Me acercaba a Las águilas de Roma, el último lanzamiento de Enrico Marini, con cierta suspicacia tras pasar por varias reseñas en la web que coincidían en señalar la oposición de su virtuosismo gráfico a un guión que se queda en amago de obras de mayor calado, como la hasta ahora imbatible Murena, del dúo Dufaux/Delaby. Una vez terminado, la verdad es que mi opinión converge bastante con el punto de vista casi unánime que sobre este trabajo ha sido emitido por otros internautas. En cambio, sea por esa cautela inicial, originada de nuevo por la influencia de las expectativas, sea por un leve desánimo ante la posibilidad de encontrarme con un remedo más de este interés resucitado en los últimos años por todo lo que tiene que ver con la antigua civilización romana, el caso es que tengo que admitir que, sin llegar al grado de sorprendente, su lectura me ha resultado agradable, fluída y bastante entretenida.
El autor italo-suizo rinde homenaje con esta nueva saga a ese cincuenta por ciento de su nacionalidad (un deseo que satisface igualmente en El Escorpión) y lo hace como profesional completo; en esta ocasión prescinde de sus habituales Thierry Smolderen, Jean Dufaux o Stéphen Desberg, que llevaban el pulso narrativo de sus anteriores trabajos: Olivier Varèse, Gipsy, La estrella del desierto, Rapaces y El Escorpión, series que han ido consagrando eficazmente al dibujante en su carrera y le han otorgado un reconocimiento que hoy día no se le puede negar.
A la experiencia de Las águilas de Roma le falta algo de fuelle, entre otras cosas por echar mano de los tópicos del género e incurrir en errores que ya le han sido atribuidos a su autor en el pasado, como luego aclararé, pero tampoco se puede decir que le salga mal (seamos, además, un poquito condescendientes con este Libro I que, como todos los comienzos, basa sus líneas en presentaciones y puestas en escena para un futuro). Lo que está claro es que Marini se reafirma como un dibujante espléndido, alcanzando una notable perfección en su principal faceta artística, que nos permite recrearnos en el precioso y seductor estilo que acompaña a una narrativa, como mínimo, correcta.
Un punto común con gran cantidad de novelas, filmes y comics 'de romanos' es el de ambientarse en la era de los Césares, cuando el Imperio va a conocer su etapa de mayor esplendor y expansión territorial. Y aunque aún es pronto para atisbar demasiadas muestras de los excesos que llevarán a su ruina, ya se presenta a los artífices de su futura decadencia, pues en este caso la acción -en sentido literal- también comienza en las fronteras de la Germania de los bárbaros, hecho que nos recuerda inevitablemente a los primeros minutos de metraje de la superproducción Gladiator de Ridley Scott, como bien se ha comentado en otros lugares.
Situemos el contexto histórico: año 9 a.C. El periodo imperial da sus primeros, pero firmes, pasos. Las fuerzas de Tiberio, hijo de Augusto, se enfrentan a la resistencia de los inmensos territorios del norte, habitados por no pocas tribus y pueblos rivales que empiezan a ceder frente a las organizadas legiones romanas. Tras los enfrentamientos iniciales se imponen algunos pactos de colaboración apoyados en acciones diplomáticas, tales como la práctica, común por entonces, mediante la que los hijos de muchos príncipes bárbaros eran tomados como rehenes y romanizados para asegurar la obediencia de sus respectivos clanes en el empuje de las conquistas bajo el estandarte del águila. Uno de ellos es Ermanamer, hijo de Sigmar de los Queruscos que -rebautizado como Gaio Julio Arminio en su nueva condición de ciudadano romano- pasa a estar, por disposición del emperador, bajo la tutoría del oficial Tito Valerio Falco, antiguo experto en la formación de legionarios, ahora retirado en su hacienda después de haber tomado por esposa años atrás a una germana de noble cuna. Fruto de esa unión es el joven Marco Falco, cuya impetuosa personalidad va a chocar de inmediato con la del orgulloso recién llegado. A la bravuconería y rivalidad inicial de los dos muchachos le sucederá un previsible hermanamiento, sellado con un pacto de sangre y acaso acrecentado por el origen bárbaro de ambos, que se ve impuesto por la disciplina y rigurosidad de la formación a la que les someten su padre e instructores.
