Se acabó oficialmente el verano y mientras la reincorporación al día a día es ya una dura realidad, toca hacer balance de algunas de las experiencias vividas durante las vacaciones, que ya hemos dejado atrás y en este momento nos parecen tan lejanas (aunque, como dice un amigo, «
tranquilo, que sólo faltan once meses hasta las próximas»... sigh!)
Una de las actividades atípicas de este verano (al menos para mí, que uno ya es talludito para tales menesteres), ha sido la visita a un parque de atracciones temático, de esos que a cambio de la entrada (que generalmente cuesta un pastón, dicho sea de paso) te tiras el día entero dando tumbos entre montañas rusas, mecanismos de vértigo y barracas de feria de toda condición. Hace años que no ponía el pie en un sitio de estos. Y no por falta de motivación, como he comprobado tras haberlo hecho, sino porque a medida que te vas haciendo mayor parece que da cierto reparo embarcarte en estas cosas y te pones excusas a ti mismo para dejarlo pasar: '
seguro que me voy a marear', '
yo ya no estoy para estos trotes', '
cualquiera soporta las colas que se forman', etc. En fin, el tipo de inconvenientes que ni te planteas cuando eres pequeño y sólo piensas en divertirte en un lugar así.
Sobre una sierra —más bien un secarral, la verdad— frente a la costa levantina, entre las turísticas localidades de Alicante y Benidorm, se alza
Terra Mítica, que en medio de la oferta de esta clase de parques es uno de los que más atrayentes me parecía a primera vista, por aquello de contar con una ambientación basada en las antiguas civilizaciones bañadas por el Mediterráneo. El recinto está dividido en dos grandes superficies, a las que se accede pagando una entrada única, aunque desde una perspectiva global éstas no están especialmente separadas: la propia
Terra Mítica en sí y el más reciente
Iberia Park (que, según tengo entendido, ha permanecido cerrado durante bastante tiempo por falta de rentabilidad —luego abordaré este asunto— aunque hoy día ya se encuentra reabierto). A su vez, la primera (siendo la parte en la que nos centramos, pues la de Iberia está más enfocada a espectáculos y otras actividades de familia que a las atracciones) se compone de tres áreas temáticas: Egipto, Grecia y Roma, de similar extensión cada una.
Voy a intentar narraros un poco la experiencia, por si alguien tiene pensado planificar una visita, y explicar hasta qué punto y en qué circunstancias merece la pena hacerlo.
El recorrido comienza en el área de Egipto, que es una de las más sosegadas para que, razonablemente, uno empiece el día tomándoselo con calma. La zona, decorada con templos cubiertos de pinturas egipcias y jeroglíficos, obeliscos y hasta una pirámide (en cuyo interior hay un clásico pasaje del terror) está dominada por una gran réplica del puerto de Alejandría, donde se ofrece la posibilidad de un paseo a bordo de galeras fluviales y pedalinas. No lejos hallamos una discreta montaña rusa de agua que simula las cataratas del Nilo, en la que nos introducimos en sarcófagos a guisa de las típicas vagonetas flotantes, y también un amplio espacio destinado a piscinas en las que uno puede darse un chapuzón y tumbarse a descansar a resguardo del calor propio de agosto.
Pero como el colega que me acompañaba iba un poco en plan masoca y (siendo prudentes) no habíamos desayunado aún, nos encaminamos directamente al área de Grecia, donde se levanta el que sin duda es uno de los platos fuertes del parque:
La Titánide. Una montaña rusa de última generación, capaz de hacer que te desgañites casi desde el momento de ponerse en marcha hasta que finalmente se detiene, que se precipita a más de 100km/h., con loopings de 360º y una imponente caída libre.
