El bazar del mes de febrero nos deja nuevas entregas literarias de exitosas franquicias, unos cuantos cómics entre los que se figuran varios títulos que seguro estarán entre lo mejor del año, cine animado y la reanudación de series televisivas de gran audiencia, junto a algunos de los primeros grandes lanzamientos de videojuegos en 2014.
Todavía quedan algunos días para votar por Adalides en los Premios 20Blogs de La Blogoteca en 20minutos, así que aunque no suponga ninguna recompensa para la web (las puntuaciones de los primeros candidatos ya están desbocadas) si aún os apetece dejar vuestro voto, valoración o comentario, os estoy muy agradecido. ;) Aquí tenéis el enlace para acceder y también lo podéis encontrar en la barra lateral de la página.
Me consta que tengo pendiente de actualizar el IMM con las incorporaciones de enero y febrero, pero espero tenerlo listo en breve. Asimismo, confío en poder introducir algo más a Adalides en las redes sociales durante las próximas semanas. Os tendré al corriente.
¡Que disfrutéis de las novedades y nos vemos en el bazar del mes que viene! (Mi agradecimiento a las editoriales por los avances y sinopsis)
Narrativa Fantástica y de Aventuras
Más novedades en febrero de narrativa fantástica:
La Isla de los Eones, de Robert E. Howard. La Biblioteca del Laberinto, rústica con solapas, 248 páginas, por 20,00€.
Este primer volumen de obra diversa abarca casi la totalidad de la vida de Howard, pues son obras escritas a lo largo de casi toda su carrera, desde sus inicios. Hemos procurado seguir un orden lo menos cierto posible para que la obra en su conjunto diera una idea de disparidad completa. Por eso en este libro se codean las historias de aventuras y pueblos perdidos con las de memoria racial, los cuentos históricos con los relatos de «advertencia», la épica fantástica con las aventuras del Oeste.
La Espada de la Verdad 24: El Tercer Reino, de Terry Goodkind. Timun Mas, tapa dura, 409 páginas, por 24,00€.
Tras escapar de las garras de la Doncella de la Hiedra, Richard y Kahlan deben hacer frente a una amenaza aún mayor. Contaminado por la magia negra de Jit y sabiendo que su vida está en peligro, Richard deberá enfrentarse al mismo tiempo a los siniestros habitantes del tercer reino y a las maquinaciones de Hannis Arc para poder salvar no tan sólo su vida y la de aquellos a los que ama, sino la de todos los habitantes del imperio d’haraniano.
Las Tres Coronas: Sangre de Reyes, de R.M. Ameigenda. Mundos Épicos, rústica, 237 páginas, por 16,95€.
Apasionante novela que nos sumerge en una obra repleta de alianzas y conspiraciones, en un mundo épico de héroes, dioses y criaturas fantásticas. Todo comienza con un pueblo llamado Taluria, que por miedo a ser conquistado por una raza de gigantes, emprende una batalla interna entre aprender a luchar o rendirse... Pero darse por vencido nunca fue una cualidad Talura. Tres reinos ligados por un lejano pasado se enfrentan entre sí para esclarecer el asesinato del príncipe Ssiam. Esto origina una cadena de hechos que lleva a Minotauros, Unicornios, Druidas, Hadas, Dragones y Hombres a enfrentarse en una guerra entre las tres coronas.
Cómic
Cine / T.V. / Animación
Juegos
Nota: busca esta estrella de recomendación especial en los títulos preferidos por Adalides. A!
Vikingos, la apuesta televisiva de History Channel del año pasado, que pudimos ver en español gracias a TNT —y en abierto por Antena3— ha sido una de las proposiciones recientes más curiosas e interesantes para la pequeña pantalla. Ni qué decir tiene que frikazo que es uno de la ambientación escandinava durante el periodo de expansión nórdica, se trataba de una demanda que sería inadmisible perderme, así que aprovechando que está a punto de dar comienzo su segunda temporada (la fecha oficial de estreno es el 27 de febrero) vamos a refrescar la memoria hablando de su sesión preliminar. Nueve capítulos han bastado a esta coproducción entre Irlanda y Canadá, dirigida por Michael Hirst (Los Tudor), para posicionarse ventajosamente en la parrilla de emisión, convenciendo más o menos unanimemente a crítica y público.
Varios factores han conseguido que la audiencia se fije en Vikingos y le haya dado su respaldo. Una desacostumbrada fidelidad histórica, tan de agradecer por quienes —sin ser expertos— algo sabemos del tema, unido a un guión bien elaborado, mezclando episodios verídicos con una trama ficticia que engancha poco a poco, y un elenco de intérpretes atractivo (en todos los sentidos) que maneja una actuación más que correcta.
La serie narra la historia personal de Ragnar Lothbrok (Travis Fimmel), granjero y guerrero, como le tocaba ser a casi todo hijo de vecino por entonces, algo rebelde y ambicioso, que no se conforma con servir en los saqueos ordenados por el jefe local, sino que tiene miras más altas. Aunque Ragnar lleva una vida por lo general aceptable junto a su mujer y sus dos hijos, sueña con embarcarse hacia el oeste, donde se rumorea que existen ricas tierras esperando ser asaltadas, y dirigir su propia expedición.
