Volviendo de las salas de cine de ver la recién estrenada Oz, un Mundo de Fantasía, me afirmaba en la cuenta de que casi han transcurrido nada menos que la friolera de 75 años desde que surgió la adaptación más célebre hasta hoy de la novela de L. Frank Baum, la homónima El Mago de Oz, interpretada en su día por la gran Judy Garland, que elevaba para muchos esta producción a obra de culto del séptimo arte. Aunque tengo mis reservas sobre considerar aquella cinta como una pretendida pieza maestra del celuloide (su tono en exceso afectado y ñoño siempre me ha echado bastante para atrás), creo que no me equivoco al decir que su hegemonía como versión del cuento clásico de Baum sigue permaneciendo intacta. Por lo menos, no será esta la cinta que la destrone de su puesto preeminente.
La última película del norteamericano Sam Raimi (trilogía Spiderman), que se incorpora a la poderosa maquinaria de Disney, no es un remake de aquella de 1939 dirigida por Victor Fleming para la Metro Goldwyn Mayer en los albores de la 2ª Guerra Mundial. Tampoco consiste en un nuevo intento de trasladar el libro a la pantalla, sino que se trata más bien de una precuela de la conocida aventura que la pequeña Dorothy y su perrito Totó (a quienes, lógicamente, ni se menciona aún) vivieron en el país de Oz. Aquí, en las dos horas de metraje, se nos cuenta cómo el propio mago de Oz -protagonista principal- se convirtió en el ser que ya personifica al comenzar la novela, y en el regente del reino al que otorga su nombre.
Antes de continuar, os detallo un poco más (sin peligro alguno de destripe) esta historia anterior al punto de partida de la obra literaria: Oscar Diggs es un apuesto tunante con aires de grandeza que se gana la vida como prestidigitador de fama incierta, realizando trucos para los lugareños en una feria ambulante de Kansas. A causa de su propensión a los devaneos amorosos y sus requiebros con las mujeres de otros feriantes, se ve obligado a huir precipitadamente en el globo aerostático que se encuentra amarrado entre las atracciones, con tan mala suerte que se desata uno de los tornados propios de las polvorientas llanuras de este estado. Vapuleado por las sacudidas del huracán, de repente se ve trasladado a un país exuberante e irreconocible que se despliega ante sus ojos.
Tras un accidentado aterrizaje, en seguida se convierte en el invitado especial de Theodora y Evanora, dos hermanas brujas que, en ausencia de un monarca, gobiernan sobre la maravillosa Ciudad Esmeralda. Creyéndole el salvador que llevan largo tiempo esperando, sus anfitrionas le ofrecen la corona (y, a la vez, las enormes riquezas de sus salones) si logra restablecer la paz en las tierras de Oz, desembarazándose para ello de una tercera bruja que amenaza a los habitantes del reino. El ilusionista tendrá que debatirse entonces entre aprovechar esta vía de escape de la mediocridad que ha tratado de rehuir durante toda su vida, simulando ser el gran mago que anuncian las profecías, o tratar de ayudar sinceramente a quienes ahora confían en él y en sus poderes.
En un homenaje al film de Fleming del 39, que incorporaba el Technicolor como un sistema novedoso por entonces, la actual película de Disney se basa fundamentalmente en su pletórico colorido y sus efectos visuales. Por supuesto, hay que guardar las distancias temporales que separan un enfoque del otro, pero de algún modo, aunque no sean comparables en este sentido, la asombrosa aplicación cromática destaca como el punto fuerte de ambas. De igual forma, tal como el antiguo largometraje empezaba siendo en blanco y negro durante las secuencias que tienen lugar en la árida Kansas, la producción de Sam Raimi (quien, por cierto, cambia radicalmente de estilo en este nuevo trabajo) recoge el testigo y adquiere también al principio esa misma agradable coloración bitono tan de época, para acto seguido pasar al color como golpe de efecto una vez su protagonista se adentra en el apabullante y frondoso Oz. Asimismo, a nivel artístico, se nota que la producción ha corrido a cargo del mismo equipo al mando de la también reciente adaptación de Alicia en el País de las Maravillas, con la que guarda no pocas similitudes, sobre todo por el grado de detalle de su escenografía. Todo ello redunda, esta vez, en un uso del 3D más provechoso de lo habitual (si bien, yo he preferido verla, como últimamente, en digital sin más).
