No sé si a vosotros os pasará igual, pero a veces encuentro que existe una dificultad previa al acometer la lectura de determinadas obras, ya sea por la fama que precede a la misma o por la trascendencia de otros trabajos de su autor. Tratándose del último libro publicado bajo la bandera del maestro de la literatura fantástica, he vuelto a experimentar esa sensación. Sin embargo, reconozco que mi disposición en el momento de leer nuevamente a Tolkien, una vez transcurridos un buen montón de años de mis lecturas de El Hobbit, El Señor de los Anillos y El Silmarillion, era bastante favorable.
Los Hijos de Húrin no es una novela completamente nueva, como lógicamente se puede entender habiendo dejado Tolkien este mundo hace más de tres décadas. Por supuesto, cualquiera que haya leído El Silmarillion reconocerá de inmediato la historia que se narra en sus páginas. Y es que este relato trágico, que procede de multitud de anotaciones y bocetos del autor inglés, pero que de hecho fue escrito por completo y pulido una y otra vez de principio a fin en sus distintas versiones y estilos, no es sino una revisión coherente y dotada del carácter íntegro de la que carecían sus diferentes retazos y extractos publicados con anterioridad en el Quenta Silmarillion, Las Baladas de Beleriand, el Libro de los Cuentos Perdidos y los Cuentos Inconclusos.
Como ya hiciera con los titulos mencionados, el hijo, albacea y heredero para bien o para mal del trabajo de J.R.R. Tolkien, Christopher Tolkien (ayudado en esta ocasión por su hijo, Adam) ha reconstruido los textos ya existentes que rescató de las notas de su padre para elaborar las versiones reducidas de Túrin Turambar y realizado un exhaustivo estudio de los mismos para recopilar respetuosamente esta magnífica historia que ahora se nos ofrece en el formato que merecía.
No hice mucho caso en su momento de todos esos compendios que aparecieron a título póstumo, tal vez por cierto recelo ante la sospecha de que no se tratase más que de tomos para explotar el fenómeno, exceptuando el propio Silmarillion, que pese a la distancia que me separa de su lectura lo recuerdo como una obra grandiosa. Sin embargo, el relato de Húrin y los suyos (quizá junto a la parte de Númenor) era uno de los capítulos que curiosamente menos poso había dejado en mi memoria, al contrario que la bella historia de Beren y Lúthien, el apasionante nacimiento de los Valar y sus creaciones sobre Arda, o el encuentro de Thingol y Melian. Así que ésta se trataba de una oportunidad excelente para redescubrir una epopeya que de antemano sabía me iba a resultar muy interesante. Por tanto, los vagos recuerdos que aún conservaba se remitían al Silmarillion, libro tocado por el estigma de la inaccesibilidad, al que en cambio yo no encontré tantas dificultades como se le han atribuído (y eso que no tendría más de 15 años cuando lo leí -espero que no suene muy pretencioso, ups), más allá de las muchas referencias toponímicas y genealógicas, tan habituales en Tolkien.
Ya el mismo prefacio de Los Hijos de Húrin nos adelanta que la finalidad de reunir en un solo volumen sin interrupciones la historia de Túrin es precisamente la de acercar el relato al lector, sin perdernos en el nebuloso universo desarrollado para la Primera Edad del Sol tal como puede entenderse en el -para muchos- confuso Silmarillion. A este efecto, podemos comprobar el esfuerzo de Christopher Tolkien por conseguir que esta novela lograra ese objetivo. Pero de hecho, la intención de su padre, como reflejan las reflexiones que en ese sentido dejó por escrito, fue la de crear una serie de cuentos que pudieran entenderse de forma independiente, sin que por ello dejaran de formar parte de algo mucho más grande y encajar a la perfección en un todo enormemente más complejo.