Naturalmente esto choca contra el mandato del conde Haraldson, que dicta el cómo y el cuándo de toda iniciativa a adoptar por la comunidad, de modo que su intención de construir un barco (utilizando técnicas de calado por entonces innovadoras) y partir con un puñado de fieles, entre los que se cuenta su hermano Rollo, quebranta las normas y es considerado como traición. A pesar de que Ragnar teme por la seguridad de su esposa, Lagertha, y de sus hijos, las ansias por descubrir nuevos horizontes —y un poco también de destacar— son más fuertes, así que se pone en marcha tan pronto la nave queda construida gracias a las hábiles manos de uno de sus seguidores, el lunático Floki. Quieren las circunstancias, unido a sus visionarias estratagemas de navegación, que el drakkar vaya a parar a las costas de Northumbria, poniendo así su nombre al saqueo sobre el Monasterio de Lindisfarne, que inaugura oficialmente la Era Vikinga como primer ataque registrado de este pueblo sobre occidente, en 793. La vuelta triunfal junto a su clan, demostrando la legitimidad de sus teorías, le granjeará el resentimiento de Haraldson, que mira con desconfianza la creciente popularidad de Ragnar y planea la venganza.
La sinopsis anterior se correspondería aproximadamente con el episodio piloto y tan sólo marca el punto de partida de un guión algo predecible, pero sin duda bien conducido: la confrontación de Ragnar con el jefe del clan, los objetivos que proyecta de cara a futuras correrías marítimas, la rivalidad que se masca entre los hermanos, motivada por los aires de grandeza frustrados a los que también aspira Rollo (además de la obsesión que siente por Lagertha), y el enfoque sobre la sociedad vikinga que origina el personaje de Athelstan, uno de los monjes de Lindisfarne capturado por Ragnar y que queda a su servicio en condición de esclavo, aunque entre los dos hombres se establecerá una mutua confianza y cierta curiosidad por sus modos de vida tan diferentes.
En una serie de estas características uno de los aspectos fundamentales a tener en cuenta es la autenticidad y asimilación de la recreación histórica adoptada. Desde esa perspectiva, debo decir que Vikingos ha superado mis expectativas iniciales y son muchos los matices que veo cuidados en su elaboración, logrando un decente equilibrio entre las fuentes fehacientes que sirven de documentación y la ficción que da curso a los sucesos expuestos en la trama. No sólo no se presenta a este pueblo como una sanguinaria horda de salvajes pensando en matar a todas horas, por más que ésa sea la imagen que erróneamente se ha popularizado de ellos, sino que además sus productores han prestado atención a toda clase de detalles en su modo de guiarse social, política y espiritualmente.
Más allá de que el personaje mismo de Ragnar Lothbrok esté inspirado o no en la figura real de algún legendario héroe perteneciente a esta civilización (eso parece), lo cierto es que el reflejo de las tradiciones inherentes a la sociedad vikinga se ven plasmadas con mayor rigor del que suele hallarse en un producto televisivo orientado al entretenimiento. No hablo sólo de la reproducción del vestuario, los ajuares domésticos, las armas y piezas de protección (¡nada de cascos con cuernos, gracias a dios!), la simulación de peinados y objetos de uso común, o la réplica de su arquitectura, sino de la expresión de la dimensión cultural de este colectivo. No es extraño que presenciemos a los mayores transmitiendo oralmente a sus críos las sagas y leyendas nórdicas contenidas en las eddas, por ejemplo. Pero además también somos testigos de la realización de costumbres cotidianas, celebraciones de carácter civil (bodas, asunción de la categoría de guerreros de los jóvenes de la aldea, etc.), funerario-religioso (rituales de renovación, sacrificios, primeros contactos con el cristianismo, peregrinaciones al templo pagano de Uppsala) y labores relacionadas con otras muchas facetas: además, naturalmente, de las acciones militares, los leves avances tecnológicos e incluso las prácticas sexuales (me ha sorprendido la falta de pudor de la que hacían gala en este sentido, cosa que ignoraba por completo).
Merece una mención especial el tratamiento del apartado naútico, tan natural de la cultura vikinga. Además de las referencias al desarrollo de nuevos procedimientos en la creación de las típicas embarcaciones de este pueblo de navegantes —los archifamosos drakkars—, como las quillas más estrechas que permitían remontar los cauces de los ríos, destaca la introducción anecdótica (que da pie a la expedición por sus propios medios de Ragnar) del uso de la piedra solar de calcita, así como otro primitivo instrumental naval, para no ir a ciegas en condiciones climatológicas adversas, orientarse en la niebla de los mares del norte y afrontar singladuras mucho más alejadas de la costa.
En definitiva, no digo que no existan determinados pormenores concretos que a los más versados en la materia les puedan rechinar ligeramente, sobre todo los que se deban a una distorsión temporal entre la época en que la serie está ambientada —en torno al 800— con prácticas que se atribuyen posteriores a esta sociedad protonormanda. Imagino que también resulta un tanto inverosímil el desconocimiento que se les presume por entonces a los vikingos en cuanto a las tierras que se extienden al oeste de sus mares, así como la relación entre Ragnar y Athelstan, en ese proceso pseudo-recíproco de cristianización y paganismo, siendo el monje uno de los personajes fundamentales para explicar muchos puntos de vista de este pueblo al que al principio considera en todo bárbaro y despiadado.