Para dar vida a este resplandeciente mundo de fantasía, de cuya recreación animada no se puede pronunciar la menor pega, el director se ha hecho con un plantel de intérpretes que se centra en el propio Oz antes de asumir el rol del portentoso mago, y en las brujas del legendario paraje imaginario, habitado por diferentes pueblos y criaturejas de todo tipo. Como cabía esperar, se produce un duelo de bellezas entre las mujeres protagonistas: Rachel Weisz (Evanora), Mila Kunis (Theodora) y Michelle Williams (Glinda); del brazo del también guaperas James Franco en el papel del tramposo Diggs.
En cuanto a las brujas (con las que -coincideréis conmigo quienes hayáis leído el libro- no me salen las cuentas, pues había una por punto cardinal del mapa) no se puede decir que realicen el mejor papel de sus carreras cinematográficas, la verdad, pero tampoco hay actuaciones deshonrosas, aunque sí algo olvidables. Quizá la doble intervención de la bruja malvada es la que más me ha gustado. Y por la parte que toca a James Franco, nos encontramos con una participación decente pero algo sobreactuada, en especial por los excesivos ademanes y el cansino repertorio de gestos socarrones que ofrece durante toda la proyección (como este chico siga sonriendo de esa manera, le auguro unas prematuras y acusadas patas de gallo). Y ya que estamos en una Disney, no pueden faltar los secundarios ocurrentes, creados por animación; a destacar la muñeca de porcelana y el mono alado Finley. Ambos han sido dotados del extraordinario nivel de expresividad al que nos tiene acostumbrados la factoria, pero mientras la primera se salva por ciertos momentos conmovedores e ingeniosos, el mono de marras se merece un abucheo general debido a su fallida vena humorística.
La banda sonora (de Danny Elfman) no sobresale especialmente, aunque sigue bien el ritmo de la película. Debo decir que me ha sorprendido que apenas se incluyan canciones (casi la única cuando aparece el pueblo de los Munchkins, diría que también en un claro tributo al archiconocido tema de la versión del 39), tal vez porque tenía en el punto de mira que el film con Judy Garland era practicamente un musical. Aquí, al contrario de lo que esperaba, no están los característicos números musicales asociados a esta obra.
Pero bueno, vamos al quid de que la película no haya terminado de atraparme y me deje una crítica muy distinta de la que pensaba extraer de ella. Como ya habréis supuesto, el problema radica en la falta de un argumento sólido, incapaz de enganchar al espectador de principio a fin. El comienzo es prometedor, pero pronto la trama se vuelve muy artificial y esta laxitud se extiende durante la mayor parte de la cinta; que se hace larga y sólo recupera el ritmo bastante hacia el final, ya demasiado tarde para solventar un guión que gravita en torno al efectismo visual. Para ser sincero, con un mundo tan rico como el de las muchas historias escritas por L. Frank Baum y sus continuadores, creía que éste se vería dotado de mayor contenido.
Es una pena que no se haya sacado más partido a la intervención de las brujas, que constituyen uno de los imanes argumentales del film, a cuya historia personal le falta desarrollo y a las que bien podrían haber dedicado más tiempo a narrar sus orígenes, sustrayéndolo de otras partes del metraje, para atraer así un mayor interés del público. Lo que sí es un acierto, en mi opinión, es la manera de enlazar la conclusión de esta precuela con el inicio del cuento original, sobre todo en lo que respecta a la forma que adquiere a partir de entonces el timador de Oz de cara a sus súbditos de la Ciudad Esmeralda.
También puedo subrayar uno de los principales atractivos de esta producción cinematográfica en la inclusión de diversos y abundantes guiños a la narración literaria de la que procede, cosa que apreciarán sus lectores en gran medida. Ahí están ya el camino de baldosas amarillas y la propia Ciudad Esmeralda cuando Digss pone el pie en este mundo fantástico, sí, pero además se divisan el campo de amapolas letales, el delicado país de porcelana, e incluso la fugaz entrada del león cobarde y de unos hipotéticos antecesores del espantapájaros sin cerebro, así como los Munchkins, los monos alados y el resto de seres de Oz, entre otras referencias que Raimi ha tenido el buen juicio de respetar.
