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domingo, 2 de noviembre de 2008

Crónicas de Prydain, de Lloyd Alexander

"A la mayoría de nosotros se nos llama a desempeñar tareas que rebasan con mucho lo que nos creemos capaces de hacer. Nuestras aptitudes rara vez están a la altura de nuestras aspiraciones y, a menudo, nos encontramos lamentablemente mal preparados para ellas. En ese sentido, todos somos aprendices de porquero en lo más hondo de nuestro corazón."

Lloyd Alexander (1924 - 2007)

A veces algunas obras de literatura fantástica se aprestan enseguida al estigma de verse orientadas hacia un público infantil o juvenil, lo que en muchas ocasiones se convierte en una excusa fácil para apartarlas y no profundizar un poco más allá en sus contenidos. Algo así les ocurre a las Crónicas de Prydain, en las que, a pesar del innegable tratamiento juvenil y bajo una historia en apariencia ligera, superficial y tópica, nos encontramos con unos argumentos que están enraizados en el rico folclore y mitología galesas. De esta forma, la apreciación de la historia adquiere una perspectiva muy interesante, pues sabes que gran parte de la narración tiene su base, como tantas novelas de fantasía, en fuentes legendarias que han marcado a generaciones enteras de escritores.

Con Prydain (término que inicialmente designaba a la tierra de los pictos, y que aún hoy día se aplica, en gaélico, a la isla de Gran Bretaña) esta base se encuentra en el Mabinogion: una compilación en prosa de manuscritos medievales galeses, de procedencia oral todavia anterior, que mezclan en parte leyenda con supuestos acontecimientos de la cronología celta de la Edad de Hierro. Es un tratado bastante desconocido y del que no se han logrado descifrar aún todos sus secretos, pero gracias a la traducción que llevara a cabo en su día Lady Charlotte Guest se ha demostrado que puede ser, como poco, contemporaneo a la creación de las leyendas que contribuyeron a desarrollar el mito artúrico. Por supuesto, para la cultura gaélica (reconocible por esa rareza idiomática plagada de íes griegas y uves dobles) se trata de un conjunto de relatos esenciales que recogen una parte muy importante de su herencia linguística, toponímica e incluso histórica.

Resulta curioso por tanto que, tratándose de un autor americano, Lloyd Chudley Alexander (nacido en Filadelfia -Pensilvania- en el seno de una familia venida a menos, con mayores preocupaciones que la lectura) se sintiera tan atraído por las tradiciones de antiguo y la cultura celta de este pequeño territorio de la pérfida Albión. Alguna inclinación especial debía de sentir por la vieja Europa, podemos pensar (después de todo, su esposa era parisina). Pero los motivos fundamentales de ese interés los podemos encontrar, además de en un prematuro gusto por la arqueología y la escritura, en el periodo que permaneció destinado junto a su compañía en Gales, a la espera de órdenes, tras haberse alistado en la Armada durante la Segunda Guerra Mundial. Sin duda, esa estancia le permitió aprender y entrar en contacto con todo el acervo de sucesos, personajes, lugares y mitos de la región, y que se traduciría, años después, en la publicación de los cinco libros que componen las Crónicas de Prydain.

Con una copiosa bibliografía a sus espaldas en diversos géneros y para públicos también distintos, Alexander abordó la escritura de esta saga, en la que a pesar de que se empeña -como reza en la nota introductoria de cada entrega de la misma- en que el lector no establezca paralelismos estrictos entre su obra y los mitos galeses, las comparaciones -especialmente si se conoce un poco de éstos últimos- son inevitables.

Habiendo leído los dos primeros números de Prydain (El libro de los tres y El caldero negro) veo que la historia no difiere mucho de lo que ya estamos más que acostumbrados a ver en este género: el crecimiento personal de un chico, predestinado a grandes hazañas y -para variar- desconocedor de sus orígenes, en sentimientos como el valor, la amistad, la responsabilidad, el reconocimiento de la pérdida, el sacrificio y, sobre todo, la asunción de las dificultades que plantea la vida. Al menos huye de las pretensiones de erigir al protagonista en héroe absoluto y, si al principio la novela comienza con un aprendiz de porquerizo en evolución a cotas mayores, acaba teniéndolo en la misma consideración. Se trata, en todo caso, de una entretenida colección, muy apropiada para iniciarse en fantasía (puede que por eso no convenza del todo a los lectores más avezados) y que cuenta con una controvertida adaptación cinematográfica por parte de la Disney (Taron y el caldero mágico), de la que por ahora no voy a comentar más, en espera de hacerlo próximamente.