Por cierto, por si os lo estabais preguntando: sí, también aparecen los célebres berserkers que se autoinducían un estado de trance y la furia en combate por medio del consumo de hongos alucinógenos (quizá el personaje del pirado Floki es el que más encaja con este perfil). La serie, por otra parte, no tiene reparos en introducir secuencias particularmente sangrientas, aunque tampoco se muestra excesivamente explícita al respecto. Además, la contextualización de la mitología nórdica aparece retratada, entre otros, por pasajes como las visiones de Ragnar del dios nórdico Odín y de sus Valkirias en el campo de batalla.
Aunque no haya muchos nombres conocidos entre el reparto, es necesario hablar de las interpretaciones, y en un sentido bastante positivo además. Destaca la presencia del irlandés Gabriel Byrne, que borda un estupendo papel en la figura del conde Haraldson. El rival de Ragnar no es el típico antagonista per se. Su forma de actuar es cabal y está plenamente justificada ante el vasallo sedicioso que pone en peligro su posición de líder. Jessalyn Gilsig, la actriz canadiense que ejerce el rol de Siggy, la esposa del jarl Haraldson, también me pareció muy cumplidora en el resultado de su actuación.
Para ser un modelo reconvertido en actor, lo cierto es que Travis Fimmel, en la piel del indiscutible protagonista Ragnar Lothbrok, realiza un trabajo más que solvente. Efectivamente, este australiano de portada de revista para una famosa firma de ropa interior masculina, no sólo da la talla con una perfecta estampa nórdica en el aspecto físico, sino que además su gesto y esa penetrante mirada rematan la imagen de ferocidad fría del guerrero que se sabe tan bueno con el hacha como en la táctica jerárquica.
Al mencionar a su compañera Lagertha (la seductora Katheryn Winnick) sale a debate la posición de la mujer en la sociedad vikinga, pues éstas no quedaban relegadas al mantenimiento del hogar, sino que gozaban de unas prebendas incomparables para la época. Por eso me ha llamado la atención el atrevido juicio de algunos medios sobre este personaje, en tanto que desempeña las funciones de escudera y participa en varias escaramuzas, ya que no era extraño que una mujer nórdica tan pronto hiciera de ama de casa como que empuñase un arma. Por otro lado, la relación sentimental de Ragnar y Lagertha no peca de sensiblería, sin que por ello quede descartado ni mucho menos el factor emotivo entre ambos. Tengo que apuntar que, en cierto modo, este personaje me ha evocado a una versión en carne y hueso de la vital princesa vikinga Aaricia, de Thorgal. No pasa desapercibida tampoco la belleza indómita de la actriz que, como anécdota curiosa, es cinturón negro en el equipo nacional canadiense de taekwondo, ahí es nada...
Que no se nos molesten las telespectadoras, sobre todo aquellas que gusten de los tipos duros, porque también tenemos a Rollo, que encarna al rudo hermano de Ragnar. Clive Standen da vida al implacable guerrero cuyas metas ocultas se intuyen desde el principio. Carente de la claridad y el talento del protagonista, da sin embargo mucho juego. Otros personajes dignos de alusión son el citado monje cristiano Athelstan (George Blagden), que se libra de la carnicería de su monasterio para iniciar una nueva vida al ser hecho prisionero por los vikingos; así como Bjorn y Gyda, los pequeños de Ragnar (felicitación a los jóvenes actores, en especial el chaval, que los personifican).
Si bien no se aclara con exactitud dónde se ubica el clan del que forma parte Ragnar Lothbrok, los escenarios nos sugieren por lógica paisajes que perfectamente podrían pertenecer a cualquiera de los países escandinavos. Se hacen referencias a lugares como la península de Jutlandia cuando aparece el caudillo de esta comarca, así como a la provincia de Götaland (sur de Suecia). También aparecen, ya en territorio británico, citas a los reinos sajones de la Inglaterra cuyas costas pronto conocerían el azote de los llamados 'demonios del norte'. No obstante, estos primeros nueve capítulos han sido rodados sobre todo en la verde Irlanda y en algunas localizaciones concretas de Noruega, que despiertan la pureza de los nubosos horizontes nórdicos y su húmeda atmósfera.
Hoy día es sabido que un buen reclamo para toda serie que presuma de amplia audiencia es un gran opening que capte nuestro interés. Por eso los creadores de este drama histórico abren cada episodio con el hipnótico temazo «If I had a heart», del grupo sueco de pop electrónico Fever Ray. Os animo a escuchar sus poco más de 3 minutos mientras le echáis un atento vistazo a algunas imágenes de esta temporada.
Gracias a su guión inteligente y una temática muy motivadora para el público, Vikingos se convierte en una serie a la que definitivamente conviene dar una oportunidad. Es cierto que hay capítulos en los que baja un poco el ritmo (¡es que no todo va a ser liarse a guantazos!) y que se concede alguna que otra licencia, pero en todo caso éstas son pasables y no alteran de manera sustancial una magnífica labor de documentación. A quienes inexplicablemente insisten en compararla con un Juego de Tronos a la europea (que, la verdad, no entiendo el porqué), decirles que no tiene nada que ver. Ambas son buenas series, pero cada una en su campo, por más que ciertos medios americanos se hayan empeñado en enfangarla y que algunos espectadores se obstinen en no ver calidad más allá de la adaptación de la popular saga fantástica (adaptación que tampoco es la octava maravilla que digamos). Símiles aparte, Vikingos es sin duda un producto televisivo tan serio como entretenido, que quizá no cuenta con esa intriga atosigante de las superproducciones de alto presupuesto ni con los mejores actores del momento, pero que puede presumir de muchas virtudes allí donde otros fallan.
