Warlands es un comic de Image, publicado por Planeta deAgostini, de los canadienses -de ascendencia asiática- Pat Lee y Adrian Tsang. Perteneciente al sello Dreamwave, propiedad del mismo Pat Lee, el primer ciclo salió a la palestra en nuestro país entre 2001 y 2002 recibiendo la suficiente acogida para, bastantes meses más tarde, continuar con el segundo.
Del que me voy a ocupar ahora de contaros algo es de ese ciclo inicial al que, a falta de un título mejor y por extensión entre sus seguidores, se ha venido a denominar Darklyte, nombre del objeto en torno al que gira toda esta primera miniserie -o debería decir maxiserie, más bien- compuesta por doce números de unas 24 páginas cada uno.
Pero antes de meterme en faena sobre esta obra de fantasía heroica, trataré de explicar brevemente cómo surgió todo esto de Warlands. En torno a 1996, los hermanos Lee fundaban la Dreamwave Productions (con Pat a la cabeza del control artístico y su hermano Roger dedicado a la parte de los negocios); compañía de pretensiones un tanto elevadas, la verdad, siguiendo la estela de Tod McFarlane, que trataba de establecerse como una plataforma para productos de animación de casi cualquier tipo: cine, videojuegos, merchandising variado y, naturalmente, los comics sobre los que se basaba todo. Y la cosa no les fue mal al principio: pronto se independizaron de Image y consiguieron un jugoso contrato para hacer tebeos sobre Transformers. Por lo que sé, el asunto les funcionó hasta 2005, año en que la empresa se declararía en bancarrota por motivos que no conozco bien del todo y que tampoco vienen al caso. Durante la trayectoría de este proyecto empresarial nos quedaron al menos unas cuantas sagas ambientadas en los mundos de Warlands, creación personal de Pat Lee como dibujante, con Adrian Tsang al guión y Alvin Lee de entintador (en la serie principal), que también gozaron de algún que otro especial, números 0 y demás.
En general, las producciones de Dreamwave (y Warlands no es una excepción en este sentido) estaban claramente afectadas por una estética manga que pronto marcó un estilo propio (Lee cita entre sus inspiraciones obras de la trascendencia de Akira y Ghost in the Shell), tratando de fusionar el aspecto anime con el arte secuencial. Reflejan claramente esta tendencia los volúmenes de Darkminds, otro de los populares productos de la compañía, y este Warlands del que Lee se estuvo ocupando personalmente hasta más de la mitad del segundo ciclo, cuando desbordado por el trabajo que implicaba la licencia con Transformers se ve abocado a abandonar la serie. No es de extrañar, por tanto, que entonces tomara el testigo nuestro Mateo Guerrero (Crónicas de Mesene) habituado a moverse en esas líneas gráficas, si bien la evolución del gaditano le permite ir mucho más allá de las mismas. Así que, por ponerle una etiqueta, podemos decir que Warlands es un buen representante del llamado amerimanga, aunque hoy en día no nos extrañe encontrar la huella del tebeo japonés en cualquier obra de producción europea o de otra procedencia.
Contradictoriamente a lo que designa su nombre, las Warlands están formadas por varios reinos, habitados por distintas razas, que aparentemente han gozado durante largo tiempo de una convivencia pacífica. Siglos atrás, sin embargo, sufrieron la invasión de los clanes vampíricos de Datara, comandadas por Malagen el Oscuro. Las tropas de Datara se quedaron muy cerca de alcanzar su objetivo y la humanidad estuvo a punto de sucumbir ante su empuje, cuando Malagen descubrió una profecia que anunciaba su desgracia debido a un artefacto mágico -la armadura Darklyte- y, contra todo pronóstico de los pueblos libres, ordenó la retirada inmediata. Ha transcurrido mucho tiempo y las Warlands han podido recuperarse de los estragos, pero la longeva estirpe de los vampiros, que no olvida su antigua sed de sangre y expansión, vuelve ahora a la carga.