Recapitulando, salvo que os interese mucho presenciar el indiscutible espectáculo visual que se muestra, o que seais unos grandes admiradores de El Mago de Oz (me consta que hay gente muy apegada tanto a la obra de Frank Baum como a su variada mudanza a otros medios) podéis limitaros a esperar y verla en casa tranquilamente, sin temor a haber dejado pasar un estreno importante. Tal vez un buen baremo para decidir si verla o no es que os preguntéis hasta qué punto disfrutásteis de la Alicia en el Pais de las Maravillas de Tim Burton, con la que podrían establecerse varias comparaciones (incluyendo que ésta también pecaba de una reprochable insustancialidad del guión).
Es importante advertir que la historia deja cabos sueltos para una eventual continuación (que supongo dependerá de que la recaudación en taquilla recupere la enorme inversión inicial), pero entiendo que, en tal caso, tendrá que tratarse forzosamente ya de un remake del clásico, puesto que ni esta precuela encierra la chicha suficiente para dar más juego, ni hay mucho más que se pueda contar previamente a las peripecias de la propia Dorothy.
En el siguiente enlace, podéis leer la reseña que dediqué a El Mago de Oz (la novela) hace sólo unas semanas atrás, donde también se encuentra el trailer de esta película.
La última película del norteamericano Sam Raimi (trilogía Spiderman), que se incorpora a la poderosa maquinaria de Disney, no es un remake de aquella de 1939 dirigida por Victor Fleming para la Metro Goldwyn Mayer en los albores de la 2ª Guerra Mundial. Tampoco consiste en un nuevo intento de trasladar el libro a la pantalla, sino que se trata más bien de una precuela de la conocida aventura que la pequeña Dorothy y su perrito Totó (a quienes, lógicamente, ni se menciona aún) vivieron en el país de Oz. Aquí, en las dos horas de metraje, se nos cuenta cómo el propio mago de Oz -protagonista principal- se convirtió en el ser que ya personifica al comenzar la novela, y en el regente del reino al que otorga su nombre.
Antes de continuar, os detallo un poco más (sin peligro alguno de destripe) esta historia anterior al punto de partida de la obra literaria: Oscar Diggs es un apuesto tunante con aires de grandeza que se gana la vida como prestidigitador de fama incierta, realizando trucos para los lugareños en una feria ambulante de Kansas. A causa de su propensión a los devaneos amorosos y sus requiebros con las mujeres de otros feriantes, se ve obligado a huir precipitadamente en el globo aerostático que se encuentra amarrado entre las atracciones, con tan mala suerte que se desata uno de los tornados propios de las polvorientas llanuras de este estado. Vapuleado por las sacudidas del huracán, de repente se ve trasladado a un país exuberante e irreconocible que se despliega ante sus ojos.
Tras un accidentado aterrizaje, en seguida se convierte en el invitado especial de Theodora y Evanora, dos hermanas brujas que, en ausencia de un monarca, gobiernan sobre la maravillosa Ciudad Esmeralda. Creyéndole el salvador que llevan largo tiempo esperando, sus anfitrionas le ofrecen la corona (y, a la vez, las enormes riquezas de sus salones) si logra restablecer la paz en las tierras de Oz, desembarazándose para ello de una tercera bruja que amenaza a los habitantes del reino. El ilusionista tendrá que debatirse entonces entre aprovechar esta vía de escape de la mediocridad que ha tratado de rehuir durante toda su vida, simulando ser el gran mago que anuncian las profecías, o tratar de ayudar sinceramente a quienes ahora confían en él y en sus poderes.
En un homenaje al film de Fleming del 39, que incorporaba el Technicolor como un sistema novedoso por entonces, la actual película de Disney se basa fundamentalmente en su pletórico colorido y sus efectos visuales. Por supuesto, hay que guardar las distancias temporales que separan un enfoque del otro, pero de algún modo, aunque no sean comparables en este sentido, la asombrosa aplicación cromática destaca como el punto fuerte de ambas. De igual forma, tal como el antiguo largometraje empezaba siendo en blanco y negro durante las secuencias que tienen lugar en la árida Kansas, la producción de Sam Raimi (quien, por cierto, cambia radicalmente de estilo en este nuevo trabajo) recoge el testigo y adquiere también al principio esa misma agradable coloración bitono tan de época, para acto seguido pasar al color como golpe de efecto una vez su protagonista se adentra en el apabullante y frondoso Oz. Asimismo, a nivel artístico, se nota que la producción ha corrido a cargo del mismo equipo al mando de la también reciente adaptación de Alicia en el País de las Maravillas, con la que guarda no pocas similitudes, sobre todo por el grado de detalle de su escenografía. Todo ello redunda, esta vez, en un uso del 3D más provechoso de lo habitual (si bien, yo he preferido verla, como últimamente, en digital sin más).