Como veréis, no os he desvelado más que lo justo de su argumento para incitaros a que os enganchéis a esta, ante todo, estupenda serie de aventuras, especialmente indicada para los aficionados al género histórico. Esperando ver hacia dónde se dirige la trama (aunque hay suficientes hilos abiertos como para asegurar su continuidad por un tiempo), en casa ya contamos los días para que empiece su segunda temporada, de la que podréis ver en breve un teaser en la próxima agenda de novedades de la web. Dicho sea de paso, esta primera temporada ya se encuentra a la venta en DVD y Bluray.
Vuelve uno de los héroes más consagrados de la historieta europea en un álbum (el 35º de su recorrido editorial) que supone un punto de inflexión para una colección universal del cómic. Una nueva aventura de Astérix y Obélix siempre es noticia, y de ella no sólo se hacen eco los medios generalistas, sino que acaba incluso difundiéndose entre lectores esporádicos de cómic y el público, por lo general, menos curtido o lego en el noveno arte. ¡Quien no haya leído y releído en varias ocasiones al menos unos cuantos tebeos de Astérix durante su niñez es que no ha tenido una verdadera infancia!
Pero no es menos cierto que el pequeño guerrero galo, siempre acompañado de su orondo amigo portador de menhires, llevaba bastantes años sin levantar cabeza, como de sobra saben sus seguidores más devotos. Es más, en sus últimas aventuras había caído hasta unos niveles de baja calidad argumental que rozaban la vergüenza ajena. En efecto todos tenemos presente que tras la desaparición del grandísimo René Goscinny, y con él de sus irrepetibles guiones, el segundo titular de la obra, el dibujante Albert Uderzo, se vio incapaz de remontar la serie a la escala de su etapa más gloriosa, por más que las ventas no hayan dejado de crecer con cada nueva tirada. Si bien los estándares del dibujo han mantenido a lo largo de estos años el grado de excelencia en el que durante mucho tiempo llevaba instalado, la complejidad de los contenidos de cada entrega desde La gran zanja, primer número de Uderzo en solitario, nunca volvió a ser la misma y había ido cayendo —con alguna que otra excepción salvable de la quema— en una curva de mediocridad que cualquiera diría impropia de una obra de esta categoría, teniendo en El cielo se nos cae encima la máxima expresión de la decadencia a la que había sucumbido Astérix.
No quiero hacer más sangre sobre un hecho conocido y harto repetido por el aficionado medio, sino que prefiero centrarme en la nueva oportunidad que se le concede a la serie con el cambio de autoría que se produce a partir del presente volumen. Tras ruidosos pleitos con los herederos de Goscinny y teniendo hasta al público más fiel revolviéndose ante las diferencias de criterio de Uderzo, la avanzada edad de éste último hacia temer el fin de la colección, condenando al personaje a su etapa clásica sin opciones de futuro. Sin embargo, a partir del tomo dedicado al aniversario en El Libro de Oro, empezaron a oirse rumores de que algunos de los más estrechos colaboradores del dibujante podrían hacerse cargo de un nuevo ciclo, y siendo Astérix un filón comercial (recordemos el dato: más de 350 millones de ejemplares vendidos) no tardaron mucho en cerrarse las negociaciones para ceder el testigo. Los responsables para encarar tamaño desafío: Jean-Yves Ferri para los textos y Didier Conrad en el apartado gráfico.
Me gustaría hacer constar en primer lugar que no me considero ni de lejos un experto en Astérix (de hecho, hay álbumes que ni siquiera he llegado a leer), por lo que las circunstancias en las que ambos nombres han saltado a la palestra se me escapan, y seguramente encontraréis páginas especializadas donde empaparos de los pormenores de esta designación, que imagino no debió de ser precisamente una elección a la ligera. Ferri es un autor prácticamente desconocido en España, aunque algunos de sus trabajos recientes le relacionan con obras de Manu Larcenet. En cuando a Conrad, si bien es verdad que se ha prodigado algo más en nuestro país, con publicaciones como Los innombrables o La tigresa blanca, confieso que no le imaginaba como el lápiz que remplazaría a Uderzo. Estuvieran o no en las quinielas que se barajaban, es a ellos a quienes toca defender una obra que está indisociablemente unida con el concepto del cómic. El 24 de octubre de 2013 se produjo el lanzamiento mundial de este nuevo tomo; veamos ahora de qué trata:
La irreductible aldea gala de la Armórica atraviesa un crudo invierno cuando Astérix y Obélix encuentran sobre la playa un gran carámbano de hielo que contiene en su interior el cuerpo de un raro forastero. Enseguida lo conducen hasta el pueblo, donde el druida Panoramix, tras analizar su indumentaria y los tatuajes rituales que adornan su piel, intuye que se trata de un picto venido de la lejana Caledonia (actual Escocia). Aunque debido a su estado el extranjero ha perdido temporalmente la capacidad del habla, nuestros amigos deducen su procedencia y toman la decisión de acompañarle de vuelta a su tierra (antes de que cause más estragos entre las féminas de la aldea, que suspiran de pasión a la vista del garboso porte del refugiado y la flojera que les inspira).