Taran es el cuidador de una cerda oráculo y vive en una alquería junto al erudito hechicero Dallben y el viejo y tranquilo Coll, un héroe de guerra reconvertido en herrero. Mientras lamenta su existencia monótona, sueña con realizar grandes gestas, con la idea fija de que está desperdiciando sus días en labores indignas. Su vida, apacible y sin altibajos, entra en un torbellino de nuevas experiencias cuando la cerda Hen-Wen escapa de su pocilga ante un peligro inesperado: el Rey Astado, discípulo de Arawn de Annuvin, el representante de las fuerzas del mal que amenaza a todos los reinos libres, la busca para extraer de ella cuanta información sea posible y desentrañar así los misterios que le ayuden a tener bajo su control a toda Prydain. Así da comienzo la odisea personal de Taran, que se impone la tarea de recuperar y poner a salvo a Hen-Wen, en el clásico viaje lleno de peligros, con escasos momentos para el respiro pero que le permitirán conocer a toda un conjunto de compañeros de fatigas que se unirán a su misión. El muchacho pronto se dará cuenta de que el peso de la responsabilidad es demasiado grande y a veces hay que tener cuidado con lo que se desea.

El libro de los tres, la primera parte de la saga, es el más flojo de la serie, pues como suele ocurrir con estas novelas de continuidad se basa sobre todo en la presentación del mundo y de los personajes más destacables. Taran, el protagonista, es el arquetipo de chico granjero o similar llamado a causas nobles y de quien vamos a observar un mayor crecimiento en esa faceta épica y como un simple hombre más, con sus miedos y preocupaciones. Esto hace que, en especial al principio, y más para los que tenemos unas cuantas lecturas fantásticas en nuestro haber, se nos presente antipático y previsible, con un proceso de madurez demasiado rápido y no muy convincente. Por supuesto hace acto de presencia el contrapunto amoroso -aunque en los dos primeros libros sólo se intuye- del 'héroe', que representa en este caso Eilonwy, la del cabello rojo dorado. Una muchachita respondona y locuaz, que siempre está haciendo comparaciones jocosas y con su incesante parloteo recrimina constantemente a Taran sus errores, atribuyéndolos a su condición de aprendiz de porquerizo. Tampoco podía faltar la típica criatureja que acompaña al grupo en sus andanzas: Gurgi, a medio camino entre un hombre y un animal, es una combinación extraña de una versión inofensiva de Gollum con el torpe y molesto Jar Jar Binks, de Star Wars. Refiriéndose a si mismo en tercera persona, con sentimiento de constante autocompasión (cuando anda quejándose de los males sobre su tierna y pobre cabeza o pidiendo a todas horas un mascar y morder) y a pesar de ser un estorbo más que otra cosa, no deja resultar entrañable a ratos. Completa el grupo (aunque hay muchos otros personajes que entran y salen periodicamente de él) el excéntrico Fflewddur Fflam, bardo errante a cuya arpa se le rompen tantas cuerdas como la magnitud de sus mentiras, o como él diría 'ajustes ligeros de la realidad, por aquello del efecto dramático'. Constituye el aporte cómico a la aventura, a menudo demasiado envuelta en un ambiente oscuro y pesimista.

De izquierda a derecha y de arriba a abajo:
Taran, Dallben, Gwydion, Gurgi, Eilonwy y Fflewddur Fflam.


Con El caldero negro (El caldero mágico, en la edición de Martínez-Roca; seguramente por aproximación a la cinta de Disney) se ahonda en el aspecto iconográfico del mundo celta que caracteriza a la serie. En esta ocasión, abatida la amenaza que suponía el Rey Astado, el grupo se vuelve a poner en marcha con un objetivo no menos arriesgado que en la aventura anterior. Un concilio de héroes y señores guerreros procedentes de varios puntos del reino, con el príncipe Gwydion a la cabeza, se reune en Caer Dallben para decidir una expedición hacia Annuvin y llevarse de los dominios del temible Arawn el mismísimo crochan: un terrorífico caldero negro en el que el señor del mal introduce los cadáveres de los muertos, convirtiéndolos de esta forma en guerreros inmutables y carentes de todo rasgo de humanidad, para que pasen a engrosar sus huestes y lanzarse así a la conquista de Prydain de una vez por todas. De nuevo Taran, que en un principio sólo iba a desempeñar un papel secundario en esta misión, ve como las circunstancias le ponen en una situación plagada de giros inesperados en la que tendrá que enfrentarse a difíciles elecciones para concluir con éxito su propósito, aunque ello suponga renunciar a lo que siempre ha deseado.