El castillo de Shal'hazar, en el reino de Myridorn, es el primero en toparse con la renovada venganza de Malagen y las filas de su hijo, el príncipe Aalok. Sólo cuatro singulares personajes consiguen escapar de la fortaleza arrasada en la noche del ataque: el soldado Jerell, la elfa Elessa, el mago Delezar y el joven profeta invidente Zeph. Mientras los líderes de los reinos se sobreponen a la sorpresa inicial y tratan de establecer una resistencia efectiva, seguimos el recorrido de este improvisado grupo de héroes recién formado, que se dirige en primer lugar hacia la patria de Elessa con la intención de apelar a los elfos de Yattania, aislados del mundo por voluntad propia, su participación en la defensa frente a los vampiros, para después emprender por si mismos la búsqueda de la mítica armadura.
No serán los únicos, ya que pronto el argumento se convierte en una carrera por hacerse cuanto antes con tan preciado objeto. Por un lado, Aalok y sus seguidores, que por encargo de Malagen tratan de alcanzar esta meta para evitar el cumplimiento de la profecía que amenaza su propia pervivencia, tiñendo su camino de la misma sangre que les sirve de alimento. Por el otro, un nuevo peón que entra en el juego de la guerra: las huestes demoníacas de Lord Astaroth, aprovechando el conflicto para hacerse con el favor de sus oscuros dioses. Varios contendientes con un mismo objetivo: el de vestir la portentosa armadura Darklyte, que acabará teniendo un dueño completamente inesperado.
Si hay algo que destaca desde un primer momento en Warlands es el dibujo limpio y definido de Pat Lee, un estilo que puede o no considerarse atractivo para según que lectores, pero que es indudablemente llamativo. Personalmente, ya que tiende a gustarme esta estética, me parece que por lo general el resultado es bastante bueno, en especial en lo que a caracterización de personajes se refiere (aunque a veces exista demasiado parecido entre unos y otros). Esto se aprecia especialmente en los elfos y también en los vampiros, de rostros humanizados, bellos y estilizados, que parecen apartarles de su condición de seres del inframundo si no fuera por la crueldad inconfundible que demuestran. Como portadista, de igual forma, Lee se presenta como un dibujante sorprendente. El coloreado empleando técnicas digitales, por su parte, consigue muy buenos efectos. Sin embargo, padece a lo largo de toda la serie una deficiencia importante: es demasiado oscuro. Lo sé, este es un comic en buena parte protagonizado por vampiros, no podemos olvidarlo, así que los colores oscuros y las planchas de tonos sombríos están más que justificados (pues, como buenos vampiros, a estos tampoco les agrada precisamente la exposición a la luz solar). Pero aunque el contraste entre oscuridad y luminosidad tenga su razón de ser, posiblemente la de resaltar la esencia nocturna de los vampiros frente a la del resto de razas, son demasiadas las ocasiones en las que la intensidad del color 'se traga' escenas enteras, sembrando la confusión. Como no hay mal que por bien no venga, esa abundancia de ocasos y anocheceres implica pequeños detalles muy logrados, como el de las sombras de las hojas de los árboles y la vegetación de los bosques sobre las siluetas a media luz.
Del trabajo de Adrian Tsang, por otro lado, se puede afirmar que no nos descubre nada que no hayamos visto antes. Si la originalidad no es su punto fuerte, con un guión que empieza mostrándose un poco flojo, también es cierto que la complicación progresiva de la trama hace que, una vez transcurridos los primeros números, vaya cogiendo fuerza. Tarda en adquirir ritmo, pero al final lo consigue. A los personajes les ocurre algo similar; carecen de cierto gancho, sobre todo al principio, y arrastran un carácter discretamente plano. Esa simpleza provoca que cuando alguno de ellos 'falte', no se lamente de forma particular su pérdida.