Así, la mayor parte de este primer número se centra en la evolución de esa relación entre Marco y Arminio, marcada por la dureza de su entrenamiento como guerreros, el abandono definitivo de las comodidades reservadas a la niñez, el paso a la madurez junto a los descubrimientos propios de la edad adulta y su transformación en futuros integrantes de las legiones romanas. Pocos elementos de las clásicas maquinaciones históricas y tramas conspirativas tan frecuentes en el género se apuntan por ahora, al centrarse en la consolidación de los protagonistas. Sin haber dejado apenas pistas sobre las que desarrollar la continuación del argumento, salvo el presagiado destino de Ermanamer como impulsor de la oposición germánica, Marini tendrá que hacer hincapié en los siguientes volúmenes para reenganchar al sector desanimado ante la carencia de planteamientos del tomo que abre la serie. Tomo, por cierto, muy bonito en su presentación y que además de ofrecernos en sus guardas un detallado mapa del Imperio, también incluye un útil glosario de términos latinos empleados a la largo de sus casi sesenta páginas.
Nada que objetar, sin embargo, de las cualidades del artista al dibujo, cuyo talento no ha de extrañarnos que sea garantía de éxito comercial. Al dominio de la perspectiva espacial y de la estilización de los perfiles realistas y figuras físicas de los personajes, tanto masculinos como femeninos, que traspasa las viñetas y los dota de una humanidad derrochadora de belleza (algo en lo que ya se sabe que es un maestro) se une el elaborado proceso de reproducción gráfica de cada detalle cotidiano de la sociedad romana, de las indumentarias y costumbres, y del retrato mismo de la ciudad de Roma, que tiene su base en una profunda labor de documentación, siempre adornado por la exquisita utilización de vivos tonos acuarelados. Me sumo, por tanto, a las voces que aplauden tanto el aspecto gráfico como claman por igual una mayor sintonía con el guión para acreditar el mérito de esta obra. Ello no quita para que a Marini se le pueda encumbrar sin duda entre los principales nombres europeos contemporáneos del comic, que ha convencido rápidamente al exigente público francés con su lección de historia romana.
Cuando indicaba antes que la aventura hospeda un 'defecto' que ya padece alguno de los trabajos anteriores del dibujante, me refería a la continuada cesión de espacio a secuencias de explícito carácter erótico. Que nadie piense en un exceso de celo o pudor por mi parte en este sentido, pero las escenas de sexo gratuito rayan lo burdo al mismo nivel que lo innecesario, de no ser como justificación del despertar sexual de los dos jóvenes de hormonas revolucionadas o del desenfreno orgiástico de la Roma de los emperadores. Sin embargo, a mi juicio, me parece un abuso prescindible alargar un álbum hasta las 56 páginas (lo que, siendo analíticos, redunda en un aumento considerable de precio, que ya sabemos de qué pie cojea Norma) cuando perfectamente podría haber concluido justo en la número 48, y todo para añadir un acto -el que tiene lugar en el lupanar- que no contribuye absolutamente en nada al desarrollo.
Pero bueno, le otorgo un voto de confianza a la serie (que se estima se prolongará en cuatro o cinco tomos) seguramente por tener demasiado fresco el recuerdo de su delicioso dibujo y por mi interés, desde siempre, en las historietas de ambientación grecolatina. Espero, asimismo, un tratamiento mejor hilado del guión si quiere distinguirse y obtener mayores réditos que el mero entretenimiento, algo que después de todo ya aporta con creces El Escorpión (otra colección a la que reconozco haberme entregado recientemente). De la continuación, aún sin fecha de salida a la vista, sólo cabe esperar una mejoría para que cedamos a los 15 € que por cada álbum se embolsa Norma, quien, por cierto, es la que hasta ahora ha publicado prácticamente la totalidad de la producción tebeística del autor en nuestro país. Entretanto, no son escasos los ejemplos de comics transmisores del amplio periodo que abarca la rica cultura de Grecia y Roma con los que pasar un buen rato, desde clásicos francobelgas imprescindibles como el Alix de Jacques Martin a dignísimos representantes del género como el ya mencionado Murena o La Edad de Bronce, de Eric Shanower, que deberían ser de obligada lectura en las escuelas, pasando por sorpresas de última hora como Peplum, de Blutch, o La última batalla, de la que ya hablé hace tiempo. No obstante, a ver si el Sr. Enrico nos anuncia pronto la aparición de ese Libro II para emitir una valoración con mayor criterio.