Estamos por tanto ante un libro con entidad propia, que puede leerse sin temor a extraviarse entre las innumerables concepciones del universo tolkieniano. Ello no quiere decir, en cambio, que a menudo en esta aventura no nos vayamos a encontrar inevitablemente referencias cruzadas a otras leyendas, personajes y momentos, que más que confundir la lectura no hacen sino enriquecerla, como las que pueden hallarse en cualquier novela fantástica que sepa desarrollar los muchos aspectos de su propio mundo y ampliar de esta forma sus dimensiones. Pero como he dicho, se ha intentando realizar una labor de simplificación al respecto. En todo caso, según recomienda Christopher Tolkien, y es algo en lo que estoy de acuerdo, lo mejor es dejarse llevar por la narración principal y no preocuparse ni agobiarse demasiado por la elusión más o menos constante de nombres, personas y lugares (ya sabéis, el tipo de cosas al estilo de la tan habitual expresión en cadena 'Turin, hijo de Hurin, hijo de Gador, hijo de...'). Por eso, mi recomendación es que, sin dejar por ello de leer estas partes con el interés que cada uno le quiera dar, os olvidéis un poco de apéndices, cuadros genealógicos, glosarios y notas sobre la pronunciación (a veces un poco innecesarios y sólo confeccionados para los apasionados de la Tierra Media) y paséis casi directamente a la poética y triste historia que constituye la vida de Túrin.
Historia que se sitúa en los años previos a la gran guerra contra Melkor, el Vala rebelde, maestro de Sauron (el conocido Señor Oscuro de la Tercera Edad), y de la que su punto álgido es la Nirnaeth Arnoediad, o Batalla de las Lágrimas Innumerables. Estamos en los tiempos en los que el pueblo de los hombres todavía es joven y apenas un par de generaciones han transcurrido desde que se instalaran en las tierras de Beleriand. Justamente en la introducción del libro se nos habla en forma de breve resumen sobre la historia de los Eldar y de los Hombres, o Edáin, hasta los años anteriores a la terrible época en que se desarrolla esta guerra, así como de la situación de Beleriand y el reparto geográfico de sus pobladores. Por aquel entonces, los descendientes de la Casa de Hador -una de las tres grandes familias de los Hombres que estrecharon lazos con la raza de los elfos- ocupaba la región de Dor-Lómin y las tierras que se extienden al oeste de las Ered Wethrin, o Montañas de la Sombra.
Siendo Húrin un muchacho, en los días que la Batalla de la Llama Súbita sentaba los precedentes del gran enfrentamiento de los pueblos libres contra Morgoth, un episodio fortuíto le llevaría a conocer junto a su hermano Húor la ubicación del reino escondido de Gondolin. Aunque todo aquel que penetrase en los dominios del rey noldorin Turgon no debía volver a traspasar sus fronteras para que el secreto quedase a salvo, eventualmente Húrin y Húor regresaron a su patria, de la que años más tarde el primero se convertiría en el gran señor de la Casa de Hador.
En esos tiempos, la llegada de la Nirnaeth Arnoediad, largamente urdida, precipita la marcha de Húrin Thalion y sus hombres hacia su destino, dejando atrás a su esposa Morwen y su heredero. El comienzo del libro nos introduce en la infancia de Túrin durante los años en los que ve partir a su padre a la guerra. Un niño taciturno, que apenas ríe y habla poco, y en cambio dotado de un profundo corazón, siempre adelantado a su edad, sobre el que Morwen siembra la semilla de la venganza ante la desdicha por la muerte de la pequeña Lalaith, hermana del chico, como consecuencia de las negras artes de Morgoth. Túrin es un niño señalado para convertirse en el gran héroe dramático, como el lector enseguida comprende; depositario de la fuerza y entereza de su padre y del carácter adusto de su madre, que reemplaza la figura ausente del cabeza de familia por la de un viejo sirviente tullido de la casa, y que asiste durante sus primeros años de vida a la incertidumbre sobre el devenir de los Edáin.
