Rosinski – Van Hamme (2001)
Norma Editorial. Colección Pandora nº 94
Edición original: Le Royaume sous le Sable
Norma Editorial. Colección Pandora nº 94
Edición original: Le Royaume sous le Sable
Atención: este artículo puede revelar detalles sobre el argumento.
Antes de abordar una nueva entrega del monográfico sobre Thorgal —que empieza a aproximarse a su recta final—, me gustaría enlazar con el acontecimiento que apuntaba en las últimas líneas del artículo previo de esta sección: la visita de Rosinski a Madrid con motivo de la celebración de la XVI edición de Expocómic. Por entonces os anunciaba mi intención de conseguir encontrarme con el autor y que estampara su dedicatoria sobre alguno de los viejos tomos de mi colección. Como ya sabréis quienes leísteis el resumen de cómo se desarrolló esta pasada sesión del festival del cómic en la capital (y los que no, para no repetirme, podéis verlo aquí y aquí), pude dar la misión por cumplida y conocer al fin a uno de mis dibujantes imprescindibles.
Lamentablemente, no me fue posible asistir al limitado y exclusivo forum que el autor mantuvo con un grupo de aficionados, pues era requisito ser socio del club Fnac para estar invitado. Sin embargo, he conseguido encontrar el audio del evento y quiero compartirlo con los que también os quedasteis sin poder disfrutarlo en su día. Aquí lo tenéis:
Tras este inciso, centrémonos ya en el álbum que nos ocupa en esta ocasión. El reino bajo la arena supone en cierto modo el cierre definitivo de uno de los interrogantes en torno al que más giros se ha estado dando desde el comienzo de la serie: el relativo al verdadero origen de Thorgal. Hasta ahora habíamos dado por sentada la procedencia alienígena del héroe criado entre los vikingos. En este número, se produce una nueva vuelta de tuerca al asunto que termina de aclarar tan manido enigma, con el que el mismo protagonista llega a expresar que no quiere volver a tener nada que ver. Para los lectores, también, es un modo de dar carpetazo a ese aspecto en la vida del personaje.
Por desgracia, este volumen 26 de Thorgal posee el dudoso honor de ser el peor valorado de toda la serie (atendiendo a las puntuaciones de los lectores en su página oficial), y sin lugar a dudas es uno de los más irregulares, tanto a nivel de guión como de dibujo.
Como si la misma obra replicara el hastío que Aaricia expresa en las primeras páginas de esta aventura, la colección manifiesta a las alturas del actual álbum (el primero de la década de 2000) un notable agotamiento esencialmente argumental que, sin embargo, precisa en cierto modo de un punto de apoyo como trampolín hacia otros horizontes. Empecinado en hallar un lugar idílico, que sólo existe en sus sueños, donde instalar a su familia, Thorgal se resiste a entrar en razón y reconocer que sólo volviendo a Northland (ya superada su condición de desterrados) podrán amagar por disfrutar de esa paz que llevan años persiguiendo y que les ha llevado hasta un inmenso desierto, más allá del que sólo parece existir arena. A su improvisado campamento entre las dunas se acercan de pronto un par de extraños, aparentemente habitantes de esa inhóspita región.
Al arder su barca inexplicablemente, a Thorgal y los suyos no les queda más remedio que aceptar a regañadientes la hospitalidad forzosa de esos individuos. Pero en el camino, nuestro héroe descubre que sus supuestos anfitriones son en realidad los últimos supervivientes perdidos del pueblo de las estrellas, que han hecho de una misteriosa ciudad en ruinas sepultada en el despoblado arenal su postrer refugio. ¿Qué intenciones tienen y cuál es el papel que pretenden que Thorgal juegue en ellas?
Según lo dicho, este es el tomo en el que se cierra el círculo sobre la genealogía de Thorgal. Así, averiguamos por fin que los miembros del llamado pueblo de las estrellas no son sino los descendientes de los atlantes que lograron huir a tiempo del colapso de aquella mítica civilización terrestre. Van Hamme defiende la trama con corrección, sí, y la historieta se lee con ganas. Pero es una pena que después de haber rescatado la temática ciencia ficción, que ya había quedado en un segundo plano dentro de la obra, no consigue resolver la aventura con eficacia debido a un final precipitado, decepcionante y poco trabajado.