Después de una travesía por mar, con los acostumbrados incidentes cada vez que los galos ponen pie en una embarcación, llegan a las costas de la región a la que pertenece el picto, Mac Loch, ya recuperado de su voz. Allí descubren —una vez hechas las presentaciones y luego de su primer choque con las tradiciones locales— que sus primos lejanos también han logrado mantener a raya a los romanos, pero la amenaza del invasor sigue muy presente debido a que una nueva expedición pretende dominarles aliándose con un clan contrario, que además ha secuestrado a la prometida de Mac Loch.
Por supuesto Astérix y Obélix se prestan a ayudar a su anfitrión para rescatar a Camomila, su amada, y de paso poner freno a los planes de Roma sobre esta comarca norteña gracias a la poción mágica y favoreciendo la unión de las distintas tribus de los pictos antes del feliz regreso a casa (¡con su banquete final incluido, faltaría más!)
La historieta se deja leer con gusto, es entretenida y está impregnada del sentido del humor que caracteriza a la serie. Siempre me han divertido las aventuras en las que Astérix viaja a otro país y los autores sacaban a relucir los tópicos propios de las diferentes nacionalidades visitadas en sus álbumes, y en esta ocasión no podía ser menos. La idiosincracia escocesa de las Highlands se ve reflejada a través de recursos cómicos en detalles como los famosos kilts, el whiskie, Nessie —el monstruo del Loch Ness—, el cáber (juego escocés que consiste en el lanzamiento de troncos), los tatuajes y pictogramas, el uso de la gaita en los festejos y celebraciones, la gastronomía del lugar y la construcción del gran muro de Adriano, que separaba la frontera con el territorio britano.
Pero comparado con las excursiones de Astérix a Britania, Egipto, Hispania o Helvecia, por poner algunos ejemplos destacados, el álbum flojea y tira de escenas que ya nos resultan harto familiares, como la alocada asamblea de jefes que acaba a porrazo limpio o el juego de nombres de los clanes y sus miembros, en las que se nota que los nuevos autores —como por otra parte veo lógico— no han querido, o quizá no se les ha permitido, arriesgar más de la cuenta y establecer una ruptura muy marcada con la línea precedente.
Al dibujo de Didier Conrad no se me ocurriría ponerle la menor pega: consigue mantener el espíritu de Albert Uderzo con un trazo maravilloso y una coloración (a cargo principalmente de Thierry Mébarki) de lujo. Dicen los entendidos de la serie que hay gestos y expresiones raros o anómalos, especialmente en las caras de Astérix, como determinadas muecas de sorpresa que no son propias del galo. Mi facultad de análisis no llega a tal grado de conocimiento, así que en el apartado gráfico lo he encontrado un álbum impecable y respetuoso con los niveles de exigencia que entiendo buscaba Uderzo en su sustituto, y que habrá sido supervisado de cerca por el gran dibujante.
Es sobre todo en el guión donde esta aventura me ha dejado más bien frío. El humor, como he dicho antes, constituye un ingrediente esencial en los tebeos de Astérix, y por más que dentro de este nuevo tomo se halle en grandes dosis, se salta de un gag a otro carentes de gracia en general (los equívocos del legionario torpe que forma parte de la avanzadilla romana a Caledonia, e incluso la anécdota del censor que acude a la aldea gala, metida entre medias de la trama, que me ha parecido que no aportaba gran cosa al conjunto, la verdad) además de chistes que, no por ser clásicos, dejan de estar muy manidos a estas alturas, como la gordura de Obélix o el encontronazo con los piratas. Tal vez la falta de gancho pueda deberse a ese mismo problema, difícilmente evitable, con el que a menudo ha tropezado la serie, basado en la traducción de expresiones y juegos de palabras que pierden parte del sentido original. Al fin y al cabo, el tema de la traducción siempre ha sido una de las piedras en el zapato al hablar de Astérix, con resultados más o menos afortunados según el tomo del que se tratase, aunque esté siendo en cierta medida subsanado por la nueva edición en gran formato.
Y hablando de la edición, hay que reconocer que las actuales tiradas de Salvat poco tienen ya que ver, afortunadamente, con aquellos álbumes antiguos de horrenda rotulación mecánica y colores desvaídos de varios años atrás, aunque sin duda me decanto por el fabuloso lavado de cara que ha obtenido Astérix en La Gran Colección, y que supongo iré haciendo poco a poco (he podido leer esta entrega gracias a que me han prestado el álbum, ya que aún falta mucho para que la versión deluxe se ponga al día).