La despedida de Húrin a Morwen es particularmente emotiva, como reveladora es la conversación que mantienen sobre el futuro de la Casa de Hador si los acontecimientos acaban en desastre, lo que finalmente sucede. Porque la batalla desencadena la caída de Fingon y la asunción de Turgon de Gondolin como nuevo señor de los Noldor en Beleriand. Turgon logra huir de la contienda y refugiarse de nuevo en su reino oculto tras las montañas, convirtiéndose así en la gran esperanza de los pueblos libres y el foco de oposición más férreo a Morgoth, pero Húrin no corre la misma suerte y es capturado por las hordas del Señor Oscuro, cuyas infructuosas tentaciones para arrancar al gran líder de los hombres el secreto de Gondolin y las burlas que recibe a cambio le llevan a proclamar una tenebrosa maldición sobre toda su estirpe, manteniendo preso a Húrin en lo más alto de los picos del Thangorodrim para que sea testigo de sus efectos.
Los Hijos de Húrin es el cuento sobre esa maldición. Un peso demasiado insoportable (pues no olvidemos se trata de la maldición de un dios) sobre todos los miembros de la familia, pero especialmente sobre Túrin, que tratará de enfrentarse obstinadamente una y otra vez al destino al que ha sido condenado y que le acarreará la desgracia allí donde se encuentre, extendiéndose sobre aquellos que sigan sus pasos. Morwen tratará inicialmente de poner a salvo a su hijo de los tiempos aciagos que se avecinan con la ocupación de Hithlum por los Orientales al servicio de Morgoth, enviándole bajo la custodia del rey Thingol de Doriath a pesar del dolor que para Túrin implica abandonar su casa y a su madre, por entonces encinta de Niënor. Pero tras unos cortos años de paz en Doriath, las circunstancias llevarán a Túrin a escapar del juicio erróneo de Thingol sobre sus actos, y es entonces cuando acompañaremos a este desdichado personaje en su vagabundeo por Beleriand con un doble objetivo: vengar a su padre, restaurando la gloria de su familia, y obtener la ansiada -pero siempre esquiva- serenidad interior que tanto precisa.
Es también una novela de acción y aventuras sorprendentes (mención especial merece en este sentido el capítulo de Mîm, el enano), teñidas constantemente por el regusto amargo de la derrota, con Túrin al mando de un grupo de proscritos, o erigiéndose en jefe guerrero de toda una comarca y hasta convirtiéndose en héroe entre los elfos de Nargothrond. Sus andanzas no estarán exentas de grandes momentos, malinterpretados a menudo como buenos augurios o la superación de su mala suerte, en los que conocerá la amistad verdadera de Beleg Arcofirme, la camaradería de sus seguidores, las victorias guerreras empuñando la temible Gurthang e incluso el más profundo de los sentimientos. Pero la maldición siempre acaba por inmiscuirse de algún modo en todos los aspectos de su vida y malogra todas las tentativas personales de Túrin, sembrando sus días de lealtades truncadas, de éxitos efímeros, de amores imposibles.
Todo el alcance heroico de Tolkien se pone de manifiesto en este título, por lo que los incondicionales del autor británico disfrutarán sin duda con su lectura, pero sin embargo carece de la enorme profundidad emocional que posee El Señor de los Anillos. Es probablemente debido a que este libro tiene un tono más propio de las gestas épicas (arrastrando la influencia de su escritura original en forma de versos aliterados, como en las antiguas sagas anglosajonas en las que Tolkien se inspiraba), dejando a un lado otras facetas que le dan a la trilogía su carácter de obra íntegra de la fantasía. Y ello a pesar de que la personalidad de Túrin como héroe por excelencia esta confeccionada de forma ejemplar, personaje dual que tan pronto da rienda suelta a su orgullo e impetuosidad ('precipitadas son vuestras acciones, hijo de Húrin, como si fuerais todavía el niño que conocí', le dice la señora Aerin de Dor-Lómin) como asume conscientemente la adversidad de la que es portador ('a causa de mi cólera y mis acciones precipitadas arrojo una sombra dondequiera que voy'), capaz en esas circunstancias de adoptar otros nombres (Turambar, Amo del Destino) y dar la espalda a su sangre, en un amago desesperado por borrar el infortunio que le marca allí donde se dirige y que ocasiona que toda actividad que emprende salga torcida. La comparativa de la vida de Túrin con la de cualquier nombre destacado de las tragedias griegas, especialmente en el desenlace de la novela, es notoria.