Como consuelo nos queda poder atar cabos definitivamente respecto a las distintas expediciones que los compatriotas de Thorgal emprendieron a la Tierra, así como el destino de todos sus integrantes, que ahora resulta más claro. Lejos quedan ya las primeras revelaciones de Slive en La isla de los mares helados, siguiendo la pista con Xargos y Varth en el ciclo de Qa, hasta dar con la pieza final del rompecabezas en el presente tomo. Pero, ¿era realmente necesario este epílogo? Además, estos últimos exploradores del pueblo de las estrellas que consiguen regresar al punto de partida de su prole no están tan inspirados como aquellos que les precedieron. Sargón y su esbirro no acaban de dar la talla como villanos (es poco creíble que el resto de la tripulación no se rebelara contra un cabecilla así) y sólo Tiago e Ileniya, a los que también veremos en el próximo número, salvan las apariencias como secundarios momentáneos.
Incluso gráficamente, tanto por el dibujo como en la aplicación del color, esta aventura deja un poco que desear, al menos si la comparamos con el excelente grado alcanzado en etapas anteriores. A nuestro Grzegorz Rosinski se le nota cansado y perezoso durante estas 48 páginas, con un trazo menos definido y preciso de lo que acostumbra a mostrarnos (propiciado por el escenario desértico y carente de detalles donde se desarrolla buena parte de la historia). ¿Sería esta fase más floja (a la que aún le queda algún coletazo) el detonante de que Rosinski adoptase el nuevo estilo que lucen los álbumes recientemente publicados? Estoy casi seguro de que sí. No obstante —aunque esto no se trate de una novedad— nos ofrece una de sus fenomenales splash-page con la que echar un bonito vistazo al pasado, gracias en esta ocasión al introspector atlante.
Para rematar el regusto amargo hay que decir que la traducción (que corre a cargo de Estudio Fénix) tampoco ha estado muy fina esta vez, con unas cuantas estructuras gramaticales erróneas y equivocaciones de nombres. Son varias las manos que han llevado a cabo la traducción —y la rotulación también— de la serie desde su inicio, siendo actualmente Diego de los Santos el encargado de esta tarea desde el tomo Yo, Jolan.
Como escenarios, además del árido desierto africano al que, de tanto navegar, han ido a parar Thorgal y familia, tenemos la enterrada ciudad de Arqueópolis, mezcla de elementos arquitectónicos de distintas civilizaciones en presunto contacto con la legendaria Atlántida, pues el dibujante juega con estructuras grecorromanas, egipcias, orientales, babilónicas, etc. Una lástima que este entorno mitológico y su tenebroso laberinto no hayan dado más juego... Por otra parte, artilugios y gadgets, como la nave, los cinturones de gravedad o las pistolas láser, completan un cuadro a lo cifi ochentera que, precisamente por ese toque gráfico de tecnología vintage, no deja de tener su atractivo.
A partir de la salida de este volumen la colección comenzó a extenderse a otros medios (el CD de música de Thorgal, por ejemplo, del que os hablaré más adelante) y a aumentar sus dimensiones con las primeras ediciones especiales acompañadas de ex-libris y portfolios. También por esta época tuvo lugar la publicación del one-shot Western, de los mismos autores, que podemos leer gracias a Norma Editorial. En cuanto a las últimas novedades thorgalianas del mercado francés, hace apenas unas semanas salió a la venta el 2º número de La juventud de Thorgal (titulado El ojo de Odín) y el mes que viene lo hará el 4º de Loba. Ya les he echado un vistazo a sendos spin-offs de Surzhenko y Yann, y lo cierto es que, por lo menos desde el punto de vista gráfico, son estupendas apuestas para ampliar la colección. Confío en que algún día las veamos editadas aquí.