Cabe aclarar en este punto que las fotos del artículo las he extraído de la red o han sido tomadas por otros internautas, porque lo último que te apetece cuando te subes a este tipo de cacharros es ver despeñarse tu smartphone desde la cima de la atracción cuando ésta te pone cabeza abajo (aunque, por supuesto, es un temor innecesario ya que todas cuentan con sus correspondientes taquillas). En fin, con las endorfinas disparadas y el corazón aún bombeando al bajarnos de la Titánide, decidimos recuperarnos en una atracción más tranquilita: el
Laberinto del Minotauro. Una reinvención del llamado 'tren de la bruja' de toda la vida, con inspiración de la Grecia arcaica, en la que, simulando la ordalía de Teseo, pones a prueba tu puntería con pistolas láser (camufladas en el asta de un arco, por aquello de que el anacronismo no sea tan brutal) frente a monstruos y otras criaturas mitológicas. Pese a lo simple que parece, la verdad que disfruté la atracción sobre todo por el bonito decorado de estilo minoico (¡el vestíbulo incluso imitaba los frescos del palacio de Knosos!) y un recorrido muy ameno (además, obtuve la máxima puntuación de entre todos los que íbamos montados en esa vuelta, ejem...)
El recinto de Grecia fue el que más me gustó de todo el parque, viéndose completado por
Synkope, un enorme mecanismo que te balancea a más de 90km/h. y 35m. de altitud que, en virtud de mi acusado vértigo, me impuso bastante respeto hasta que le eché valor para subir, y por
La Furia del Tritón. Este ya era un salto de agua en condiciones (el de Egipto, en cambio, es una versión más soft) en el cual, aunque sabes que te vas a calar entero y saldrás más empapado que un boquerón, no puedes evitar reirte como un tonto al desplomarse la lancha. Suerte que en verano todo seca en cinco minutos... También en esta zona se encuentra el
Templo de Kinetos (un cine de simulación 3D) y
Los Ícaros; que pasamos de largo por ser las típicas sillas voladoras provoca-vómitos.
Entrando en el perímetro de Roma, enseguida destaca la silueta que preside una de las principales imágenes del parque. El
Magnus Colossus es una espectacular montaña rusa de madera que se supone entre los mayores atractivos de
Terra Mítica, pero que ni al amigo que venía conmigo ni a mí nos agradó particularmente. No porque el recorrido no fuera molón, sino porque sus vagonetas resultan incómodas a más no poder y convierten el trayecto en un auténtico suplicio; un rompe-vértebras del que sólo te apetece bajar cuanto antes. No repetimos: no teníamos el menor interés en acabar con moratones en los omóplatos ni ganas de recordar el molesto dolor del pecho con el que salimos de la atracción ante los continuos traqueteos de la barra de seguridad contra el diafragma.
Tras comer algo para reponernos (¡los años no perdonan!), pasamos a
Inferno: un acongojante artilugio, no apto para los que huyan de las emociones fuertes, con giros inesperados y vueltas en todas las posiciones, pero que por desgracia tiene una duración muy breve. Y después le siguió
El vuelo del Fénix; la habitual lanzadera en caída libre, desde 54m. de altura, que quizá sabrá a poco a aquellos que ya hayan probado algo similar y de mayor altitud en otros parques de atracciones más ambiciosos.
Por supuesto todo el trazado del parque se ve jalonado de tiendas de souvenirs, puestos de comida rápida y restaurantes, heladerías, vestuarios y aseos, y un amplio surtido de atracciones infantiles —la mayoría versiones para niños de las que existen para adultos—, así como los comunes espacios recreativos, con barracas de tiro, pequeñas norias, coches de choque y demás juegos. El programa lo rematan las animaciones itinerantes y los espectáculos de teatro, danza, acrobacias o cuentacuentos, bien al aire libre en alguna de las diferentes explanadas temáticas o bien en los edificios destinados a tal fin. Se despliegan en distintos horarios a lo largo del día, de modo que es raro que dé tiempo a verlos todos. Nosotros presenciamos dos de ellos:
Teseo y los Titanes (espectáculo de lucha que cuenta cómo Hiperión se enfrentó a Zeus por el trono del Olimpo) y el que se anunciaba como evento estrella de la temporada:
Imperium.
Según el planning,
Imperium es una representación para «
descubrir las culturas que formaron parte del imperio romano durante su máximo esplendor» y tiene lugar en una estructura que imita el archiconocido Coliseo de Roma; un teatro a cubierto con gradas, de bastante capacidad. Por la descripción anterior, supuse que se trataría de una combinación de actividades artísticas de carácter didáctico para pequeños y grandes, pero nada que ver. En realidad es una exhibición acrobática y de danza, muy digna por la parte de los gimnastas, disfrazados de legionarios, y de las bailarinas que la ejecutan, pero decepcionante si alguien espera ver otra cosa. Mención aparte de los payasos que ejercen de maestros de ceremonias, que desentonan con la ambientación y no hacen la menor gracia (igual es un trauma infantil mío, ya que jamás me han gustado los payasos...)
