En el día de la madre, pocas obras en el área del cómic se me ocurren más apropiadas y recomendables para leer que Lydie. Un tebeo sobre el que, tengo que decirlo, no disponía de la más mínima referencia, ni de sus autores ni de su salida a la venta inicial, hasta reparar en él por casualidad en la librería hace un par de años, que llevaba esperando el momento adecuado para comentarlo aquí. Y como en un pequeño relato costumbrista podemos encontrar también mucha imaginación y fantasía —más aún en un día especial como lo es éste— creo que ha llegado la hora de resaltar sus virtudes.
Lydie es un álbum one-shot creado codo con codo por el belga Zidrou (Benoît Drouise) y el catalán Jordi Lafebre que narra una historia triste pero a la vez tremendamente bonita y conmovedora desde la primera a la última de sus 56 páginas, dibujadas y coloreadas con un gusto exquisito. Aunque ambos autores han colaborado en unos cuantos proyectos, seguramente éste es el más brillante de su trayectoria conjunta. Justa ganadora de cinco premios internacionales, traducida a varios idiomas, para ser una obra que, al menos en nuestro mercado, pasó algo desapercibida en el momento de su publicación, con el tiempo ha ido haciéndose hueco y cosechando las mejores críticas.
El callejón del bebé con bigote, así llamado desde que a alguien se le ocurrió pintarle un mostacho al cartel que anuncia jabones, es el rincón más reconocible del barrio en el que Camille alumbra a su pequeña Lydie, que nace muerta. Pero, a pesar de la desgracia, para su madre sigue estando allí, acunada entre sus brazos y luego creciendo junto a los demás niños gracias a una especie de juego en el que todos los vecinos ponen de su parte, incapaces de romper ese milagro o acaso haciéndolo realidad en un engaño colectivo que refuerza el espíritu de complicidad entre los 'bigotudos', los que viven junto al callejón.
Zidrou dota de una viveza extraordinaria a la comunidad que da pie a esta farsa amable, en la que cada cual ejerce su papel del modo que mejor sabe o puede. Esto hace que conozcamos y nos encariñemos con las personas que componen el vecindario a medida que vivimos junto a Lydie, aunque parezca un disparate, el momento de su bautizo, sus cumpleaños o su primer día en la escuela. La humildad resignada de Augustin, el padre —papá chu-chú— de Camille, que es uno de los personajes más deliciosamente trazados, obtiene el pacto tácito del grupo formado por el doctor Fabian (o 'doctor fantasía'), su mujer y su hija Catherine, de la anciana señora Paris, del fotógrafo René, los Lefort del bistró local e incluso del cura de este curioso arrabal solidario. Hasta la vieja hueso borracha de Malisse o los granujas de los hermanos Aymard acaban accediendo por omisión al acuerdo cotidiano que transcurre con la generosa aquiescencia de todos.
Por cierto, que el guionista se sirve de referir los sucesos en el tiempo a un ritmo sin fricciones a través de la mirada estática de una antigua talla de la virgen emplazada en una hornacina de la callejuela. Por medio de este símbolo (que hábilmente se desprende en seguida de cualquier connotación religiosa, salvo la que uno le quiera conceder a voluntad) nos transmite la sensación, sosegada y reconfortante, del valor de las cosas bien hechas, pues ésta, en el fondo, no es sino una historia de amor, de altruismo infinito y de humanidad sin florituras morales. Y el equilibrio, tan difícil de alcanzar en este caso, entre historia dramática y tierna a la vez, de humor a ratos, se consigue con una soltura en los diálogos y en las acciones de los personajes que sólo se puede elogiar.
Pero la intervención de Jordi Lafebre en este tebeo no es menos sobresaliente que la de su colega al guión. Su dominio gráfico de la figura y de la expresión gestual, que otorga a los personajes un gran realismo y trasciende su magnitud emotiva, es enorme. Por si esto fuera poco, tiene que apañárselas para conferir credibilidad a una protagonista ausente, a un fantasma; cosa que consigue por medio de la disposición corporal de las personas alrededor de la aludida, o de inteligentes encuadres, juegos de sombras y contornos.