Honestamente, Astérix y los pictos me ha parecido un álbum tirando a flojito, aunque gráficamente muy bueno, cuya mayor virtud consiste en reparar el desastre en el que se había convertido la serie y restaurarla hasta un honroso nivel de lectura. Está claro que no convenía jugársela y se ha optado por sacar nuevamente a Astérix de la aldea, consiguiendo un resultado digno pero al que le falta el alma de Goscinny. El escenario escogido, eso sí, me ha parecido estupendo y lo cierto es que he disfrutado de la jovial caracterización escocesa en sus páginas. Las legiones romanas apenas pusieron un pie en Escocia, tierra remota, baldía y de escaso interés para el Imperio, por no mencionar los quebraderos de cabeza que suponían las belicosas tribus de los pictos… Pero no sería razonable ponerse crítico con este aspecto, porque Astérix, como buen cómic paródico, nunca ha pretendido ser estrictamente fiel a la realidad ni riguroso desde el punto de vista histórico, sino que justamente una de sus principales bazas humorísticas ha consistido en llevar este tipo de situaciones al extremo y jugar con toda clase de anacronismos.
Sin ánimo de querer mostrarme pesimista, pienso que será complicado que Astérix recobre la grandeza del pasado, y aunque entendería que se le hubiera dado el golpe de gracia al personaje (a pesar de la decepción que eso habría supuesto para los fans ante una despedida tan lamentable por las terribles últimas entregas), tampoco me sabe mal que finalmente se haya querido alargar las andanzas de Astérix y Obélix (las ventas mandan), como ocurre con Spirou y Fantasio o Blake y Mortimer, por citar otro par de clásicos incombustibles. Esperemos que los siguientes tomos que estén por llegar superen el complejo reverencial y apuesten por ideas más originales para la serie (pero sin salidas de tono ni planteamientos fuera de lugar como en los que se empecinó Uderzo estos años) Le concedo un notable, pues no seré yo quien eche por tierra la ardua tarea y el gigantesco reto de hacerse cargo de una de las creaciones maestras del medio y salir bien parado, aunque ojalá pudiera ser más entusiasta con mi opinión sobre este retorno.
Me disponía a escribir la crítica de la última temporada seriéfila de Juego de Tronos, que estuve viendo a finales del año pasado, cuando de pronto he caído en la cuenta de que inexplicablemente a estas alturas todavía tenía pendiente la de Tormenta de Espadas, a pesar de que finalicé su lectura muchos meses atrás. Así que me he impuesto el deber de cumplir con la tarea (nobleza obliga, dicen) sobre todo teniendo en cuenta que la tercera entrega de Canción de Hielo y Fuego es una de las novelas más extraordinarias del género fantástico, y que los capítulos más recientes de la teleserie adaptan precisamente esta parte. Y es que con la alternancia de la lectura del colosal bestseller desarrollado durante años por George R. R. Martin y de su versión para la pequeña pantalla, uno acaba ya confundiendo en qué punto de esta enrevesada trama se encuentra...
No es para menos. Con Tormenta de Espadas el creador de esta aún inconclusa saga épica se vio forzado a dividir la publicación en dos enormes tomos, so pena de poner en riesgo la integridad de nuestras sufridas muñecas. Pero el calibre físico de cualquier obra literaria nunca ha sido óbice para que ésta se devore con avidez si su contenido logra atrapar al que en ella se interna, y con este libro de cerca de 1.200 páginas se cumple la premisa al dedillo. No obstante ya dije —y me mantengo en mis trece en ese sentido— que, resistiendo el instinto de su lectura compulsiva, mi intención es ir espaciándola al ritmo de una entrega por año. Con todo, empiezo a atisbar en el horizonte, por más que no lo creyera posible cuando me decidí por este plan, que va a llegar un momento en el que inevitablemente sobrepase el ritmo de escritura del señor Martin.
Aunque lógicamente la narración prosigue con los acontecimientos allí donde terminaba Choque de Reyes, el autor ya nos advierte en un rápido prólogo que la vastedad del relato, las peculiaridades de la estructura narrativa (con la percepción desde el punto de vista de los diferentes protagonistas, como en los libros anteriores) y el mismo formato coral de la novela, con un conjunto de personajes que no deja de agrandarse más y más, imponen que los capítulos se ajusten entre sí con cierta flexibilidad temporal para que el engranaje de la acción vuelva a ponerse en marcha. Y si creíamos que tras la Batalla del Aguasnegras —con la que se ponía punto final al segundo volumen— presagiaba un periodo de calma, o cuando menos un lapso de respiro, estábamos muy equivocados.
Porque si hay algo que destacar de esta tercera parte de la Canción es justamente que el relato está preñado de pura acción. Con la flota de Stannis hecha pedazos frente a las altas almenas de Desembarco del Rey no termina el choque entre los diferentes pretendientes al trono de hierro de Poniente que pronosticaba el título anterior, sino que antes bien se avecina, tal como anuncia este, una verdadera borrasca que amenaza con empapar a todos. Creo que para ordenar en primer lugar mis propias ideas, no va mal que me dedique a repasar sucintamente qué les ha sucedido a los personajes (los que siguen en pie, claro) envueltos en esta tormenta de avatares, desgracias y graves actos. Huelga decir, por tanto, que en los siguientes párrafos aparecen detalles del argumento que podrían hacer saltar por los aires el factor sorpresa de quienes aún no se hayan adentrado en las procelosas mareas del hielo y el fuego. Ahí queda el aviso.