Pasada la presentación de personajes, vemos cómo estos van ganando un cierto carisma página a página, siendo más notable esa progresión en el caso de Taran, tan anodino en la primera parte. La historia se centra, mejorando respecto al título anterior, y profundiza en el que para mi es el principal punto fuerte de esta saga: el aspecto legendario que dimana de la mitología celta en que se ha basado Alexander. En efecto, como ya he mencionado, el Mabinogion parece ser el origen de muchas de las escenas que tienen lugar y aun los personajes mismos tienen su fundamento en él. Por poner algunos ejemplos, el nombre del príncipe Gwydion, hijo de Math, hijo de Mathonwy, está extraído tal cual del manuscrito; así como el de su encarnizado enemigo Arawn, que en la mitología galesa es el rey del inframundo (señor de Annwun -Annuvin-, una equiparación celta del infierno cristiano), o Taliesin, jefe bardo de Prydain (una de las partes del Mabinogion es precisamente el Libro de Taliesin). Igual ocurre con determinados objetos sobrenaturales que aparecen en la narración, como la espada Dyrnwyn (precedente de la Excalibur artúrica) o el mismo caldero negro, todo un referente en este sentido. Pero Lloyd Alexander no se queda únicamente en estos paralelismos e incluye de forma directa en el Prydain fabulado alguna de las leyendas primitivas, que además comprobamos que son una modalidad galesa de otras bien conocidas: Kirluch y las doce pruebas (como las del Heracles griego), Newid -Noé- y el arca de los animales, o Gwyn el cazador, heraldo de la muerte que, con su jauría de perros y su cuerno, anuncia próximas calamidades; otra figura rescatada de este territorio anglosajón. En fin, las citas podrían ser incontables, tal es el grado de comparativas que se puede establecer y que nos llevan a pensar en las Crónicas de Prydain como un retelling -que dirían los ingleses- de sus fuentes originales.

La historia del caldero mágico tiene su base en la mitología celta, y se concibe como fuente de la abundancia, de la sabiduria e incluso del poder de resurrección de los muertos. De ahí que se deduzca el origen del Santo Grial como una versión del caldero dentro del mundo cristiano.

Arriba, el caldero de Gundestrup, se cuenta entre las obras más distinguidas del arte celta (s. II a.C.) Debajo, detalle de una de las placas que componen su estructura y que representa a una figura divina que sumerge los cadáveres de los guerreros en el caldero, probablemente con la finalidad de devolverles a la vida.

Aunque Prydain es un país que sólo existe en la imaginación y su geografía es única (así lo aclara su creador en la introducción), se pueden establecer igualmente algunas relaciones posibles con la realidad. Prydain, como en el Gales medieval, también está dividida en cantrevs y salpicada de multitud de Caer, las fortificaciones propias de la región en aquella época (Cardiff, la capital actual, no es sino una derivación de Caer Dydd). La isla de Mona (que toma su nombre de un asentamiento druida) , feudo de la Casa de Llyr en la costa occidental de Prydain, se identifica con Anglesey; y al igual que ésta se haya separada del resto del reino mediante un estrecho canal. Incluso el nombre de las pútridas ciénagas de Morva se ha tomado de este pequeño país anejo al Reino Unido.

Así pues, a pesar de los esquemas repetitivos y argumentos largamente vistos, la historia no deja de tener un punto de personalidad propia que lo distingue de otras obras fantásticas. El hecho de tratarse de una saga de los años sesenta, libre en parte de una excesiva 'contaminación' de la tendencia de seguimiento a Tolkien, la exime de una crítica que en otras circunstancias podría mostrarse más despiadada. Con todo, hay quien las compara con las Crónicas de Belgarath, de David Eddings. Cuenta con una buena calidad narrativa, alternando pasajes y capítulos de gran genialidad y maestría, con otros que recaen en los tópicos más evidentes. En todo caso, se lee con mucha facilidad; no se trata de los habituales tochos de cientos de páginas, y mantiene el interés de principio a fin. Además, sus cinco volúmenes se pueden leer de forma independiente, claro que lo lógico es hacerlo en su orden de publicación para ver la evolución de Taran y ampliar la óptica sobre Prydain.