Seguramente en nuestra próxima cita con Thorgal haga un pequeño alto en la serie regular para comentar mis primeras impresiones acerca de la biografía de Rosinski, disponible desde hace pocos meses, y mostraros una fotoreseña de la misma.
Lamentablemente, no me fue posible asistir al limitado y exclusivo forum que el autor mantuvo con un grupo de aficionados, pues era requisito ser socio del club Fnac para estar invitado. Sin embargo, he conseguido encontrar el audio del evento y quiero compartirlo con los que también os quedasteis sin poder disfrutarlo en su día. Aquí lo tenéis:
Tras este inciso, centrémonos ya en el álbum que nos ocupa en esta ocasión. El reino bajo la arena supone en cierto modo el cierre definitivo de uno de los interrogantes en torno al que más giros se ha estado dando desde el comienzo de la serie: el relativo al verdadero origen de Thorgal. Hasta ahora habíamos dado por sentada la procedencia alienígena del héroe criado entre los vikingos. En este número, se produce una nueva vuelta de tuerca al asunto que termina de aclarar tan manido enigma, con el que el mismo protagonista llega a expresar que no quiere volver a tener nada que ver. Para los lectores, también, es un modo de dar carpetazo a ese aspecto en la vida del personaje.
Por desgracia, este volumen 26 de Thorgal posee el dudoso honor de ser el peor valorado de toda la serie (atendiendo a las puntuaciones de los lectores en su página oficial), y sin lugar a dudas es uno de los más irregulares, tanto a nivel de guión como de dibujo.
Como si la misma obra replicara el hastío que Aaricia expresa en las primeras páginas de esta aventura, la colección manifiesta a las alturas del actual álbum (el primero de la década de 2000) un notable agotamiento esencialmente argumental que, sin embargo, precisa en cierto modo de un punto de apoyo como trampolín hacia otros horizontes. Empecinado en hallar un lugar idílico, que sólo existe en sus sueños, donde instalar a su familia, Thorgal se resiste a entrar en razón y reconocer que sólo volviendo a Northland (ya superada su condición de desterrados) podrán amagar por disfrutar de esa paz que llevan años persiguiendo y que les ha llevado hasta un inmenso desierto, más allá del que sólo parece existir arena. A su improvisado campamento entre las dunas se acercan de pronto un par de extraños, aparentemente habitantes de esa inhóspita región.
Al arder su barca inexplicablemente, a Thorgal y los suyos no les queda más remedio que aceptar a regañadientes la hospitalidad forzosa de esos individuos. Pero en el camino, nuestro héroe descubre que sus supuestos anfitriones son en realidad los últimos supervivientes perdidos del pueblo de las estrellas, que han hecho de una misteriosa ciudad en ruinas sepultada en el despoblado arenal su postrer refugio. ¿Qué intenciones tienen y cuál es el papel que pretenden que Thorgal juegue en ellas?
Según lo dicho, este es el tomo en el que se cierra el círculo sobre la genealogía de Thorgal. Así, averiguamos por fin que los miembros del llamado pueblo de las estrellas no son sino los descendientes de los atlantes que lograron huir a tiempo del colapso de aquella mítica civilización terrestre. Van Hamme defiende la trama con corrección, sí, y la historieta se lee con ganas. Pero es una pena que después de haber rescatado la temática ciencia ficción, que ya había quedado en un segundo plano dentro de la obra, no consigue resolver la aventura con eficacia debido a un final precipitado, decepcionante y poco trabajado.
Como consuelo nos queda poder atar cabos definitivamente respecto a las distintas expediciones que los compatriotas de Thorgal emprendieron a la Tierra, así como el destino de todos sus integrantes, que ahora resulta más claro. Lejos quedan ya las primeras revelaciones de Slive en La isla de los mares helados, siguiendo la pista con Xargos y Varth en el ciclo de Qa, hasta dar con la pieza final del rompecabezas en el presente tomo. Pero, ¿era realmente necesario este epílogo? Además, estos últimos exploradores del pueblo de las estrellas que consiguen regresar al punto de partida de su prole no están tan inspirados como aquellos que les precedieron. Sargón y su esbirro no acaban de dar la talla como villanos (es poco creíble que el resto de la tripulación no se rebelara contra un cabecilla así) y sólo Tiago e Ileniya, a los que también veremos en el próximo número, salvan las apariencias como secundarios momentáneos.