El autor italo-suizo rinde homenaje con esta nueva saga a ese cincuenta por ciento de su nacionalidad (un deseo que satisface igualmente en El Escorpión) y lo hace como profesional completo; en esta ocasión prescinde de sus habituales Thierry Smolderen, Jean Dufaux o Stéphen Desberg, que llevaban el pulso narrativo de sus anteriores trabajos: Olivier Varèse, Gipsy, La estrella del desierto, Rapaces y El Escorpión, series que han ido consagrando eficazmente al dibujante en su carrera y le han otorgado un reconocimiento que hoy día no se le puede negar.
A la experiencia de Las águilas de Roma le falta algo de fuelle, entre otras cosas por echar mano de los tópicos del género e incurrir en errores que ya le han sido atribuidos a su autor en el pasado, como luego aclararé, pero tampoco se puede decir que le salga mal (seamos, además, un poquito condescendientes con este Libro I que, como todos los comienzos, basa sus líneas en presentaciones y puestas en escena para un futuro). Lo que está claro es que Marini se reafirma como un dibujante espléndido, alcanzando una notable perfección en su principal faceta artística, que nos permite recrearnos en el precioso y seductor estilo que acompaña a una narrativa, como mínimo, correcta.
Un punto común con gran cantidad de novelas, filmes y comics 'de romanos' es el de ambientarse en la era de los Césares, cuando el Imperio va a conocer su etapa de mayor esplendor y expansión territorial. Y aunque aún es pronto para atisbar demasiadas muestras de los excesos que llevarán a su ruina, ya se presenta a los artífices de su futura decadencia, pues en este caso la acción -en sentido literal- también comienza en las fronteras de la Germania de los bárbaros, hecho que nos recuerda inevitablemente a los primeros minutos de metraje de la superproducción Gladiator de Ridley Scott, como bien se ha comentado en otros lugares.
Situemos el contexto histórico: año 9 a.C. El periodo imperial da sus primeros, pero firmes, pasos. Las fuerzas de Tiberio, hijo de Augusto, se enfrentan a la resistencia de los inmensos territorios del norte, habitados por no pocas tribus y pueblos rivales que empiezan a ceder frente a las organizadas legiones romanas. Tras los enfrentamientos iniciales se imponen algunos pactos de colaboración apoyados en acciones diplomáticas, tales como la práctica, común por entonces, mediante la que los hijos de muchos príncipes bárbaros eran tomados como rehenes y romanizados para asegurar la obediencia de sus respectivos clanes en el empuje de las conquistas bajo el estandarte del águila. Uno de ellos es Ermanamer, hijo de Sigmar de los Queruscos que -rebautizado como Gaio Julio Arminio en su nueva condición de ciudadano romano- pasa a estar, por disposición del emperador, bajo la tutoría del oficial Tito Valerio Falco, antiguo experto en la formación de legionarios, ahora retirado en su hacienda después de haber tomado por esposa años atrás a una germana de noble cuna. Fruto de esa unión es el joven Marco Falco, cuya impetuosa personalidad va a chocar de inmediato con la del orgulloso recién llegado. A la bravuconería y rivalidad inicial de los dos muchachos le sucederá un previsible hermanamiento, sellado con un pacto de sangre y acaso acrecentado por el origen bárbaro de ambos, que se ve impuesto por la disciplina y rigurosidad de la formación a la que les someten su padre e instructores.