Y si antes hablaba de la confusión que ocasiona el uso del color, este adjetivo es asimismo aplicable al desarrollo de multitud de secuencias en las que hay movimiento, algo muy frecuente, como imaginaréis, en una historia de índole bélica. No hay muchos comics de los que pueda decir no enterarme del orden apropiado de lectura de los bocadillos o del correcto seguimiento espacial de las viñetas, pero este es uno de ellos. La extraña composición desordenada de algunas páginas nos pone en ese aprieto en más de una ocasión, y el caos que se despliega principalmente en los momentos en que las batallas se recrudecen hace que no haya forma de saber qué está pasando exactamente (para que me entendáis, como ejemplo, no es raro preguntarse a quién pertenece ese brazo o de dónde narices sale tal flecha). Para colmo, ya digo, el color oscuro no ayuda a aclarar la escena. Por cierto, también me gustaría saber quién fue el 'genio' al que se le ocurrió poner una rotulación anaranjada sobre fondos marrones en bastantes textos de apoyo...
Cualquiera que os haya hablado de Warlands coincidirá en apuntar que esta miniserie se ve decididamente influenciada por la conocida Record of Lodoss War. Es cierto. No sólo por los parecidos evidentes del diseño artístico, con algunas viñetas que son un claro homenaje a la saga de Ryo Mizuno, sino también por los paralelismos establecidos entre los personajes: Jerell y Marisana casi podrían posar como los protagonistas de Lodoss, Parn y Deedlit (aunque en realidad Aalok se asemeja fisicamente más a este primero). Y lo mismo se puede decir de los respectivos magos Delezar y Slayn. Así que cabe esperar que si disfrutásteis con el popular manga de fantasía, también le sacaréis partido a Warlands.
Aunque los doce números del ciclo Darklyte dan de sobra para contar una buena historia de fantasía, su final se presenta de forma demasiado abrupta, dejando muchos cabos sueltos y casi como si se hubiera quedado sin páginas para narrar el devenir de los personajes (como los integrantes de la horda demoníaca, que parecen el invitado a la fiesta al que nadie hace caso). Podríamos pensar que muchos de estos hechos serán continuados en la siguiente saga, Warlands: La Edad de Hielo, pero su argumento tiene lugar trescientos años después, si bien es cierto que algún personaje sí recuperan de Darklyte. Una cronología algo rara, la de estos Warlands, pues existe una tercera entrega, no publicada aquí, que se sitúa temporalmente entre las dos citadas (y que corre ya íntegramente a cargo de Mateo Guerrero como dibujante). Ya llegará el momento de hablar de esas otras partes. Conviene advertir que hay igualmente dos series limitadas, Banished Knights (cuyo protagonista sería Greyson, hermano de Jerell) y Shidima, que aunque se desarrollan en el mundo de Warlands no tienen, aparentemente, nada en común con los acontecimientos de las dos colecciones matriz (enlazadas, por cierto, por uno de esos consabidos números 0). Por último, para terminar de complicar el orden, apareció un especial, el Three Stories (también inédito en castellano, al igual que los volúmenes anteriormente citados) que parece ser el encargado de arrojar algo de información sobre el futuro inmediato de los personajes de Darklyte, dado el desconcertante final al que ya he aludido.
Una nueva edición de Warlands (los números en grapa de Planeta están descatalogados) tendría perfecta cabida, por ejemplo, dentro de la Colección Alquimia de Norma, o de la línea fantástica de otras editoriales que, aprovechando la ocasión, podrían incluir todos esos extras, portadas exclusivas y bocetos procedentes del artbook. Pero me temo que va a ser difícil, considerando el vacío en que creo que se encuentran los derechos de la serie al esfumarse Dreamwave.
Si os gustan las historias de héroes en apuros, de vampiros, de lucha, dragones y batallas épicas (que no escatiman en crudeza: sangre, cuerpos decapitados y miembros desmembrados) os recomiendo que le echéis un vistazo. No es que se trate de un comic deslumbrante (nunca mejor dicho -no tratéis de leerlo de noche y con poca luz si no queréis quedaros ciegos) pero ofrece una lectura rápida y amena.