También está a cargo del color, del que predomina en muchas viñetas un tono sepia muy de época, como de fotos familiares, antiguas y ajadas por el tiempo, acorde con la ambientación años 30 que recoge el escenario, el cual destila un aspecto de barriada amable, como de pueblo, que nada tiene que ver con los insensibles suburbios que hoy habitamos en la gran ciudad. De Lafebre he podido averiguar que, tras haberse formado en la conocida escuela Joso (de la que ahora también es docente), se adentra en el mercado francobelga a raíz de su unión profesional con Zidrou. Y, la verdad, me sorprende que su trabajo no haya tenido mayor repercusión hasta la fecha, pero presiento que dará bastante que hablar en el futuro ante la evidente calidad de este cómic como ejemplo. Dicho sea de paso, su estilo se me da un cierto aire a medio camino del de Loisel en Magasin Général y al de Dodier para J. K. J. Bloche.
Como decía antes, Lydie (edición original de Dargaud) no ha sido la única publicación del dúo artístico, sino que igualmente han hecho puesta común en obras colectivas para Dupuis como Noticias alegres para pequeños adultos y grandes niños y La anciana que nunca jugó al tenis y otros relatos que sientan bien, éste último publicado también por Norma en español. Precisamente hace sólo unas semanas Norma lanzó una 2ª edición de Lydie que amplía los breves contenidos extras que traía la primera, así que la ocasión para haceros con esta premiada historieta es inmejorable. Bueno, mejorable sí es, porque en una comparativa Dargaud vs Norma, la editorial española sale perdiendo al haber optado por la reducción de tamaño en el formato.
De cualquier manera, Lydie es una rara joya que os animo encarecidamente a leer en cualquier momento e incluir en vuestra biblioteca, porque al hermoso relato y su maravilloso dibujo se une el hecho de convertirse en una de esas lecturas que, una vez terminadas, te dejan sensiblemente tocado y con un nudo en la garganta. Y, ya que estamos, con ganas de darle un achuchón a tu madre en cuanto la tengas delante.
Lydie es un álbum one-shot creado codo con codo por el belga Zidrou (Benoît Drouise) y el catalán Jordi Lafebre que narra una historia triste pero a la vez tremendamente bonita y conmovedora desde la primera a la última de sus 56 páginas, dibujadas y coloreadas con un gusto exquisito. Aunque ambos autores han colaborado en unos cuantos proyectos, seguramente éste es el más brillante de su trayectoria conjunta. Justa ganadora de cinco premios internacionales, traducida a varios idiomas, para ser una obra que, al menos en nuestro mercado, pasó algo desapercibida en el momento de su publicación, con el tiempo ha ido haciéndose hueco y cosechando las mejores críticas.
El callejón del bebé con bigote, así llamado desde que a alguien se le ocurrió pintarle un mostacho al cartel que anuncia jabones, es el rincón más reconocible del barrio en el que Camille alumbra a su pequeña Lydie, que nace muerta. Pero, a pesar de la desgracia, para su madre sigue estando allí, acunada entre sus brazos y luego creciendo junto a los demás niños gracias a una especie de juego en el que todos los vecinos ponen de su parte, incapaces de romper ese milagro o acaso haciéndolo realidad en un engaño colectivo que refuerza el espíritu de complicidad entre los 'bigotudos', los que viven junto al callejón.
Zidrou dota de una viveza extraordinaria a la comunidad que da pie a esta farsa amable, en la que cada cual ejerce su papel del modo que mejor sabe o puede. Esto hace que conozcamos y nos encariñemos con las personas que componen el vecindario a medida que vivimos junto a Lydie, aunque parezca un disparate, el momento de su bautizo, sus cumpleaños o su primer día en la escuela. La humildad resignada de Augustin, el padre —papá chu-chú— de Camille, que es uno de los personajes más deliciosamente trazados, obtiene el pacto tácito del grupo formado por el doctor Fabian (o 'doctor fantasía'), su mujer y su hija Catherine, de la anciana señora Paris, del fotógrafo René, los Lefort del bistró local e incluso del cura de este curioso arrabal solidario. Hasta la vieja hueso borracha de Malisse o los granujas de los hermanos Aymard acaban accediendo por omisión al acuerdo cotidiano que transcurre con la generosa aquiescencia de todos.