La colección cuenta con un punto de humor ácido que dice mucho de la visión que Lloyd Alexander debía de tener de este tipo de literatura. Y, como también suele pasar, contiene sus buenas dosis de moralina y abunda en enseñanzas positivas, enfocadas a la confianza en uno mismo ("Si creces con algo de sentido común, muy probablemente llegarás a tus propias conclusiones al respecto. Probablemente sean erróneas. Sin embargo, dado que serán tuyas, te sentirás un poco más satisfecho de ellas.", "Si has escogido con sabiduría, tu propio corazón te lo hará saber"), a deshacerse de juicios equivocados y basados en las apariencias ("No son las ropas las que hacen al príncipe, ni ciertamente la espada al guerrero", "...nunca se le había ocurrido que un héroe tuviese que dormir en el suelo", "Es más digno un campo arado que un campo ensangrentado"), a la cooperación mutua para lograr un objetivo ("No rehuses prestar ayuda cuando sea necesaria, ni aceptarla cuando se te ofrezca") o a valorar las cosas realmente importantes: "¿No hay suficiente gloria con vivir los días que se nos conceden? Deberías saber que simplemente estar con las personas y las cosas que amamos ya es toda una aventura, hermosa por otra parte", "A veces es más importante el buscar que el encontrar".

"Hay... hay algo más -añadió Taran en voz baja"
(El precio, de El caldero negro, por Lloyd Alexander)
Pintura al óleo de Justin Kunz


Lloyd Alexander falleció el año pasado, a los 83 años de edad -dos semanas después de que lo hiciera su mujer-, pero nos dejó esta bonita saga que, aunque disfrutarán más a fondo quienes no estén muy duchos en la literatura fantástica, consigue aportar un valiosa contribución mediante un entretenido enfoque si te gustan las leyendas sobre las que se cimenta y sirve para pasar un buen rato al ser de lectura fluída y estilo sencillo. Algun día continuaré leyendo los tres volúmenes que siguen: El castillo de Llyr, Taran el vagabundo y El gran rey (éste último, premiado en su día con la Newbery Medal, el galardón de mayor prestigio que se concede en Norteamérica a la literatura juvenil) siempre y cuando pueda encontrarlos, ya que la edición de Martínez-Roca, en la colección Fantasy, hace años que está descatalogada y, pese a la reedición de Alfaguara en 2002, no son títulos fáciles de localizar.

No quisiera terminar esta entrada sin destacar el magnífico trabajo del artista Justin Kunz, que en sus pinturas y dibujos (algunos de los cuales podéis ver en este artículo y ampliar en su web) refleja a la perfección el espíritu de las Crónicas de Prydain y su entusiasmo por estos libros.

4 comentarios:

Pedro dijo...

Jolan, sé que no tiene nada que ver con el post, pero acabo de ver en una librería los números 5 y 6 de Perceván en la edición de Grijalbo (distribuidos por Norma, imagino) al mismo precio que los nuevos y estoy un poco escandalizado, la verdad.

Tenía ganas de tener la colección completa pero se me quitan las ganas con disparates como este.

Jolan dijo...

Pedro:
Sí, lo que Norma está haciendo con Perceván es absolutamente vergonzoso. Sólo entendería una redistribución del fondo de Grijalbo si fueran a un precio inferior y paralelos a la salida del mismo volumen en la edición nueva, para que cada cual pueda elegir.

Creo que una colección tan bonita no se merece para nada ese tratamiento, y entiendo por completo tu enfado (de hecho, no eres el primero a quien oigo que se plantea no comprarlos). Más le vale a Norma tomar medidas, porque entre chapuzas como esta y la competencia que les está saliendo desde que Planeta se ha puesto las pilas con su línea de BD, van a perder muchos lectores...

Pedro dijo...

Hablando de la línea BD, hay un par de capìtulos de la serie 7 que tienen una pinta estupenda.

Jolan dijo...

Y que lo digas! Una de mis próximas lecturas y reseñas será sobre Siete ladrones. Y el de los misioneros pinta pero que muy bien!

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