Así, la mayor parte de este primer número se centra en la evolución de esa relación entre Marco y Arminio, marcada por la dureza de su entrenamiento como guerreros, el abandono definitivo de las comodidades reservadas a la niñez, el paso a la madurez junto a los descubrimientos propios de la edad adulta y su transformación en futuros integrantes de las legiones romanas. Pocos elementos de las clásicas maquinaciones históricas y tramas conspirativas tan frecuentes en el género se apuntan por ahora, al centrarse en la consolidación de los protagonistas. Sin haber dejado apenas pistas sobre las que desarrollar la continuación del argumento, salvo el presagiado destino de Ermanamer como impulsor de la oposición germánica, Marini tendrá que hacer hincapié en los siguientes volúmenes para reenganchar al sector desanimado ante la carencia de planteamientos del tomo que abre la serie. Tomo, por cierto, muy bonito en su presentación y que además de ofrecernos en sus guardas un detallado mapa del Imperio, también incluye un útil glosario de términos latinos empleados a la largo de sus casi sesenta páginas.
Nada que objetar, sin embargo, de las cualidades del artista al dibujo, cuyo talento no ha de extrañarnos que sea garantía de éxito comercial. Al dominio de la perspectiva espacial y de la estilización de los perfiles realistas y figuras físicas de los personajes, tanto masculinos como femeninos, que traspasa las viñetas y los dota de una humanidad derrochadora de belleza (algo en lo que ya se sabe que es un maestro) se une el elaborado proceso de reproducción gráfica de cada detalle cotidiano de la sociedad romana, de las indumentarias y costumbres, y del retrato mismo de la ciudad de Roma, que tiene su base en una profunda labor de documentación, siempre adornado por la exquisita utilización de vivos tonos acuarelados. Me sumo, por tanto, a las voces que aplauden tanto el aspecto gráfico como claman por igual una mayor sintonía con el guión para acreditar el mérito de esta obra. Ello no quita para que a Marini se le pueda encumbrar sin duda entre los principales nombres europeos contemporáneos del comic, que ha convencido rápidamente al exigente público francés con su lección de historia romana.
Cuando indicaba antes que la aventura hospeda un 'defecto' que ya padece alguno de los trabajos anteriores del dibujante, me refería a la continuada cesión de espacio a secuencias de explícito carácter erótico. Que nadie piense en un exceso de celo o pudor por mi parte en este sentido, pero las escenas de sexo gratuito rayan lo burdo al mismo nivel que lo innecesario, de no ser como justificación del despertar sexual de los dos jóvenes de hormonas revolucionadas o del desenfreno orgiástico de la Roma de los emperadores. Sin embargo, a mi juicio, me parece un abuso prescindible alargar un álbum hasta las 56 páginas (lo que, siendo analíticos, redunda en un aumento considerable de precio, que ya sabemos de qué pie cojea Norma) cuando perfectamente podría haber concluido justo en la número 48, y todo para añadir un acto -el que tiene lugar en el lupanar- que no contribuye absolutamente en nada al desarrollo.
Pero bueno, le otorgo un voto de confianza a la serie (que se estima se prolongará en cuatro o cinco tomos) seguramente por tener demasiado fresco el recuerdo de su delicioso dibujo y por mi interés, desde siempre, en las historietas de ambientación grecolatina. Espero, asimismo, un tratamiento mejor hilado del guión si quiere distinguirse y obtener mayores réditos que el mero entretenimiento, algo que después de todo ya aporta con creces El Escorpión (otra colección a la que reconozco haberme entregado recientemente). De la continuación, aún sin fecha de salida a la vista, sólo cabe esperar una mejoría para que cedamos a los 15 € que por cada álbum se embolsa Norma, quien, por cierto, es la que hasta ahora ha publicado prácticamente la totalidad de la producción tebeística del autor en nuestro país. Entretanto, no son escasos los ejemplos de comics transmisores del amplio periodo que abarca la rica cultura de Grecia y Roma con los que pasar un buen rato, desde clásicos francobelgas imprescindibles como el Alix de Jacques Martin a dignísimos representantes del género como el ya mencionado Murena o La Edad de Bronce, de Eric Shanower, que deberían ser de obligada lectura en las escuelas, pasando por sorpresas de última hora como Peplum, de Blutch, o La última batalla, de la que ya hablé hace tiempo. No obstante, a ver si el Sr. Enrico nos anuncia pronto la aparición de ese Libro II para emitir una valoración con mayor criterio.