Por cierto, que el guionista se sirve de referir los sucesos en el tiempo a un ritmo sin fricciones a través de la mirada estática de una antigua talla de la virgen emplazada en una hornacina de la callejuela. Por medio de este símbolo (que hábilmente se desprende en seguida de cualquier connotación religiosa, salvo la que uno le quiera conceder a voluntad) nos transmite la sensación, sosegada y reconfortante, del valor de las cosas bien hechas, pues ésta, en el fondo, no es sino una historia de amor, de altruismo infinito y de humanidad sin florituras morales. Y el equilibrio, tan difícil de alcanzar en este caso, entre historia dramática y tierna a la vez, de humor a ratos, se consigue con una soltura en los diálogos y en las acciones de los personajes que sólo se puede elogiar.
Pero la intervención de Jordi Lafebre en este tebeo no es menos sobresaliente que la de su colega al guión. Su dominio gráfico de la figura y de la expresión gestual, que otorga a los personajes un gran realismo y trasciende su magnitud emotiva, es enorme. Por si esto fuera poco, tiene que apañárselas para conferir credibilidad a una protagonista ausente, a un fantasma; cosa que consigue por medio de la disposición corporal de las personas alrededor de la aludida, o de inteligentes encuadres, juegos de sombras y contornos.
También está a cargo del color, del que predomina en muchas viñetas un tono sepia muy de época, como de fotos familiares, antiguas y ajadas por el tiempo, acorde con la ambientación años 30 que recoge el escenario, el cual destila un aspecto de barriada amable, como de pueblo, que nada tiene que ver con los insensibles suburbios que hoy habitamos en la gran ciudad. De Lafebre he podido averiguar que, tras haberse formado en la conocida escuela Joso (de la que ahora también es docente), se adentra en el mercado francobelga a raíz de su unión profesional con Zidrou. Y, la verdad, me sorprende que su trabajo no haya tenido mayor repercusión hasta la fecha, pero presiento que dará bastante que hablar en el futuro ante la evidente calidad de este cómic como ejemplo. Dicho sea de paso, su estilo se me da un cierto aire a medio camino del de Loisel en Magasin Général y al de Dodier para J. K. J. Bloche.
Como decía antes, Lydie (edición original de Dargaud) no ha sido la única publicación del dúo artístico, sino que igualmente han hecho puesta común en obras colectivas para Dupuis como Noticias alegres para pequeños adultos y grandes niños y La anciana que nunca jugó al tenis y otros relatos que sientan bien, éste último publicado también por Norma en español. Precisamente hace sólo unas semanas Norma lanzó una 2ª edición de Lydie que amplía los breves contenidos extras que traía la primera, así que la ocasión para haceros con esta premiada historieta es inmejorable. Bueno, mejorable sí es, porque en una comparativa Dargaud vs Norma, la editorial española sale perdiendo al haber optado por la reducción de tamaño en el formato.
De cualquier manera, Lydie es una rara joya que os animo encarecidamente a leer en cualquier momento e incluir en vuestra biblioteca, porque al hermoso relato y su maravilloso dibujo se une el hecho de convertirse en una de esas lecturas que, una vez terminadas, te dejan sensiblemente tocado y con un nudo en la garganta. Y, ya que estamos, con ganas de darle un achuchón a tu madre en cuanto la tengas delante.
9 comentarios:
El sepia te lleva a una suave melancolía. Y esa estación denota un dominio del oficio total. Perfecta perspectiva.
Saludos.
Me parece un argumento estupendo. Y desde luego, tiene que estar hecho muy bien para no caer en tópicos o sensiblería barata. Me ha llamado la atención, sinceramente.