Del que me voy a ocupar ahora de contaros algo es de ese ciclo inicial al que, a falta de un título mejor y por extensión entre sus seguidores, se ha venido a denominar Darklyte, nombre del objeto en torno al que gira toda esta primera miniserie -o debería decir maxiserie, más bien- compuesta por doce números de unas 24 páginas cada uno.
Pero antes de meterme en faena sobre esta obra de fantasía heroica, trataré de explicar brevemente cómo surgió todo esto de Warlands. En torno a 1996, los hermanos Lee fundaban la Dreamwave Productions (con Pat a la cabeza del control artístico y su hermano Roger dedicado a la parte de los negocios); compañía de pretensiones un tanto elevadas, la verdad, siguiendo la estela de Tod McFarlane, que trataba de establecerse como una plataforma para productos de animación de casi cualquier tipo: cine, videojuegos, merchandising variado y, naturalmente, los comics sobre los que se basaba todo. Y la cosa no les fue mal al principio: pronto se independizaron de Image y consiguieron un jugoso contrato para hacer tebeos sobre Transformers. Por lo que sé, el asunto les funcionó hasta 2005, año en que la empresa se declararía en bancarrota por motivos que no conozco bien del todo y que tampoco vienen al caso. Durante la trayectoría de este proyecto empresarial nos quedaron al menos unas cuantas sagas ambientadas en los mundos de Warlands, creación personal de Pat Lee como dibujante, con Adrian Tsang al guión y Alvin Lee de entintador (en la serie principal), que también gozaron de algún que otro especial, números 0 y demás.
En general, las producciones de Dreamwave (y Warlands no es una excepción en este sentido) estaban claramente afectadas por una estética manga que pronto marcó un estilo propio (Lee cita entre sus inspiraciones obras de la trascendencia de Akira y Ghost in the Shell), tratando de fusionar el aspecto anime con el arte secuencial. Reflejan claramente esta tendencia los volúmenes de Darkminds, otro de los populares productos de la compañía, y este Warlands del que Lee se estuvo ocupando personalmente hasta más de la mitad del segundo ciclo, cuando desbordado por el trabajo que implicaba la licencia con Transformers se ve abocado a abandonar la serie. No es de extrañar, por tanto, que entonces tomara el testigo nuestro Mateo Guerrero (Crónicas de Mesene) habituado a moverse en esas líneas gráficas, si bien la evolución del gaditano le permite ir mucho más allá de las mismas. Así que, por ponerle una etiqueta, podemos decir que Warlands es un buen representante del llamado amerimanga, aunque hoy en día no nos extrañe encontrar la huella del tebeo japonés en cualquier obra de producción europea o de otra procedencia.
Contradictoriamente a lo que designa su nombre, las Warlands están formadas por varios reinos, habitados por distintas razas, que aparentemente han gozado durante largo tiempo de una convivencia pacífica. Siglos atrás, sin embargo, sufrieron la invasión de los clanes vampíricos de Datara, comandadas por Malagen el Oscuro. Las tropas de Datara se quedaron muy cerca de alcanzar su objetivo y la humanidad estuvo a punto de sucumbir ante su empuje, cuando Malagen descubrió una profecia que anunciaba su desgracia debido a un artefacto mágico -la armadura Darklyte- y, contra todo pronóstico de los pueblos libres, ordenó la retirada inmediata. Ha transcurrido mucho tiempo y las Warlands han podido recuperarse de los estragos, pero la longeva estirpe de los vampiros, que no olvida su antigua sed de sangre y expansión, vuelve ahora a la carga.
El castillo de Shal'hazar, en el reino de Myridorn, es el primero en toparse con la renovada venganza de Malagen y las filas de su hijo, el príncipe Aalok. Sólo cuatro singulares personajes consiguen escapar de la fortaleza arrasada en la noche del ataque: el soldado Jerell, la elfa Elessa, el mago Delezar y el joven profeta invidente Zeph. Mientras los líderes de los reinos se sobreponen a la sorpresa inicial y tratan de establecer una resistencia efectiva, seguimos el recorrido de este improvisado grupo de héroes recién formado, que se dirige en primer lugar hacia la patria de Elessa con la intención de apelar a los elfos de Yattania, aislados del mundo por voluntad propia, su participación en la defensa frente a los vampiros, para después emprender por si mismos la búsqueda de la mítica armadura.
