente al universo.
El clásico viaje iniciático se hace presente en este relato a caballo entre la fantasía y la realidad de una avanzada era imaginaria, donde la autora quiere mostrarnos el eterno miedo del hombre frente a lo desconocido, el cambio que origina el sufrimiento en la persona y la soledad como forma de conocerse a si mismo. La capacidad de empatía social del protagonista, que con su encierro planetario se ve forzado a tratar más allá de su faceta profesional con culturas totalmente distintas a la propia, le lleva a asimilar una transformación. Rocannon pasa de ser el Señor de las Estrellas -un extranjero distanciado del mundo sobre el que ha aterrizado-, a Olhor el Vagamundo, figura reverenciada que entra a formar parte de la leyenda del mismo hasta el punto de concederle su nombre.
Partiendo del manual de especies inteligentes que el etnólogo consulta desde el principio, nos encontramos con un ecléctico despliegue demográfico del planeta, que Le Guin aprovecha para extrapolar el juego de relaciones entre ellas y aplicar un interesante análisis de sus diferencias. Aunque entre las razas civilizadas de Fomalhaut existe una tolerancia manifiesta, un pacto no escrito de respeto mutuo, esta se ve afectada por ciertos márgenes infranqueables. Lo advertimos, por ejemplo, en el trato de dignidad que los Liuar dispensan sobre los pequeños Fiia; pero también cuando, en cambio, en una conversación entre ambos, Yahan admite -casi ofendido- a Rocannon que ambas comunidades jamás podrían emparentarse. Igual ocurre con la correcta, pero fría, relación de intercambio entre los orgullosos Angyar y los nocturnos gredosos.
Los Angyar son una bella civilización, de tez oscura y cabellos claros, anclada en patrones de conducta y estructuras sociales que podemos situar entre nuestra Edad del Bronce y un temprano periodo medieval. Un escalón por debajo aparecen los sumisos Olgyor, morenos y de piel blanca, que se encuentran a su servicio. Con los Fiia y los Gdemiar se indica un paralelismo similar: frente a la risueña despreocupación de los primeros, contrasta la diligencia de los segundos, de aspecto desagradable y hoscas maneras. Le Guin da así una vuelta a la tortilla de la estratificación social al colocar a las castas de apariencia atractiva y formas exquisitas en el puesto subordinado del desarrollo y a la inversa, al señalar a las razas desfavorecidas como los que tiran del carro del progreso. El asombro de Rocannon, que no alcanza a comprender lo que llevó a los expedicionarios que le antecedieron a desestimar a los Angyar como la línea idónea de contacto sobre la que inducir un avance tecnológico acelerado (claramente mucho más ineficaz de haberse llevado a cabo) en favor de los gredosos, obedece a esta intención de la escritora de retorcer los cánones establecidos de las apariencias. Y es que, si hay un tema con el que Ursula K. Le Guin es especialmente sensible, es este. Tema, por cierto, que también se cuela sin reparos en Terramar, como habrán observado los lectores de la mágica serie al recordar a Kargos y Gonteses.
No es el único parecido que le podemos sacar con la saga del archipiélago, pues aquí también apunta ideas en las que ahondará posteriormente en su carrera literaria, por ejemplo, al tocar fugazmente la importancia de los nombres como forma esencial del conocimiento, en los diálogos que entablan el silencioso Kyo y Rocannon, que a menudo recibe con frustración la ausencia de respuestas del Fian al interrogarle sobre las denominaciones -tan innecesarias para su clan- que dan a ciertos lugares o seres. Otro asunto recurrente es el del equilibrio, esta vez el que se opera entre la paz y el conflicto, con las consecuencias a cualquier escala que supone alterarlo. Una reflexión que me ha parecido interesante, aplicable a los escenarios de tensión actual, es la que lleva a suponer a Rocannon que el ataque sufrido por el planeta procede de uno de los jóvenes mundos asociados a la Liga al que se ha elevado a un nivel tecnológico tal que le ha permitido rebelarse contra sus anteriores aliados, como sucede en el caso de aquellas naciones sobre las que se quiere ejercer un acercamiento a una causa de cuestionable interés, proporcionándoles armamento y conocimientos que, más tarde, se vuelven en contra de su pretendido benefactor.
Por encima de todas esas segundas lecturas, tenemos un relato de aventuras que, si no original en su planteamiento, sí lo es en su desarrollo. El delicioso estilo narrativo de Le Guin (para algunos, sin embargo, lento y de farragosa comprensión), sus descripciones detalladas del entorno natural y la precisa elaboración de personajes carismáticos, conforman una historia que se deja leer con gusto. Pero la sencillez estilística de su pluma no es contraria a un poder de evocación constante: la tenacidad de los héroes cubriendo jornadas bajo la luz de las cinco lunas y superando las adversidades del camino (sin fantasmadas épicas), la incertidumbre del vuelo hacia la vastedad de un territorio que parece infinito o el terror ante el escalofriante encuentro, en su deambular por la silenciosa ciudad colmena de líneas perfectas, con las angelicales criaturas aladas carentes de toda emoción, quedan como episodios dignos de permanecer en nuestra memoria durante largo tiempo.
Por cierto (y perdonad la abstracción), me viene a la cabeza ahora si seré el único en sacar parecido a este libro con la teleserie de ficción Tierra II, emitida por las autonómicas hace unos cuantos años...
No por ser el primer volumen en salir al mercado, El mundo de Rocannon supone el inicio de la cronología del Ekumen, como demuestra la anónima, pero determinante, aparición del ansible, artilugio de transmisión inmediata entre dos puntos a distancias siderales (del que no han vacilado en echar mano varios autores de ci-fi), ideado más tarde en otro de los títulos (Los desposeídos) que forman parte de esta lúcida cosmovisión.
Una de las virtudes que Le Guin también pone de manifiesto en esta obra es su aptitud de concisión; prescindiendo de gruesos volúmenes e inacabables series para condensar, en este caso en apenas 200 páginas, una buena historia contada de principio a fin en su justa extensión; hecho que sin duda se agradece. Contrariamente a la mayor parte de sus novelas, la presente no forma parte del catálogo actual de Minotauro. Pero, además de la antigua edición de Bruguera, hoy día contamos con la reciente reedición (2008) de Edhasa en su colección Nebulae.
3 comentarios:
Es una de las pocas novelas de Le Guin que no he leído, tarde o temprano caerá.
¡¡Tierra II!! yo también veía esa serie! Aunque me pongo a pensar, y no recuerdo nada de ella, me ha entrado curiosidad por volver a ver algún episodio
A mi también me gustaría volver a ver esos capítulos. Sólo recuerdo que se trataba de una misión para colonizar un planeta de condiciones parecidas a la tierra, pero que por algún motivo se quedaban atrapados allí y contactaban con las distintas especies indígenas. A ver si la encuentro por ahí... Saludos ;)
Buah, se nota que admiras a la autora. Igual que yo, me temo ^^.
En general estoy de acuerdo con todo lo que dices, ha sido un placer leer tu reseña y ver que no soy la única a la que le gusta leer su (gran) contribución a la cifi.
Me ha gustado mucho todo el tema que tocas con respecto a la influenci de esta, una de sus primeras novelas, con respecto a su carrera literaria posterior, como te digo, buena reseña.
Y gracias por leer mi reseña, también ;)
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