Personalmente, ha sido agradable degustar nuevamente, después de tantos años, la exquisita prosa de Tolkien. Claramente, la forma novelada en la que ha sido compuesta la vuelve mucho más amena que la versión que aparecía en el Silmarillion, y las escasas 200 páginas de que consta no permiten que la cadena de avatares que sacuden a Túrin llegue a hacerse repetitiva. Es verdad que hay un punto en la historia, la parte final desde la caída de Nargothrond y la llegada a Amon Obel hasta el enfrentamiento con Glaurung, en la que se nota una cierta ruptura en la dinámina de la narración, motivada por el hecho de que estas secuencias fueron escritas mucho tiempo después; un defecto achacable a la prolongación de su desarrollo a lo largo de décadas enteras (los pasajes iniciales se fraguaron ya en 1918). Para subsanarlo, si bien no es un inconveniente determinante ni especialmente apreciable, los apéndices sobre la evolución y composición del texto que Christopher Tolkien ha tenido a bien incluir, cubren las lagunas inevitables que hayan podido surgir al parchear las distintas versiones reunificadas en este volumen.
No podemos obviar, estando ante un trabajo ilustrado como este, las maravillosas láminas a color y dibujos a carboncillo que Alan Lee, que no vaciló en participar en este proyecto al igual que hiciera con la edición ilustrada de El Señor de los Anillos, ha compuesto para la ocasión. Un deleite visual que recorre algunas de las escenas más memorables del libro: 8 pinturas principales y un buen montón de pequeños dibujos con los que ha sabido complementar artísticamente la esencia legendaria del cuento. Al final del libro también se ha añadido el consabido mapa de Beleriand, que esta vez indica únicamente los enclaves necesarios para seguir el azoroso recorrido de Túrin y no aturdir al lector en una marea de localizaciones.
Para muchos -me incluyo- la publicación de Los Hijos de Húrin ha planteado varias preguntas posteriores. Una de ellas sería si está abierta la posibilidad de recopilar otros conocidos relatos de la Tierra Media (seguramente La balada de Leithian, más conocido como la historia de Beren y Luthien, sea el principal candidato y el más atractivo). Otra, la de una posible adaptación del drama de Túrin a la gran pantalla. La respuesta a ambas disyuntivas es, por el momento, negativa. En el primer caso debido a la inexistencia de una base tan extensa como la de este último libro. Sencillamente, el material que Tolkien dejó sobre otras leyendas no es tan sólido y amplio como en el caso de Los Hijos de Húrin, por lo que una edición independiente sería menos factible, aunque no es algo descabellado. Por lo que se refiere a la segunda cuestión, supongo que bastante lío hay montado actualmente con la preparación de la versión cinematográfica de El Hobbit como para tener la vista puesta en otros proyectos similares para un futuro.
Disfrutemos por tanto de lo que ya tenemos, y como bien le aconsejaba el viejo Labadal a Túrin: 'Déjense en paz los días que aún no se ven. El de hoy es más que suficiente.' Para quienes no llegaran a atreverse con la densidad de El Silmarillion, pero tengan a El Señor de los Anillos como uno de sus libros de cabecera, que no lo dejen pasar. ¡Os deseo un feliz reencuentro con papá Tolkien!
