'A furare normannorum liberanos Domine' (De la furia de los hombres del norte, líbranos Señor).
Siempre me ha sorprendido esta expresión que pasó a convertirse en la nueva plegaria de monasterios y conventos durante los siglos VIII a XI ante la amenaza de los temibles vikingos. Uno llega a preguntarse sobre la magnitud de los acontecimientos que pueden llevar a incorporar semejante súplica a los rezos diarios. Una frase que denota la apreciación que de ellos se tenía en la Europa cristiana altomedieval, pero que ni mucho menos sintetiza la aportación a la historia de la fecunda civilización nórdica.
La lectura de este libro de Manuel Velasco, incansable estudioso, viajero e investigador de la cultura vikinga, me ha venido de perlas para documentarme de una forma un poquito más profunda en algunas de mis últimas incursiones en el tema ya sea a través de libros, comics o películas. Incluido en la colección 'Breve historia...' no pretende ser un ensayo exhaustivo docente, sino uno de esos entretenidos libros divulgativos que nos permiten conocer de una forma amable algunos pasajes de la historia como aquellos con los que nos deleitaba el reciente y tristemente fallecido Juan Antonio Cebrián, director de esta colección (que es otro de los legados del añorado locutor nocturno).
La obra comienza desterrando viejos mitos y creencias para abordar de una forma seria pero amena la contribución de los vikingos a la historia. De este modo, ya nos podemos ir olvidando de esa idea de pueblo exclusivamente guerrero (pues destacaron enormemente en facetas tan distintas como navegantes, granjeros, artesanos, colonizadores y mercaderes, por mencionar algunas), pertrechados de cascos con cuernos (que sólo utilizaban para beber y nunca llevaron sobre sus yelmos) a los que se tilda por igual como 'vikingos'. En realidad, este término sólo era aplicable para aquellos que decidían embarcarse en expediciones de asalto, y por tanto, se queda muy incompleto para definirlos.
Esta imagen negativa que nos ha trasmitido la historia desde aquel famoso episodio del monasterio inglés de Lindisfarne queda matizada cuando, a través de un Thorstein cualquiera -es decir, examinando junto al autor la evolución del día a día durante el periodo vikingo de un jarl (o jefe de clan) ficticio que pudo habitar, como muchos otros, los territorios escandinavos, comprobamos que su cotidianeidad en realidad no distaba mucho de la que se pudiera llevar en otras regiones 'más civilizadas' de Europa. A la vez que cuidaban de sus granjas y sus reses, no dejaban de cultivar buenos usos como la hospitalidad para con sus vecinos, la higiene, las celebraciones religiosas de todo tipo y el mantenimiento de una sociedad que, no por estratificada, debiera tener peor consideración que la de sus contemporáneos del sur (los thralls o esclavos estaban mejor tratados y las mujeres gozaban de ciertos beneficios, propiedad privada y divorcio incluido, impensables para esa época en otros lugares). Si a esto añadimos una cultura muy rica, con sus propias sagas y relatos poéticos, una escritura rúnica bien desarrollada incluso de aplicación para cuestiones mundanas, una forma de imponerse leyes y costumbres bajo la Asamblea o Thing y una concepción del mundo sobrenatural perfectamente diseñada, enseguida nos damos cuenta de lo equivocado que puede estar quien etiquete a esta civilización de bárbara.
Es verdad que los asaltos y ataques a las costas europeas fueron una práctica común durante las correrías que llevaban a cabo en la época estival, siempre a bordo de sus impresionantes langskips, más conocidos como drakkars (sus barcos más populares, pero no menos numerosos que los knars que usaban para el comercio o el descubrimiento de nuevas tierras). Pero ello no fue sino el resultado de la superpoblación, debida en parte precisamente a la prosperidad que alcanzaron, y a un recrudecimiento de sus condiciones de vida. Es decir, como recurso o válvula de escape ante ciertas dificultades, y no necesariamente en una modalidad más cruel que otras prácticas habituales de la época.