La suerte de los Stark está tan diseminada como desperdigados se encuentran los integrantes de su Casa. Mientras Robb, el joven lobo y Rey en el Norte (aunque ya sin un norte que gobernar tras la caída de Invernalia y a la vez con éste un poco perdido al demorar decisiones bajo la seguridad de Aguasdulces), ve hundirse a Catelyn en el desconsuelo por la fatalidad que corren los del huargo, sus hermanos emprenden destinos opuestos a lo largo y ancho de los puntos cardinales del mapa de Poniente. La maniobra iniciada por la viuda de Ned para reunir a las chicas Stark, liberando a Jaime Lannister bajo la estrecha custodia de Brienne de Tarth, quedará al albur de variables que escapan por completo a esta madre coraje. Pues Arya, dejando atrás la amenazadora silueta ruinosa de Harrenhal, se ve sometida a un vaivén errático entre el grupo de bandidos que conforma la llamada Hermandad sin Estandarte y con un posterior compañero de viaje mucho menos sociable, junto al que su único consuelo es repetir la letanía nocturna de venganzas hasta que llegue la consumación del Valar Morghulis.
Sansa también padecerá su personal calvario recluida en la aparente seguridad de la corte, por más que la capital se haya librado de los peligros de la guerra, a merced de nuevas vejaciones con el sello Lannister; familia a la que unirá su nombre debido al insospechado compromiso matrimonial con el miembro de la casa del león púrpura que menos habríamos podido imaginar a priori. Entretanto, el lisiado Bran inicia un lento y desventurado periplo hacia el Muro, en compañia de los extraños hermanos Reed, en busca del famoso cuervo de tres ojos que hostiga sus sueños confusos de warg.
Al bastardo Jon Nieve le aguardan toda clase de peripecias a un lado y otro del Muro, infiltrado entre los salvajes de Mance Rayder, junto a los que conocerá el amor de la indómita Ygritte («No sabes nada, Jon Nieve» será la consigna de esta entrega mutua tan vehemente como imposible) y de vuelta en el Castillo Negro, defendiendo la firmeza de la barrera de hielo que marca el fin del mundo civilizado. Con los caminantes blancos en marcha e inesperados aliados de última hora, no cabe duda que el hilo argumental del hijo de Eddard reclutado en las filas de la Guardia de la Noche, no por distante y ajeno a las intrigas de los Siete Reinos, deja de ser determinante para la solidez general del relato.
Pero no menos agitada es la trayectoria de la Casa Lannister durante las numerosas páginas de este tomo, paladeando tanto las mieles de la victoria compartida con los Tyrell, como la hiel de las calamidades personales más implacables. La figura del enano Tyrion, ese "gigante entre nosotros" (tan bien definido por el maestre Aemon), pasará de la convalecencia por las serias heridas arrostradas de su participación en la batalla durante sus últimos actos como Mano del Rey en funciones, al desamparo frente a los suyos —en especial de su hermana Cersei—, cuando no el desprecio directo del cabeza de familia, Tywin Lannister, que pasa a ocupar el puesto que él defendió con su ingenio. Tyrion será al principio de esta entrega un espectador en segundo plano, que pasará sin embargo a la primera línea ante uno de los sucesos más trascendentales de la saga, relacionado con el destino de su déspota sobrino, el odioso y ya coronado Joffrey Baratheon.
Por su parte, Jaime obtiene una relevancia de la que no había gozado previamente (consigue la titularidad episódica, de hecho), permitiéndonos así George R. R. Martin ahondar en profundidad en la psicología del Matarreyes, sin duda uno de los personajes más complejos de la serie, de la cual la poco agraciada Brienne se convierte en el resorte que la hace aflorar a la comprensión del lector. Ni qué decir tiene que el repertorio de conspiradores (Varys, Meñique, etc.) que integran la corte de la Fortaleza Roja seguirá tejiendo el entramado de dobles juegos y traiciones al que nos tienen acostumbrados.
Y cómo podría olvidarme de otro personaje esencial (tengo que reconocer que uno de mis favoritos, además) como Daenerys Targaryen en su peregrinaje libertador a lo largo de la Bahía de los Esclavos, que la llevará a conquistar inexorablemente una ciudad tras otra —las obstinadas, pero vulnerables, Astapor, Yunkai y Meeren— mientras aumenta no sólo el tamaño de sus dragones, sino también la lealtad de sus protectores, a cual más apasionado y fanático de su causa o de su belleza, amparados bajo la disciplina del devoto cuerpo de soldados eunucos que les protege, los Inmaculados. Lejos aún de su regreso triunfal a Poniente, la khaleesi da pasos de gigante a estas alturas de la trama para en un futuro que parece no llegar nunca disputar el trono de hierro a los usurpadores de la sangre del dragón.
Detenerme sólo en los personajes principales es quedarme corto, lo sé, ya que seguramente Tormenta de Espadas es la parte de esta saga en la que la teoría del caos se desata más descontroladamente, extendiendo su influjo hasta la última de las Casas, bandos y roles menores, y empezando a cobrarse consecuencias verdaderamente importantes en el devenir de la historia, al tiempo que deja resueltas por fin incógnitas que venían de largo (hablemos de la autoría del famoso puñal que atentó contra la vida del joven Bran, o de la mano tras la muerte de Jon Arryn). Prueba de ello es también que facciones que creíamos derrotadas y fuera del juego de tronos, como Stannis Baratheon (cuya dualidad moral atiende a una conciencia buena y otra mala, personificadas en Davos Seaworth y la oscura sacerdotisa roja Melisandre) vuelven a la carga con mucho que decir aún. En contra de la teleserie, no obstante, apenas se menciona a los Hombres del Hierro ni la suerte corrida por Theon Greyjoy, pero de eso ya nos ocuparemos donde corresponde.