Los Hijos de Húrin no es una novela completamente nueva, como lógicamente se puede entender habiendo dejado Tolkien este mundo hace más de tres décadas. Por supuesto, cualquiera que haya leído El Silmarillion reconocerá de inmediato la historia que se narra en sus páginas. Y es que este relato trágico, que procede de multitud de anotaciones y bocetos del autor inglés, pero que de hecho fue escrito por completo y pulido una y otra vez de principio a fin en sus distintas versiones y estilos, no es sino una revisión coherente y dotada del carácter íntegro de la que carecían sus diferentes retazos y extractos publicados con anterioridad en el Quenta Silmarillion, Las Baladas de Beleriand, el Libro de los Cuentos Perdidos y los Cuentos Inconclusos.
Como ya hiciera con los titulos mencionados, el hijo, albacea y heredero para bien o para mal del trabajo de J.R.R. Tolkien, Christopher Tolkien (ayudado en esta ocasión por su hijo, Adam) ha reconstruido los textos ya existentes que rescató de las notas de su padre para elaborar las versiones reducidas de Túrin Turambar y realizado un exhaustivo estudio de los mismos para recopilar respetuosamente esta magnífica historia que ahora se nos ofrece en el formato que merecía.
No hice mucho caso en su momento de todos esos compendios que aparecieron a título póstumo, tal vez por cierto recelo ante la sospecha de que no se tratase más que de tomos para explotar el fenómeno, exceptuando el propio Silmarillion, que pese a la distancia que me separa de su lectura lo recuerdo como una obra grandiosa. Sin embargo, el relato de Húrin y los suyos (quizá junto a la parte de Númenor) era uno de los capítulos que curiosamente menos poso había dejado en mi memoria, al contrario que la bella historia de Beren y Lúthien, el apasionante nacimiento de los Valar y sus creaciones sobre Arda, o el encuentro de Thingol y Melian. Así que ésta se trataba de una oportunidad excelente para redescubrir una epopeya que de antemano sabía me iba a resultar muy interesante. Por tanto, los vagos recuerdos que aún conservaba se remitían al Silmarillion, libro tocado por el estigma de la inaccesibilidad, al que en cambio yo no encontré tantas dificultades como se le han atribuído (y eso que no tendría más de 15 años cuando lo leí -espero que no suene muy pretencioso, ups), más allá de las muchas referencias toponímicas y genealógicas, tan habituales en Tolkien.
Ya el mismo prefacio de Los Hijos de Húrin nos adelanta que la finalidad de reunir en un solo volumen sin interrupciones la historia de Túrin es precisamente la de acercar el relato al lector, sin perdernos en el nebuloso universo desarrollado para la Primera Edad del Sol tal como puede entenderse en el -para muchos- confuso Silmarillion. A este efecto, podemos comprobar el esfuerzo de Christopher Tolkien por conseguir que esta novela lograra ese objetivo. Pero de hecho, la intención de su padre, como reflejan las reflexiones que en ese sentido dejó por escrito, fue la de crear una serie de cuentos que pudieran entenderse de forma independiente, sin que por ello dejaran de formar parte de algo mucho más grande y encajar a la perfección en un todo enormemente más complejo.
Estamos por tanto ante un libro con entidad propia, que puede leerse sin temor a extraviarse entre las innumerables concepciones del universo tolkieniano. Ello no quiere decir, en cambio, que a menudo en esta aventura no nos vayamos a encontrar inevitablemente referencias cruzadas a otras leyendas, personajes y momentos, que más que confundir la lectura no hacen sino enriquecerla, como las que pueden hallarse en cualquier novela fantástica que sepa desarrollar los muchos aspectos de su propio mundo y ampliar de esta forma sus dimensiones. Pero como he dicho, se ha intentando realizar una labor de simplificación al respecto. En todo caso, según recomienda Christopher Tolkien, y es algo en lo que estoy de acuerdo, lo mejor es dejarse llevar por la narración principal y no preocuparse ni agobiarse demasiado por la elusión más o menos constante de nombres, personas y lugares (ya sabéis, el tipo de cosas al estilo de la tan habitual expresión en cadena 'Turin, hijo de Hurin, hijo de Gador, hijo de...'). Por eso, mi recomendación es que, sin dejar por ello de leer estas partes con el interés que cada uno le quiera dar, os olvidéis un poco de apéndices, cuadros genealógicos, glosarios y notas sobre la pronunciación (a veces un poco innecesarios y sólo confeccionados para los apasionados de la Tierra Media) y paséis casi directamente a la poética y triste historia que constituye la vida de Túrin.