Si analizamos su faceta de comerciantes es sorprendente comprobar que abrieron las rutas de comercio más largas de aquellos tiempos, que llegaban desde Constantinopla, y aún Bagdad, hasta Groenlandia. Y como viajeros y colonizadores ya sabemos que no tenían rival: cuando su asentamiento en territorio inglés era un hecho (allí establecieron el famoso danelag) ya estaban presentes también en Irlanda, las islas del Atlántico norte (Orcadas, Feroe, Shetland) e Islandia (único estado europeo medieval carente de autoridad real, a modo de una primitiva república). Naturalmente ahí no quedaría la cosa: los que optaron por tomar las rutas del este (sobre todo los suecos, más orientados a la colonización que a la guerra, y a los que se conocería como varegos) fundarían importantes ciudades a lo largo de la cuenca del Dniéper en lo que se puede considerar la semilla del futuro imperio ruso. Y desde Islandia se empezarían a aventurar en los desconocidos mares del oeste hasta llegar a Groenlandia, la 'tierra verde', (en una inusual campaña publicitaria a cargo de Erik el Rojo), donde levantaron varias prósperas colonias. Desde aquellos aislados lugares, el paso a las costas de Labrador y la isla de Terranova (Vinlandia para ellos), ya en el nuevo mundo, sería cuestión de poco tiempo; aunque las dificultades con los nativos complicaran las cosas hasta el punto del abandono de aquellas tierras, que no serían redescubiertas hasta varios siglos más tarde. Dentro de Europa, la insistencia de sus ataques se vería recompensada con la concesión del territorio de Normandía, lugar desde el que sus descendientes darían el salto a la conquista definitiva de Inglaterra.
Todos estos movimientos traerían inevitablemente un intercambio cultural que propició la gradual implantación del cristianismo y la feudalización sobre todo en la península de Jutlandia. Un intercambio con el que no en todo momento salieron ganando, al olvidarse casi con empeño de su rica tradición pagana y, por ejemplo, condenar a la mujer a la posición social de entonces, en una maniobra de progresiva tolerancia cero hacia las antiguas formas y creencias. Hasta sus incursiones guerreras, cada vez menos frecuentes, pasaron a convertirse en un mero asalto de extorsión sobre sus víctimas. Y en Escandinavia comenzarían a producirse movimientos de integración bajo un único rey, al modo de lo que ocurría en el resto de Europa.
Una segunda parte del libro aborda todo lo relativo a la mitología vikinga y su simbolismo. De esta forma, comprobamos que a través de sus Eddas se concedieron una visión del mundo divino no menos complejo que el de la mitología griega, por ejemplo, con una concepción del apocalipsis (Ragnarok) que daría lugar a una constante renovación a partir del caos original. Hasta entonces, Odín y los suyos (sobre todo el omnipresente Thor) se prepararían para esa batalla final, eterna representación del bien contra el mal, en la que les van a acompañar los caídos valientemente en combate, einherjar, que serían recibidos en el Valhalla por Freya y sus hermosas Valkirias. Cuando llegase el momento, anunciado por el cuerno de Heimdall, todos los seres de los nueve mundos (elfos, enanos, gigantes, etc) serían convocados para esa lucha sin esperanza. Ningún ser vivo escapará de tan cruel destino, porque entre todos configuran el futuro del universo. La Edda sobre 'La muerte de Balder' y la intervención del traicionero Loki en la misma, es especialmente instructiva para dar a conocer esta curiosa historia.
Los anexos también nos ilustran sobre otras cuestiones esotéricas, como las abundantes piedras rúnicas, seres espirituales y entes protectores (landvaettir) o las peculiaridades de la magia femenina, el Seidr, como otra manifestación de las prerrogativas de la mujer en la cultura vikinga.
No podemos omitir los interesantes retazos de sagas, que los poetas se encargarían de transmitir pasando de la tradición oral a la escrita, y que salpican todo el volumen. Algunas hacen mención a esa cosmogonía que he citado, pero también las hay que narran aventuras llenas de emoción, como las de Erik el Rojo y su hijo, Leif el Afortunado, en sus viajes que les llevarían a descubrir tierras hasta entonces desconocidas. Debemos el conocimiento de muchas de estas historias al laborioso trabajo de recopilación del islandés Snorri Sturlusson.
La verdad que este libro es muy recomendable para los que quieran ahondar en el conocimiento del mundo vikingo, y está lleno de curiosidades que no dejan indiferente, como los relatos sobre los siempre enigmáticos y temibles berserkers, las hazañas de Harald Bluetooth (sí, el apellido de este danés serviría para apodar siglos más tarde la tecnología móvil) o el paso de los vikingos por la península ibérica. Ojalá el Bifrost siga abierto durante muchas centurias y nos permita adentrarnos en este universo inagotable que constituye la cultura nórdica.