Dicho todo esto, de lo que se deduce que en general lo pasamos en grande, hay una impresión innegable que todo visitante se lleva de
Terra Mítica: el parque es, a todas luces, deficitario. Se inauguró en 2000 y, parece ser, tras pasar por diferentes manos, pocos son los años que ha obtenido beneficio en términos netos. En pleno agosto, junto a uno de los destinos turísticos más frecuentados de levante, como Benidorm, la ocupación en el día que pasamos allí no debía de alcanzar ni el 50% de su potencial aforo. De hecho, la atracción a la que más tiempo tardamos en acceder (el Laberinto del Minotauro) nos retuvo poco más de 20 minutos, y porque llegamos a ella justo en hora punta. Pero las esperas rara vez superaron los diez minutos, cuanto lo habitual en este tipo de parques es dedicar con resignación casi la mitad de la jornada a guardar pacientemente las colas.
Por supuesto, ¡mejor para nosotros! Lo bueno es que pudimos visitar cómodamente cuanto nos interesaba y en el mismo día (lo que, por otra parte, convierte en inútil el pase de dos días, a menos que se quiera repetir múltiples veces en las mismas atracciones). Así, aunque el sol caía a plomo, apenas eran necesarios los vaporizadores de agua sobre las filas para montar en cualquier sitio. Pero es una lástima, porque en realidad el parque es bonito, la ambientación hace el paseo muy agradable y las atracciones ya existentes no están nada mal. No quiero ser agorero, pero tiene todas las papeletas de pegar el cerrojazo de aquí a pocos años, so pena de que las pérdidas se costeen desde las arcas públicas de la Comunidad Valenciana (y prefiero ni pensar en los desmanes y mangoneos que debieron de producirse en la construcción y con las concesiones de explotación.)
Varias pegas se le pueden achacar a la irregular trayectoria de un recinto recreativo que debería funcionar a las mil maravillas en temporada alta. Por un lado, el parque se halla todavía claramente en evolución: en términos de espacio, se nota cierta escasez y falta de diversidad de las atracciones; no es un parque temático especialmente grande y a la falta de promoción se le unen carencias de oferta lúdica (encima le han aplicado una fuerte reducción de personal). Pero el motivo principal de su limitado éxito radica, desde mi punto de vista, en el abusivo precio de las entradas: casi 40€ la de adulto y 29€ la de niño (a lo que debe sumarse el sablazo obligatorio de 6€ del parking si vas en tu vehículo propio). Fatal error, si consideramos que el público objetivo es mayoritariamente joven.
Reduce las tarifas a la mitad y tendrás autocares llenos a las puertas casi a diario; al menos esa es mi teoría. Gracias a que nosotros habíamos conseguido un pase 2x1, de modo que a 20€ por cabeza ya sí nos parecía razonable. Y es que estos parques o se llenan hasta la bandera, o nunca podrán ser rentables (y si no, que le pregunten incluso a
Disneyland París) debido al altísimo coste que implica su mantenimiento. Tampoco tiene sentido meter más de una decena de restaurantes en el interior, si salvo uno o dos de ellos —básicamente caravanas de snacks— no ofrecen precios aceptables para que una familia coma dentro del lugar y, en definitiva, pueda pasar el día entero allí.
Pero, en fin, no quiero que mi vena crítica empañe una visita que fue muy divertida y diferente de lo acostumbrado. A
Terra Mítica le hace falta crecer, y quizá la nueva entidad a cargo de su gestión, que también lleva la de los parques
Aqualandia y
MundoMar, logre impulsarla lo suficiente para que remonte y tenga futuro. Así pues, si en algún momento decidís ir, haceos previamente con un vale descuento o promoción adecuada, dejaos llevar como críos y... ¡haced un poco el cabra, por qué no?! XD