No serán los únicos, ya que pronto el argumento se convierte en una carrera por hacerse cuanto antes con tan preciado objeto. Por un lado, Aalok y sus seguidores, que por encargo de Malagen tratan de alcanzar esta meta para evitar el cumplimiento de la profecía que amenaza su propia pervivencia, tiñendo su camino de la misma sangre que les sirve de alimento. Por el otro, un nuevo peón que entra en el juego de la guerra: las huestes demoníacas de Lord Astaroth, aprovechando el conflicto para hacerse con el favor de sus oscuros dioses. Varios contendientes con un mismo objetivo: el de vestir la portentosa armadura Darklyte, que acabará teniendo un dueño completamente inesperado.
Si hay algo que destaca desde un primer momento en Warlands es el dibujo limpio y definido de Pat Lee, un estilo que puede o no considerarse atractivo para según que lectores, pero que es indudablemente llamativo. Personalmente, ya que tiende a gustarme esta estética, me parece que por lo general el resultado es bastante bueno, en especial en lo que a caracterización de personajes se refiere (aunque a veces exista demasiado parecido entre unos y otros). Esto se aprecia especialmente en los elfos y también en los vampiros, de rostros humanizados, bellos y estilizados, que parecen apartarles de su condición de seres del inframundo si no fuera por la crueldad inconfundible que demuestran. Como portadista, de igual forma, Lee se presenta como un dibujante sorprendente. El coloreado empleando técnicas digitales, por su parte, consigue muy buenos efectos. Sin embargo, padece a lo largo de toda la serie una deficiencia importante: es demasiado oscuro. Lo sé, este es un comic en buena parte protagonizado por vampiros, no podemos olvidarlo, así que los colores oscuros y las planchas de tonos sombríos están más que justificados (pues, como buenos vampiros, a estos tampoco les agrada precisamente la exposición a la luz solar). Pero aunque el contraste entre oscuridad y luminosidad tenga su razón de ser, posiblemente la de resaltar la esencia nocturna de los vampiros frente a la del resto de razas, son demasiadas las ocasiones en las que la intensidad del color 'se traga' escenas enteras, sembrando la confusión. Como no hay mal que por bien no venga, esa abundancia de ocasos y anocheceres implica pequeños detalles muy logrados, como el de las sombras de las hojas de los árboles y la vegetación de los bosques sobre las siluetas a media luz.
Del trabajo de Adrian Tsang, por otro lado, se puede afirmar que no nos descubre nada que no hayamos visto antes. Si la originalidad no es su punto fuerte, con un guión que empieza mostrándose un poco flojo, también es cierto que la complicación progresiva de la trama hace que, una vez transcurridos los primeros números, vaya cogiendo fuerza. Tarda en adquirir ritmo, pero al final lo consigue. A los personajes les ocurre algo similar; carecen de cierto gancho, sobre todo al principio, y arrastran un carácter discretamente plano. Esa simpleza provoca que cuando alguno de ellos 'falte', no se lamente de forma particular su pérdida.
Y si antes hablaba de la confusión que ocasiona el uso del color, este adjetivo es asimismo aplicable al desarrollo de multitud de secuencias en las que hay movimiento, algo muy frecuente, como imaginaréis, en una historia de índole bélica. No hay muchos comics de los que pueda decir no enterarme del orden apropiado de lectura de los bocadillos o del correcto seguimiento espacial de las viñetas, pero este es uno de ellos. La extraña composición desordenada de algunas páginas nos pone en ese aprieto en más de una ocasión, y el caos que se despliega principalmente en los momentos en que las batallas se recrudecen hace que no haya forma de saber qué está pasando exactamente (para que me entendáis, como ejemplo, no es raro preguntarse a quién pertenece ese brazo o de dónde narices sale tal flecha). Para colmo, ya digo, el color oscuro no ayuda a aclarar la escena. Por cierto, también me gustaría saber quién fue el 'genio' al que se le ocurrió poner una rotulación anaranjada sobre fondos marrones en bastantes textos de apoyo...