Historia que se sitúa en los años previos a la gran guerra contra Melkor, el Vala rebelde, maestro de Sauron (el conocido Señor Oscuro de la Tercera Edad), y de la que su punto álgido es la Nirnaeth Arnoediad, o Batalla de las Lágrimas Innumerables. Estamos en los tiempos en los que el pueblo de los hombres todavía es joven y apenas un par de generaciones han transcurrido desde que se instalaran en las tierras de Beleriand. Justamente en la introducción del libro se nos habla en forma de breve resumen sobre la historia de los Eldar y de los Hombres, o Edáin, hasta los años anteriores a la terrible época en que se desarrolla esta guerra, así como de la situación de Beleriand y el reparto geográfico de sus pobladores. Por aquel entonces, los descendientes de la Casa de Hador -una de las tres grandes familias de los Hombres que estrecharon lazos con la raza de los elfos- ocupaba la región de Dor-Lómin y las tierras que se extienden al oeste de las Ered Wethrin, o Montañas de la Sombra.
Siendo Húrin un muchacho, en los días que la Batalla de la Llama Súbita sentaba los precedentes del gran enfrentamiento de los pueblos libres contra Morgoth, un episodio fortuíto le llevaría a conocer junto a su hermano Húor la ubicación del reino escondido de Gondolin. Aunque todo aquel que penetrase en los dominios del rey noldorin Turgon no debía volver a traspasar sus fronteras para que el secreto quedase a salvo, eventualmente Húrin y Húor regresaron a su patria, de la que años más tarde el primero se convertiría en el gran señor de la Casa de Hador.
En esos tiempos, la llegada de la Nirnaeth Arnoediad, largamente urdida, precipita la marcha de Húrin Thalion y sus hombres hacia su destino, dejando atrás a su esposa Morwen y su heredero. El comienzo del libro nos introduce en la infancia de Túrin durante los años en los que ve partir a su padre a la guerra. Un niño taciturno, que apenas ríe y habla poco, y en cambio dotado de un profundo corazón, siempre adelantado a su edad, sobre el que Morwen siembra la semilla de la venganza ante la desdicha por la muerte de la pequeña Lalaith, hermana del chico, como consecuencia de las negras artes de Morgoth. Túrin es un niño señalado para convertirse en el gran héroe dramático, como el lector enseguida comprende; depositario de la fuerza y entereza de su padre y del carácter adusto de su madre, que reemplaza la figura ausente del cabeza de familia por la de un viejo sirviente tullido de la casa, y que asiste durante sus primeros años de vida a la incertidumbre sobre el devenir de los Edáin.
La despedida de Húrin a Morwen es particularmente emotiva, como reveladora es la conversación que mantienen sobre el futuro de la Casa de Hador si los acontecimientos acaban en desastre, lo que finalmente sucede. Porque la batalla desencadena la caída de Fingon y la asunción de Turgon de Gondolin como nuevo señor de los Noldor en Beleriand. Turgon logra huir de la contienda y refugiarse de nuevo en su reino oculto tras las montañas, convirtiéndose así en la gran esperanza de los pueblos libres y el foco de oposición más férreo a Morgoth, pero Húrin no corre la misma suerte y es capturado por las hordas del Señor Oscuro, cuyas infructuosas tentaciones para arrancar al gran líder de los hombres el secreto de Gondolin y las burlas que recibe a cambio le llevan a proclamar una tenebrosa maldición sobre toda su estirpe, manteniendo preso a Húrin en lo más alto de los picos del Thangorodrim para que sea testigo de sus efectos.