Más información en Territorio Vikingo, web del autor.
Siempre me ha sorprendido esta expresión que pasó a convertirse en la nueva plegaria de monasterios y conventos durante los siglos VIII a XI ante la amenaza de los temibles vikingos. Uno llega a preguntarse sobre la magnitud de los acontecimientos que pueden llevar a incorporar semejante súplica a los rezos diarios. Una frase que denota la apreciación que de ellos se tenía en la Europa cristiana altomedieval, pero que ni mucho menos sintetiza la aportación a la historia de la fecunda civilización nórdica.
La lectura de este libro de Manuel Velasco, incansable estudioso, viajero e investigador de la cultura vikinga, me ha venido de perlas para documentarme de una forma un poquito más profunda en algunas de mis últimas incursiones en el tema ya sea a través de libros, comics o películas. Incluido en la colección 'Breve historia...' no pretende ser un ensayo exhaustivo docente, sino uno de esos entretenidos libros divulgativos que nos permiten conocer de una forma amable algunos pasajes de la historia como aquellos con los que nos deleitaba el reciente y tristemente fallecido Juan Antonio Cebrián, director de esta colección (que es otro de los legados del añorado locutor nocturno).
La obra comienza desterrando viejos mitos y creencias para abordar de una forma seria pero amena la contribución de los vikingos a la historia. De este modo, ya nos podemos ir olvidando de esa idea de pueblo exclusivamente guerrero (pues destacaron enormemente en facetas tan distintas como navegantes, granjeros, artesanos, colonizadores y mercaderes, por mencionar algunas), pertrechados de cascos con cuernos (que sólo utilizaban para beber y nunca llevaron sobre sus yelmos) a los que se tilda por igual como 'vikingos'. En realidad, este término sólo era aplicable para aquellos que decidían embarcarse en expediciones de asalto, y por tanto, se queda muy incompleto para definirlos.
Esta imagen negativa que nos ha trasmitido la historia desde aquel famoso episodio del monasterio inglés de Lindisfarne queda matizada cuando, a través de un Thorstein cualquiera -es decir, examinando junto al autor la evolución del día a día durante el periodo vikingo de un jarl (o jefe de clan) ficticio que pudo habitar, como muchos otros, los territorios escandinavos, comprobamos que su cotidianeidad en realidad no distaba mucho de la que se pudiera llevar en otras regiones 'más civilizadas' de Europa. A la vez que cuidaban de sus granjas y sus reses, no dejaban de cultivar buenos usos como la hospitalidad para con sus vecinos, la higiene, las celebraciones religiosas de todo tipo y el mantenimiento de una sociedad que, no por estratificada, debiera tener peor consideración que la de sus contemporáneos del sur (los thralls o esclavos estaban mejor tratados y las mujeres gozaban de ciertos beneficios, propiedad privada y divorcio incluido, impensables para esa época en otros lugares). Si a esto añadimos una cultura muy rica, con sus propias sagas y relatos poéticos, una escritura rúnica bien desarrollada incluso de aplicación para cuestiones mundanas, una forma de imponerse leyes y costumbres bajo la Asamblea o Thing y una concepción del mundo sobrenatural perfectamente diseñada, enseguida nos damos cuenta de lo equivocado que puede estar quien etiquete a esta civilización de bárbara.
Es verdad que los asaltos y ataques a las costas europeas fueron una práctica común durante las correrías que llevaban a cabo en la época estival, siempre a bordo de sus impresionantes langskips, más conocidos como drakkars (sus barcos más populares, pero no menos numerosos que los knars que usaban para el comercio o el descubrimiento de nuevas tierras). Pero ello no fue sino el resultado de la superpoblación, debida en parte precisamente a la prosperidad que alcanzaron, y a un recrudecimiento de sus condiciones de vida. Es decir, como recurso o válvula de escape ante ciertas dificultades, y no necesariamente en una modalidad más cruel que otras prácticas habituales de la época.