Cualquiera que os haya hablado de Warlands coincidirá en apuntar que esta miniserie se ve decididamente influenciada por la conocida Record of Lodoss War. Es cierto. No sólo por los parecidos evidentes del diseño artístico, con algunas viñetas que son un claro homenaje a la saga de Ryo Mizuno, sino también por los paralelismos establecidos entre los personajes: Jerell y Marisana casi podrían posar como los protagonistas de Lodoss, Parn y Deedlit (aunque en realidad Aalok se asemeja fisicamente más a este primero). Y lo mismo se puede decir de los respectivos magos Delezar y Slayn. Así que cabe esperar que si disfrutásteis con el popular manga de fantasía, también le sacaréis partido a Warlands.
Aunque los doce números del ciclo Darklyte dan de sobra para contar una buena historia de fantasía, su final se presenta de forma demasiado abrupta, dejando muchos cabos sueltos y casi como si se hubiera quedado sin páginas para narrar el devenir de los personajes (como los integrantes de la horda demoníaca, que parecen el invitado a la fiesta al que nadie hace caso). Podríamos pensar que muchos de estos hechos serán continuados en la siguiente saga, Warlands: La Edad de Hielo, pero su argumento tiene lugar trescientos años después, si bien es cierto que algún personaje sí recuperan de Darklyte. Una cronología algo rara, la de estos Warlands, pues existe una tercera entrega, no publicada aquí, que se sitúa temporalmente entre las dos citadas (y que corre ya íntegramente a cargo de Mateo Guerrero como dibujante). Ya llegará el momento de hablar de esas otras partes. Conviene advertir que hay igualmente dos series limitadas, Banished Knights (cuyo protagonista sería Greyson, hermano de Jerell) y Shidima, que aunque se desarrollan en el mundo de Warlands no tienen, aparentemente, nada en común con los acontecimientos de las dos colecciones matriz (enlazadas, por cierto, por uno de esos consabidos números 0). Por último, para terminar de complicar el orden, apareció un especial, el Three Stories (también inédito en castellano, al igual que los volúmenes anteriormente citados) que parece ser el encargado de arrojar algo de información sobre el futuro inmediato de los personajes de Darklyte, dado el desconcertante final al que ya he aludido.
Una nueva edición de Warlands (los números en grapa de Planeta están descatalogados) tendría perfecta cabida, por ejemplo, dentro de la Colección Alquimia de Norma, o de la línea fantástica de otras editoriales que, aprovechando la ocasión, podrían incluir todos esos extras, portadas exclusivas y bocetos procedentes del artbook. Pero me temo que va a ser difícil, considerando el vacío en que creo que se encuentran los derechos de la serie al esfumarse Dreamwave.
Si os gustan las historias de héroes en apuros, de vampiros, de lucha, dragones y batallas épicas (que no escatiman en crudeza: sangre, cuerpos decapitados y miembros desmembrados) os recomiendo que le echéis un vistazo. No es que se trate de un comic deslumbrante (nunca mejor dicho -no tratéis de leerlo de noche y con poca luz si no queréis quedaros ciegos) pero ofrece una lectura rápida y amena.
2 comentarios:
Warlands fue una de las primeras series de cómic que compré, qué recuerdos. En aquellos tiempos estaba buscando una vía alternativa al manga/anime y Warlands fue una de las que me introdujo en el mundo del cómic "occidental".
Como has dicho, tampoco es que sea una serie magnífica (almenos el primer ciclo, que es el que yo tengo), pero se deja leer bien y pasas un buen rato.
Pues curiosa elección para pasarte al comic occidental... aunque si venías del manga, es bastante lógico.
A ver qué tal resulta el Age of Ice. Ya lo comentaré por aquí en su momento. Saludos! :)
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