Los Hijos de Húrin es el cuento sobre esa maldición. Un peso demasiado insoportable (pues no olvidemos se trata de la maldición de un dios) sobre todos los miembros de la familia, pero especialmente sobre Túrin, que tratará de enfrentarse obstinadamente una y otra vez al destino al que ha sido condenado y que le acarreará la desgracia allí donde se encuentre, extendiéndose sobre aquellos que sigan sus pasos. Morwen tratará inicialmente de poner a salvo a su hijo de los tiempos aciagos que se avecinan con la ocupación de Hithlum por los Orientales al servicio de Morgoth, enviándole bajo la custodia del rey Thingol de Doriath a pesar del dolor que para Túrin implica abandonar su casa y a su madre, por entonces encinta de Niënor. Pero tras unos cortos años de paz en Doriath, las circunstancias llevarán a Túrin a escapar del juicio erróneo de Thingol sobre sus actos, y es entonces cuando acompañaremos a este desdichado personaje en su vagabundeo por Beleriand con un doble objetivo: vengar a su padre, restaurando la gloria de su familia, y obtener la ansiada -pero siempre esquiva- serenidad interior que tanto precisa.
Es también una novela de acción y aventuras sorprendentes (mención especial merece en este sentido el capítulo de Mîm, el enano), teñidas constantemente por el regusto amargo de la derrota, con Túrin al mando de un grupo de proscritos, o erigiéndose en jefe guerrero de toda una comarca y hasta convirtiéndose en héroe entre los elfos de Nargothrond. Sus andanzas no estarán exentas de grandes momentos, malinterpretados a menudo como buenos augurios o la superación de su mala suerte, en los que conocerá la amistad verdadera de Beleg Arcofirme, la camaradería de sus seguidores, las victorias guerreras empuñando la temible Gurthang e incluso el más profundo de los sentimientos. Pero la maldición siempre acaba por inmiscuirse de algún modo en todos los aspectos de su vida y malogra todas las tentativas personales de Túrin, sembrando sus días de lealtades truncadas, de éxitos efímeros, de amores imposibles.
Todo el alcance heroico de Tolkien se pone de manifiesto en este título, por lo que los incondicionales del autor británico disfrutarán sin duda con su lectura, pero sin embargo carece de la enorme profundidad emocional que posee El Señor de los Anillos. Es probablemente debido a que este libro tiene un tono más propio de las gestas épicas (arrastrando la influencia de su escritura original en forma de versos aliterados, como en las antiguas sagas anglosajonas en las que Tolkien se inspiraba), dejando a un lado otras facetas que le dan a la trilogía su carácter de obra íntegra de la fantasía. Y ello a pesar de que la personalidad de Túrin como héroe por excelencia esta confeccionada de forma ejemplar, personaje dual que tan pronto da rienda suelta a su orgullo e impetuosidad ('precipitadas son vuestras acciones, hijo de Húrin, como si fuerais todavía el niño que conocí', le dice la señora Aerin de Dor-Lómin) como asume conscientemente la adversidad de la que es portador ('a causa de mi cólera y mis acciones precipitadas arrojo una sombra dondequiera que voy'), capaz en esas circunstancias de adoptar otros nombres (Turambar, Amo del Destino) y dar la espalda a su sangre, en un amago desesperado por borrar el infortunio que le marca allí donde se dirige y que ocasiona que toda actividad que emprende salga torcida. La comparativa de la vida de Túrin con la de cualquier nombre destacado de las tragedias griegas, especialmente en el desenlace de la novela, es notoria.