Incluso gráficamente, tanto por el dibujo como en la aplicación del color, esta aventura deja un poco que desear, al menos si la comparamos con el excelente grado alcanzado en etapas anteriores. A nuestro Grzegorz Rosinski se le nota cansado y perezoso durante estas 48 páginas, con un trazo menos definido y preciso de lo que acostumbra a mostrarnos (propiciado por el escenario desértico y carente de detalles donde se desarrolla buena parte de la historia). ¿Sería esta fase más floja (a la que aún le queda algún coletazo) el detonante de que Rosinski adoptase el nuevo estilo que lucen los álbumes recientemente publicados? Estoy casi seguro de que sí. No obstante —aunque esto no se trate de una novedad— nos ofrece una de sus fenomenales splash-page con la que echar un bonito vistazo al pasado, gracias en esta ocasión al introspector atlante.
Para rematar el regusto amargo hay que decir que la traducción (que corre a cargo de Estudio Fénix) tampoco ha estado muy fina esta vez, con unas cuantas estructuras gramaticales erróneas y equivocaciones de nombres. Son varias las manos que han llevado a cabo la traducción —y la rotulación también— de la serie desde su inicio, siendo actualmente Diego de los Santos el encargado de esta tarea desde el tomo Yo, Jolan.
Como escenarios, además del árido desierto africano al que, de tanto navegar, han ido a parar Thorgal y familia, tenemos la enterrada ciudad de Arqueópolis, mezcla de elementos arquitectónicos de distintas civilizaciones en presunto contacto con la legendaria Atlántida, pues el dibujante juega con estructuras grecorromanas, egipcias, orientales, babilónicas, etc. Una lástima que este entorno mitológico y su tenebroso laberinto no hayan dado más juego... Por otra parte, artilugios y gadgets, como la nave, los cinturones de gravedad o las pistolas láser, completan un cuadro a lo cifi ochentera que, precisamente por ese toque gráfico de tecnología vintage, no deja de tener su atractivo.
A partir de la salida de este volumen la colección comenzó a extenderse a otros medios (el CD de música de Thorgal, por ejemplo, del que os hablaré más adelante) y a aumentar sus dimensiones con las primeras ediciones especiales acompañadas de ex-libris y portfolios. También por esta época tuvo lugar la publicación del one-shot Western, de los mismos autores, que podemos leer gracias a Norma Editorial. En cuanto a las últimas novedades thorgalianas del mercado francés, hace apenas unas semanas salió a la venta el 2º número de La juventud de Thorgal (titulado El ojo de Odín) y el mes que viene lo hará el 4º de Loba. Ya les he echado un vistazo a sendos spin-offs de Surzhenko y Yann, y lo cierto es que, por lo menos desde el punto de vista gráfico, son estupendas apuestas para ampliar la colección. Confío en que algún día las veamos editadas aquí.
Seguramente en nuestra próxima cita con Thorgal haga un pequeño alto en la serie regular para comentar mis primeras impresiones acerca de la biografía de Rosinski, disponible desde hace pocos meses, y mostraros una fotoreseña de la misma.
3 comentarios:
Nunca me he leído ningún cómic de esta saga y confieso que indagué en su momento sobre ella gracias a tu nick, Jolan. La verdad es que me llama mucho la atención, así tendré que darle una oportunidad ;)
Besos de colores y muy feliz finde, Jolan!!!
Te animo a hacerlo, Fawn. Tienes álbumes de lectura independiente con los que tantear la serie. Es pura aventura y estoy seguro de que te atraparán algunos de sus increibles personajes, como Aaricia o Kriss de Valnor.
¡Que pases un buen domingo! ;)
Muchas gracias por el vídeo, Jolan. Es una suerte que lo hayan subido para los que no pudimos asistir. Al menos, nos hemos podido hacer una idea de cómo fue :)
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