Un cómic realmente maravilloso y con un encanto y sensibilidad dignas de realzar. Aunque el argumento es diferente, no pude evitar que me recordara al leerlo a "¡ Que bello es vivir !", esa obra maestra de Frank Capra que no sólo da una lección magistral de valores sino que es de esas obras ante las que es imposible permanecer de una pieza, de esas obras que nos mejoran como personas.. Pues bien, me lo recuerda entre otras cosas porque "Lydie" esta impregnada de ese "touch" que no debe confundirse con la sensiblería barata, porque las emociones que provoca y el espíritu que invocan no tienen nada de barato sino de incalculable joya preciosa. Tanto Zidrou como Lafebre hacen un regalo al lector que difícilmente uno olvida, entre adocenadas lecturas, y por unos instantes nos hacen creer que un mundo así, con esa categoría de personas es posible y necesario. Ojala la solidaridad y ternura por el projimo que rebosa Lydie impregnara los corazones de todos, sobretodo de esos señores y señoras grises que tienen en sus manos el rumbo de tantas vidas.
Pues nada que me sumo a la recomendación del amigo, Jolan, que una vez más vuelve a hacer una formidable y aguda reseña.
Por cierto, Jolan, que tengo "Lydie" dedicada por Zidrou como paño en oro en una de mis estanterías y hace poco adquirí también "La anciana que nunca jugó al tenis", que pinta realmente bien. Curiosamente, no me va a faltar Zidrou estos días porque el pasado día de Sant Jordi también me hice con "La piel del Oso" otra obra revelación, que pinta fenomenalmente, y que esta guionizada también por él. Para la ocasión conseguí un autografo de Oriiol, otro talento destacable made in Joso, que parece son de la predilección del guionista, y del que conseguí un dibujo y dedicatoria. Probablmente hablaré de alguno de ellos más adelante en mi blog cuando me los lea. Ya te diré que tal sigue el Sr. Zidrou, que me da que no es flor de un día, afortunadamente.
Saludos desde dentro del laberinto y que tengais todos un estupendo domingo.
Igor:
Sí, el encuadre es magistral. Y el tratamiendo del color, con esas tonalidades que destacan especialmente en las escenas fotográficas, también queda estupendo.
Fernando:
No es nada sensiblero, te lo aseguro. Además, es uno de esos cómics que resultan perfectos para regalar incluso a quien no esté muy metido en el medio. Te gustará.
Hola Jareth:
Buena comparación, desde luego. Las sensaciones que deja un clásico del cine como el que comentas y esta historieta son muy similares.
Y, tomándote la palabra, ojalá hubiera más gente que encarase la vida como se plantea en este cómic. Una frase que se me queda para el recuerdo y pienso debería ser un lema para todos: "Al fin y al cabo, ¿por qué hacer el mal cuando resulta tan sencillo hacer el bien?".
Recuerdo haber visto en tu blog lo de la dedicatoria de Zidrou, sí, ¡qué suerte! A ver si en algún festival engancho a los autores, porque tendría un valor especial para mí poder tener este tomo dedicado por ellos.
Andaré atento de leer tu opinión de estas otras obras de Zidrou.
Que tengáis todos buen domingo. ;)
No la conocía, pero después de esta reseña, como para no apuntarla y echarla un vistazo cuando sea posible... Lo dicho, apuntada queda, gracias por la recomendación :)
Un saludo!
Ya lo había visto en las tiendas y aunque estuve tentado alguna vez no me había decidido a comprarlo. Ahora después de tu entrada no tendré más remedio que incluirlo en la biblioteca.
Salu2
Raist y Pardi, estoy bastante seguro de que esta recomendación os gustará (¡espero no equivocarme! :) ) ya me contaréis qué os ha parecido si finalmente os hacéis con este precioso cómic.
Saludos!
Maravillosa reseña la que nos ha presentado, Jolan!
A ver si tengo oportunidad de hacerme con él porque estoy segura de que me gustará mucho ^_^
Besos de colores!
Gracias, Fawn! Sí, este cómic creo que iría mucho contigo, pruébalo si tienes ocasión!
Besos.
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