Si analizamos su faceta de comerciantes es sorprendente comprobar que abrieron las rutas de comercio más largas de aquellos tiempos, que llegaban desde Constantinopla, y aún Bagdad, hasta Groenlandia. Y como viajeros y colonizadores ya sabemos que no tenían rival: cuando su asentamiento en territorio inglés era un hecho (allí establecieron el famoso danelag) ya estaban presentes también en Irlanda, las islas del Atlántico norte (Orcadas, Feroe, Shetland) e Islandia (único estado europeo medieval carente de autoridad real, a modo de una primitiva república). Naturalmente ahí no quedaría la cosa: los que optaron por tomar las rutas del este (sobre todo los suecos, más orientados a la colonización que a la guerra, y a los que se conocería como varegos) fundarían importantes ciudades a lo largo de la cuenca del Dniéper en lo que se puede considerar la semilla del futuro imperio ruso. Y desde Islandia se empezarían a aventurar en los desconocidos mares del oeste hasta llegar a Groenlandia, la 'tierra verde', (en una inusual campaña publicitaria a cargo de Erik el Rojo), donde levantaron varias prósperas colonias. Desde aquellos aislados lugares, el paso a las costas de Labrador y la isla de Terranova (Vinlandia para ellos), ya en el nuevo mundo, sería cuestión de poco tiempo; aunque las dificultades con los nativos complicaran las cosas hasta el punto del abandono de aquellas tierras, que no serían redescubiertas hasta varios siglos más tarde. Dentro de Europa, la insistencia de sus ataques se vería recompensada con la concesión del territorio de Normandía, lugar desde el que sus descendientes darían el salto a la conquista definitiva de Inglaterra.
Todos estos movimientos traerían inevitablemente un intercambio cultural que propició la gradual implantación del cristianismo y la feudalización sobre todo en la península de Jutlandia. Un intercambio con el que no en todo momento salieron ganando, al olvidarse casi con empeño de su rica tradición pagana y, por ejemplo, condenar a la mujer a la posición social de entonces, en una maniobra de progresiva tolerancia cero hacia las antiguas formas y creencias. Hasta sus incursiones guerreras, cada vez menos frecuentes, pasaron a convertirse en un mero asalto de extorsión sobre sus víctimas. Y en Escandinavia comenzarían a producirse movimientos de integración bajo un único rey, al modo de lo que ocurría en el resto de Europa.
Una segunda parte del libro aborda todo lo relativo a la mitología vikinga y su simbolismo. De esta forma, comprobamos que a través de sus Eddas se concedieron una visión del mundo divino no menos complejo que el de la mitología griega, por ejemplo, con una concepción del apocalipsis (Ragnarok) que daría lugar a una constante renovación a partir del caos original. Hasta entonces, Odín y los suyos (sobre todo el omnipresente Thor) se prepararían para esa batalla final, eterna representación del bien contra el mal, en la que les van a acompañar los caídos valientemente en combate, einherjar, que serían recibidos en el Valhalla por Freya y sus hermosas Valkirias. Cuando llegase el momento, anunciado por el cuerno de Heimdall, todos los seres de los nueve mundos (elfos, enanos, gigantes, etc) serían convocados para esa lucha sin esperanza. Ningún ser vivo escapará de tan cruel destino, porque entre todos configuran el futuro del universo. La Edda sobre 'La muerte de Balder' y la intervención del traicionero Loki en la misma, es especialmente instructiva para dar a conocer esta curiosa historia.
Los anexos también nos ilustran sobre otras cuestiones esotéricas, como las abundantes piedras rúnicas, seres espirituales y entes protectores (landvaettir) o las peculiaridades de la magia femenina, el Seidr, como otra manifestación de las prerrogativas de la mujer en la cultura vikinga.
No podemos omitir los interesantes retazos de sagas, que los poetas se encargarían de transmitir pasando de la tradición oral a la escrita, y que salpican todo el volumen. Algunas hacen mención a esa cosmogonía que he citado, pero también las hay que narran aventuras llenas de emoción, como las de Erik el Rojo y su hijo, Leif el Afortunado, en sus viajes que les llevarían a descubrir tierras hasta entonces desconocidas. Debemos el conocimiento de muchas de estas historias al laborioso trabajo de recopilación del islandés Snorri Sturlusson.
La verdad que este libro es muy recomendable para los que quieran ahondar en el conocimiento del mundo vikingo, y está lleno de curiosidades que no dejan indiferente, como los relatos sobre los siempre enigmáticos y temibles berserkers, las hazañas de Harald Bluetooth (sí, el apellido de este danés serviría para apodar siglos más tarde la tecnología móvil) o el paso de los vikingos por la península ibérica. Ojalá el Bifrost siga abierto durante muchas centurias y nos permita adentrarnos en este universo inagotable que constituye la cultura nórdica.