Para dar vida a este resplandeciente mundo de fantasía, de cuya recreación animada no se puede pronunciar la menor pega, el director se ha hecho con un plantel de intérpretes que se centra en el propio Oz antes de asumir el rol del portentoso mago, y en las brujas del legendario paraje imaginario, habitado por diferentes pueblos y criaturejas de todo tipo. Como cabía esperar, se produce un duelo de bellezas entre las mujeres protagonistas: Rachel Weisz (Evanora), Mila Kunis (Theodora) y Michelle Williams (Glinda); del brazo del también guaperas James Franco en el papel del tramposo Diggs.
En cuanto a las brujas (con las que -coincideréis conmigo quienes hayáis leído el libro- no me salen las cuentas, pues había una por punto cardinal del mapa) no se puede decir que realicen el mejor papel de sus carreras cinematográficas, la verdad, pero tampoco hay actuaciones deshonrosas, aunque sí algo olvidables. Quizá la doble intervención de la bruja malvada es la que más me ha gustado. Y por la parte que toca a James Franco, nos encontramos con una participación decente pero algo sobreactuada, en especial por los excesivos ademanes y el cansino repertorio de gestos socarrones que ofrece durante toda la proyección (como este chico siga sonriendo de esa manera, le auguro unas prematuras y acusadas patas de gallo). Y ya que estamos en una Disney, no pueden faltar los secundarios ocurrentes, creados por animación; a destacar la muñeca de porcelana y el mono alado Finley. Ambos han sido dotados del extraordinario nivel de expresividad al que nos tiene acostumbrados la factoria, pero mientras la primera se salva por ciertos momentos conmovedores e ingeniosos, el mono de marras se merece un abucheo general debido a su fallida vena humorística.
La banda sonora (de Danny Elfman) no sobresale especialmente, aunque sigue bien el ritmo de la película. Debo decir que me ha sorprendido que apenas se incluyan canciones (casi la única cuando aparece el pueblo de los Munchkins, diría que también en un claro tributo al archiconocido tema de la versión del 39), tal vez porque tenía en el punto de mira que el film con Judy Garland era practicamente un musical. Aquí, al contrario de lo que esperaba, no están los característicos números musicales asociados a esta obra.
Pero bueno, vamos al quid de que la película no haya terminado de atraparme y me deje una crítica muy distinta de la que pensaba extraer de ella. Como ya habréis supuesto, el problema radica en la falta de un argumento sólido, incapaz de enganchar al espectador de principio a fin. El comienzo es prometedor, pero pronto la trama se vuelve muy artificial y esta laxitud se extiende durante la mayor parte de la cinta; que se hace larga y sólo recupera el ritmo bastante hacia el final, ya demasiado tarde para solventar un guión que gravita en torno al efectismo visual. Para ser sincero, con un mundo tan rico como el de las muchas historias escritas por L. Frank Baum y sus continuadores, creía que éste se vería dotado de mayor contenido.
Es una pena que no se haya sacado más partido a la intervención de las brujas, que constituyen uno de los imanes argumentales del film, a cuya historia personal le falta desarrollo y a las que bien podrían haber dedicado más tiempo a narrar sus orígenes, sustrayéndolo de otras partes del metraje, para atraer así un mayor interés del público. Lo que sí es un acierto, en mi opinión, es la manera de enlazar la conclusión de esta precuela con el inicio del cuento original, sobre todo en lo que respecta a la forma que adquiere a partir de entonces el timador de Oz de cara a sus súbditos de la Ciudad Esmeralda.
También puedo subrayar uno de los principales atractivos de esta producción cinematográfica en la inclusión de diversos y abundantes guiños a la narración literaria de la que procede, cosa que apreciarán sus lectores en gran medida. Ahí están ya el camino de baldosas amarillas y la propia Ciudad Esmeralda cuando Digss pone el pie en este mundo fantástico, sí, pero además se divisan el campo de amapolas letales, el delicado país de porcelana, e incluso la fugaz entrada del león cobarde y de unos hipotéticos antecesores del espantapájaros sin cerebro, así como los Munchkins, los monos alados y el resto de seres de Oz, entre otras referencias que Raimi ha tenido el buen juicio de respetar.