Personalmente, ha sido agradable degustar nuevamente, después de tantos años, la exquisita prosa de Tolkien. Claramente, la forma novelada en la que ha sido compuesta la vuelve mucho más amena que la versión que aparecía en el Silmarillion, y las escasas 200 páginas de que consta no permiten que la cadena de avatares que sacuden a Túrin llegue a hacerse repetitiva. Es verdad que hay un punto en la historia, la parte final desde la caída de Nargothrond y la llegada a Amon Obel hasta el enfrentamiento con Glaurung, en la que se nota una cierta ruptura en la dinámina de la narración, motivada por el hecho de que estas secuencias fueron escritas mucho tiempo después; un defecto achacable a la prolongación de su desarrollo a lo largo de décadas enteras (los pasajes iniciales se fraguaron ya en 1918). Para subsanarlo, si bien no es un inconveniente determinante ni especialmente apreciable, los apéndices sobre la evolución y composición del texto que Christopher Tolkien ha tenido a bien incluir, cubren las lagunas inevitables que hayan podido surgir al parchear las distintas versiones reunificadas en este volumen.
No podemos obviar, estando ante un trabajo ilustrado como este, las maravillosas láminas a color y dibujos a carboncillo que Alan Lee, que no vaciló en participar en este proyecto al igual que hiciera con la edición ilustrada de El Señor de los Anillos, ha compuesto para la ocasión. Un deleite visual que recorre algunas de las escenas más memorables del libro: 8 pinturas principales y un buen montón de pequeños dibujos con los que ha sabido complementar artísticamente la esencia legendaria del cuento. Al final del libro también se ha añadido el consabido mapa de Beleriand, que esta vez indica únicamente los enclaves necesarios para seguir el azoroso recorrido de Túrin y no aturdir al lector en una marea de localizaciones.
Para muchos -me incluyo- la publicación de Los Hijos de Húrin ha planteado varias preguntas posteriores. Una de ellas sería si está abierta la posibilidad de recopilar otros conocidos relatos de la Tierra Media (seguramente La balada de Leithian, más conocido como la historia de Beren y Luthien, sea el principal candidato y el más atractivo). Otra, la de una posible adaptación del drama de Túrin a la gran pantalla. La respuesta a ambas disyuntivas es, por el momento, negativa. En el primer caso debido a la inexistencia de una base tan extensa como la de este último libro. Sencillamente, el material que Tolkien dejó sobre otras leyendas no es tan sólido y amplio como en el caso de Los Hijos de Húrin, por lo que una edición independiente sería menos factible, aunque no es algo descabellado. Por lo que se refiere a la segunda cuestión, supongo que bastante lío hay montado actualmente con la preparación de la versión cinematográfica de El Hobbit como para tener la vista puesta en otros proyectos similares para un futuro.
Disfrutemos por tanto de lo que ya tenemos, y como bien le aconsejaba el viejo Labadal a Túrin: 'Déjense en paz los días que aún no se ven. El de hoy es más que suficiente.' Para quienes no llegaran a atreverse con la densidad de El Silmarillion, pero tengan a El Señor de los Anillos como uno de sus libros de cabecera, que no lo dejen pasar. ¡Os deseo un feliz reencuentro con papá Tolkien!
6 comentarios:
No sé si algún día me compraré esta novela, pero sí que me interesaría leer la historia, Túrin es mi personaje tolkeniano favorito. Me gustaría saber qué cambios pueda tener esta versión respecto a la de El Silmarillion, los Cuentos Perdidos, y mi favorita, la de los Cuentos Inconclusos
Si has leído todos los compendios que enumeras, realmente no vas a hallar muchas diferencias en esta versión. La ventaja es la de tenerlo reunido en un tomo único que, logicamente, amplia algo la historia -siendo muy fiel a las notas originales- y le da así mayor coherencia. Eso, además de disfrutar de los dibujos de Alan Lee. Saludos!
Excelente post, desde luego.
Me gustó bastante este libro, aunque la historia de Túrin siempre me ha dado mucha penica...
En todo caso yo también lo recomiendo para los amantes de JRR Tolkien.
Helen:
Sí, es una novela con un gran peso dramático, y ahí es donde precisamente reside uno de sus mayores atractivos. Una gran historia de Tolkien.
Si me he leido la historia y me parecio muy interesante se la recomiendo a todos
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