Más información en Territorio Vikingo, web del autor.
Breve Historia de los Vikingos, de Manuel Velasco,
presentado por Juan Antonio Cebrián
para la colección 'Breve historia...',
está publicado por la editorial Nowtilus.
presentado por Juan Antonio Cebrián
para la colección 'Breve historia...',
está publicado por la editorial Nowtilus.
3 comentarios:
Gran post, y muy completo. Aquí tocas uno de mis temas favoritos.
Este libro al que haces alusión fue en su día un agradable descubrimiento pues, aunque a veces me hubiera gustado que profundizara más, es muy completo y ameno, además de centrado. Uno se acostumbra a leer demasiadas tonterías sobre estos temas.
Me parece muy útil que, al lea este libro le quede muy claro lo que era en realidad un vikingo y le despoje de tanta idea preconcebida. Un vikingo no dejaba de ser un granjero que, cuando había rocogido su cosecha, partía a otras tierras a comerciar (en aquellos tiempos comerciar y piratear era un "todo" indistinguible, como ahora, vamos). Lo que marcó la diferencia en su época era: 1º la increíble tecnilógía de sus barcos y 2º que eran paganos, y las grandes riquezas que había en los monasterios eran una golosina demasiado fácil de obtener como para ignorarla. Lo demás es leyenda (preciosa, por cierto).
Si quieres profundizar un poco más, te recomiendo que leas "La vida cotidiana de los vikingos (800-1050) de Régis Boyer y publicado en la colección "El Barquero" de José J. de Olañeta, Editor. Regis Boyer es un especialista en tema, y además dirige el Instituto de Lenguas, literatura y civilización escandinavas de la Universidad de París-Sorbona. Se trata de un libro también ameno y muy completo. Y si te quieres sumergir en en el maravilloso mundo de las sagas nódicas, te recomiendo que utilices como base el libro "Literaturas germánicas medievales" de Jorge Luis Borges, que se lee en un verbo y es muy útil.
Hay pocas cosas más placenteras que sentarse tranquilamente (con tiempo libre, eso sí) y leerse una buena saga nórdica, "la saga de Egil Skallagrimson" por ejemplo, o la "saga de las islas Orcadas". Así se ve de dónde vienen muchos de los libros y películas que nos venden ahora como originales.
-Pedro Camello.
Sí, la verdad es que se agradece que este libro vaya más allá de lo puramente anecdótico, pero también para mi hay cosas en las que me hubiera gustado que profundizase un poco más. En fin, para eso están entre otras esas recomendaciones que me haces, de las que tomo buena nota! Sobre todo parece interesante el de La vida cotidiana de los vikingos. A ver si lo encuentro...
No había leído directamente nada de las sagas escandivanas y con este libro se me ha despertado la curiosidad. Estoy detrás de un ejemplar de la Saga de los Groenlandeses, o de Erik el Rojo: historia ésta que me ha parecido muy bonita, con esos sucesivos viajes a las nuevas tierras descubiertas. Sin duda habrá otras muchas igual de interesantes o más, como la que mencionas de Egil Skallagrimsson, que parece una de las más famosas.
La historia de Erik el rojo es interesante, pero me parece aún mejor la de su hijo Leif Erikson que fue quien, en teoría, llegó a Vidland. Después te ves "el guía del desfiladero" y te puede dar algo.
Si decides leer alguna saga, te vuelvo a recomendar que eches un vistazo al ensayo de Borges, lo puedes encontrar en la biblioteca Borges de Alianza Editorial, te será muy útil para adquirir una buena base y conocer las Eddas mayor y menor, a Saxo Gramático y Snorri Sturluson y el empleo de algunas figuras literarias propias de este género como las Kenningar. Soy un enamorado de las Kenningar, algunas son verdaderamente hermosas, y otras son ideales para ponerlas como títulos a relatos o películas (algunos lo han hecho) tales como: "la canción de las espadas" o "la lluvia de los escudos rojos" para referirse a la batalla, "cisne sangriento" para hablar del buitre, o "gaviota de odio" y "caballo de brujas" para el cuervo.
En fin, un mundo...
-Pedro Camello.
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