Recapitulando, salvo que os interese mucho presenciar el indiscutible espectáculo visual que se muestra, o que seais unos grandes admiradores de El Mago de Oz (me consta que hay gente muy apegada tanto a la obra de Frank Baum como a su variada mudanza a otros medios) podéis limitaros a esperar y verla en casa tranquilamente, sin temor a haber dejado pasar un estreno importante. Tal vez un buen baremo para decidir si verla o no es que os preguntéis hasta qué punto disfrutásteis de la Alicia en el Pais de las Maravillas de Tim Burton, con la que podrían establecerse varias comparaciones (incluyendo que ésta también pecaba de una reprochable insustancialidad del guión).
Es importante advertir que la historia deja cabos sueltos para una eventual continuación (que supongo dependerá de que la recaudación en taquilla recupere la enorme inversión inicial), pero entiendo que, en tal caso, tendrá que tratarse forzosamente ya de un remake del clásico, puesto que ni esta precuela encierra la chicha suficiente para dar más juego, ni hay mucho más que se pueda contar previamente a las peripecias de la propia Dorothy.
En el siguiente enlace, podéis leer la reseña que dediqué a El Mago de Oz (la novela) hace sólo unas semanas atrás, donde también se encuentra el trailer de esta película.
7 comentarios:
Maravillosa reseña, Jolan. Yo aún no la he visto. Creo que iré esta semana, aunque después de leer tu reseña estoy preparada para lo que me pueda encontrar... ;)
*** Feliz semana cargada de magia ***
Gracias, Fawn. Visualmente no se le pueden sacar peros, y en ese aspecto la vas a disfrutar; seguro. Más aún si te has leído El Mago de Oz. De la trama, eso sí, no esperes demasiado. En caso de que al final vayas a verla, ya me contarás...
Que tengas buena semana. ;)
Pues creo que iré a verla esta semana, aunque una vez leída tu crítica mejor no me espero mucho. Visualmente se ve bastante interesante, y el colorido parece apabullante, pero es lo de siempre: sin historia, no hay película, por muchos millones que te gastes en efectos especiales.
En fin, bajo las expectativas y a ver qué me encuentro...
Un saludo Jolan.
Hola Raistlin. No pierdes nada por verla, más aún contando que tienes fresca la versión clásica, por lo que recuerdo. Entretiene pero no llena y, en efecto, el colorido y la ambientación son intachables; a la altura de lo que supuso la del 39 para su tiempo. Estéticamente ya digo que es una peli muy bonita; pero es una lástima que no le hayan sacado mayor partido al guión.
Saludos!
A mí el tema de Oz nunca me llamó demasiado, hablando siempre desde las versiones cinematográficas. Leí Wicked y fue un tostón, lo cual no ayudó mucho.
Por lo que he visto en el trailer, parece que esta versión pueda hacerme cambiar de opinión, ya veremos...
A mí no me gustó la película. Me pareció cursi, ñoña, y muy muy infantil. Yo le pondría un 0. Los personajes apenas se desarrollan, o sea que son planos. Las partes humorísticas no son más que cuatro chorradas penosas que nisiquiera hacen gracia. Además, la visión que nos da de las mujeres es anticuada y negativa. Los decorados eran demasiado recargados y "brillantes", y a veces cansaba la vista.
Vamos, que yo creo, en mi opinión, que está mucho mejor la "Alicia" de Tim Burton, que es una verdadera historia fantástica y épica. Y cuyos actores tienen carisma, no como ese guaperas de "Todo a cien" que se hace llamar James Franco.
Hola Mr. Gibson.
Wicked es la versión de Embrujada, verdad? Mira, con esa serie/película yo tampoco he podido nunca; me resultan un personaje y una historia intragables del todo.
En este caso, no es necesario estar muy puesto en el tema de Oz para ver la peli, que puede pasar como una producción más de fantasía, aunque muy reguleras.
Hola Dana:
Pues entiendo tu disgusto para con la película, la verdad. Mi opinión sobre la misma no es tan extrema, pero es que en mi caso se salva bastante por los guiños a la novela y al film clásico de la Garland. Coincido que en el aspecto humorístico es un fiasco (el mono está bien hecho a nivel de realización artística, pero tiene muy poquita gracia, el pobre).
Saludos!
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