La tercera parte de Canción de Hielo y Fuego está tocada por los hitos más trascendentales, o vibrantes si se quiere, de toda esta inmensa novela-río que lleva casi dos décadas encandilando partidarios a su causa. Las emociones más trepidantes que puede despertar una lectura de ficción (o de cualquier clase de vertiente literaria, qué demonios) se encuentran aquí reunidas: el sobresalto, la curiosidad, el espanto, la admiración, la añoranza, la empatía, la compasión, el enfado... instigando las ganas de leer más y más. Encrucijadas del relato, como la estremecedora e impactante Boda Roja, que lleva al hundimiento definitivo de una Casa esencial en la historia, la condena de Tyrion o la malograda suerte de sus parientes Lannister —de las cuales quizás la menor es la pérdida física que experimenta Jaime—, la catarsis de Daenerys durante su viaje de redención, la pujanza creciente de familias que hasta ahora se mantenían en la retaguardia, como los Tyrell y los Martell, o el sacrificio de Jon Nieve... se viven con tal pasión que no pueden sino llevar a considerar este libro una de las obras más imponentes del canon fantástico.
Puede que George R. R. Martin no sea un artesano de la narrativa a la altura de Tolkien y que sus maneras lingüisticas resulten de un pragmatismo muy lejano de la delicadeza poética del padre británico de la fantasía. Precisamente en este libro muestra un estilo más realista y brutal que nunca. Pero su maestría en el dominio del folletín y sus trucos para enganchar al lector no restan un ápice al mérito del que goza como contador de historias, aunque sea de una tan eterna que algunos ya empiecen a cansarse de esperar su desenlace. Yo no he llegado a esa situación, por lo menos de momento, y si bien es cierto que especialmente en esta tercera parte llegamos a amar y odiar al autor americano a partes iguales, al final no queda otra que conceder al César lo que es del César.
Los angustiosos giros de guión, la crudeza de las descripciones o la habilidad al trasladarnos de un confín a otro de su mundo medieval-fantástico (con un mapa que se amplía hacia nuevas fronteras, como las fortalezas que jalonan el Muro y las heladas extensiones más allá de éste, o los áridos zigurats que se alzan en las ciudades esclavistas al otro lado del Mar Angosto) forman parte de las herramientas empleadas por este lúcido escritor con las que nos atrapa de la primera página a la última. Porque, como él mismo advierte en su preámbulo: «Si los ladrillos no están bien hechos, las paredes se caen».
Pero si hay algo en lo que la saga brilla por si misma es la fuerza de unos personajes que traspasan la tinta de las hojas. Y, cómo no, la desafección de Martin por cualquiera de ellos (nada que cualquier fan no sepa ya), aislándoles de tópicos, sometiéndolos a toda clase de maniobras y alejándoles de esa condición de intocables a la que no saben renunciar otros autores sobre sus protagonistas, es lo que —nos guste reconocerlo o no, por mucho apego que les tomemos— colma de grandeza su obra. Mientras este viejo tramposo de New Jersey se entretiene en procurar la caída, uno por uno, de los reyes de Poniente, no descuida un minuto las relaciones que surjen entre los personajes, sean principales o secundarios, ni la evolución y la madurez de carácter que muchos de ellos (Sansa, Jaime o Samwell, por ejemplo) experimentan a medida que pasan los capítulos.
Unos breves apuntes sobre las ediciones bajo las que se presenta Tormenta de Espadas en la publicación española de Gigamesh: la rústica con solapas de dos tomos (que prefiero al resto), el formato de lujo con tapa dura, en bolsillo e incluso una ómnibus, para que elijamos la que más nos convenga. Eso sin dejar de lado las geniales portadas de Enrique Corominas que hacen las envidias de ediciones extranjeras, por supuesto. Recordemos que están también las adaptaciones en cómic y la exitosa serie de televisión de HBO (de la que, como era mi intención, no tardaré en rendir cuentas por aquí) para hacer más tolerable la espera a aquellos que llevan la saga al día, aunque no sea mi caso.
Así las cosas, ¿qué me aguarda en Festín de Cuervos? No son pocas las voces que hablan de una cuesta hacia abajo, así que algo me inclina a pensar que no será para tanto. Tal vez porque el presente volumen es considerado el mejor de la Canción y sin duda el que más me ha gustado de los leídos hasta ahora, y eso que el listón ya estaba al máximo. El caso es que en cuestión de galardones se lo ha llevado todo: el Locus de fantasía en 2001, el Ignotus en 2006, etc. En fin, es dificil resulta hacer una valoración de un título como este... De manera que, mientras os emplazo a la futura crítica a lo largo del año del siguiente número, me gustaría saber qué sensaciones dejó en vosotros esta tercera parte.
Increible y adictiva lectura para todo el mundo, sean o no lectores asiduos del género. Simplemente imprescindible. Tormenta de Espadas consigue lo que parecía imposible: sublimar el nivel de calidad de Canción de Hielo y Fuego hasta cotas aún más elevadas.