Pasada la resaca de las fiestas, llega la hora de hablar un poco —tal y como había prometido— de este maravilloso cuento que constituye una de las obras cumbre de la literatura fantástica de todos los tiempos. Algo que supongo no os extrañará, pues la red bulle estas semanas de críticas de opinión tanto de su reciente adaptación cinematográfica como de la novela que la ha inspirado. Así que vamos con la mía, empezando por el libro que ha dado origen al fenómeno.
El Hobbit fue la primera publicación (1937) de J. R. R. Tolkien que giraba en torno al universo de la Tierra Media, surgido de su creativa y visionaria imaginación. Apoyado en manuscritos incompletos basados en leyendas anglosajonas, mitos nórdicos y cuentos de hadas variados, pasó de no ser más que una fábula que leer a sus propios hijos por mero entretenimiento a convertirse en la exitosa precuela de la considerada por una amplia mayoría como la obra maestra del género: la trilogía El Señor de los Anillos.
De influencias, alegorías que suponen su simiente y fuentes originarias de El Hobbit trataré en su momento, pues de arrojar un haz de luz sobre estos aspectos ya se encarga la edición anotada y revisada que existe en el mercado desde hace unos años; una lectura que tengo en el punto de mira desde largo. Por el momento, he vuelto a tomar mi ajado ejemplar de bolsillo y, tras muchos años desde la última vez que lo abrí, me he vuelto a embarcar en esa odisea de una ida y una vuelta llevada a cabo por un hobbit, un puñado de enanos y un mago. Y releyéndolo me lo he vuelto a pasar como un enano (nunca mejor dicho; uno más de la compañía de Thorin y miembro ubicuo de la expedición), con la claridad que otorga el volver a disfrutar de esta historia en una edad más adulta, aunque no deje de tratarse de un relato esencialmente dirigido a un público infantil.
En un agujero en el suelo, vivía un hobbit (¿se podía empezar mejor una gesta como la que sigue?), al que un buen día una tropa formada por trece enanos, con Thorin Escudo de Roble, hijo de Thrain, a la cabeza, y un mago de capa gris y gorro puntiagudo sacuden de su plácida y hasta entonces acomodada vida, a base de pipas de tabaco y apetitosos desayunos de té y pasteles. Casi sin ser consciente de la situación, Bilbo Bolsón, de Bolsón Cerrado, se convierte en el saqueador oficial del grupo, para cruzar con sus compañeros más allá de las Montañas Nubladas a reclamar el reino perdido de Erebor, otrora uno de los feudos más prósperos del pueblo de los enanos, bajo la Montaña Solitaria, y el tesoro arrebatado largo tiempo atrás por el poderoso dragón Smaug el Terrible.
Ya tenemos todos los ingredientes sobre la mesa para hacer de esta narración una aventura épica en toda regla, en la que no faltan protagonistas audaces, portentosa magia, arriesgadas peripecias y abyectos enemigos, pero también aliados fieles y muestras de la camaradería más incondicional, a lo largo de un viaje que se prevee salpicado de riesgos y proezas memorables de toda clase.
—que en tamaño verdaderamente no abarca una lectura muy prolongada— que no se haye teñido por una prosa entusiasta y el más profundo sentido de la épica. Por algo el mismo autor nos decía: «parece extraño, pero las cosas que es bueno tener y los días que se pasan de un modo agradable se cuentan muy pronto, y no se les presta demasiada atencion; en cambio, las cosas que son incómodas, estremecedoras, y aun horribles, pueden hacer un buen relato, y además lleva tiempo contarlas». Y no podía estar más acertado Tolkien con esta aseveración. De las andanzas atravesando las Montañas Nubladas y la ciudad subterránea de los trasgos, o del trance en el que el grupo se ve acorralado por los temibles lobos wargos, o la situación in extremis de la camarilla ante las arañas del Bosque Negro y, cómo no, cuando llega la hora de vérselas con el propio Smaug, extraemos una percepción de la epopeya que serviría de ejemplo para los cientos de obras de fantasía surgidas a su sombra y a la de la trilogía posterior, durantes los tres cuartos de siglo que han transcurrido desde entonces y que justo ahora se conmemoran en esta época.
Pero no queda ahí la cosa, pues El Hobbit posee además un inusitado toque de humor que, aunque al principio puede chocar un poco al lector, en seguida se asimila como una peculiaridad intrínseca al relato. Incluso pasajes pretendidamente serios y que suponen un apuro para la cohorte de Thorin, veáse el encuentro con los trolls, la huída del reino élfico de los bosques o aun la misma tertulia en el agujero-hobbit con trazas de reunión solemne que inaugura la marcha, presentan un cariz cómico que se ve aderezado por algunas rimas y canciones que de cuando en cuando salpican los capítulos del libro. Y no digamos ya por lo que afecta a la comitiva que en teoría debe acechar a Smaug al llegar a su destino, viendo personajes como el bonachón y gordo Bombur o a la ingenuidad misma que el grupo al completo demuestra en no pocas situaciones (la relectura me ha revelado una cierta inutilidad mal disimulada de los enanos, a quienes el señor Bolsón debe sacar las castañas del fuego constantemente).
Y es que resulta innegable que en esta historia predomina un mayor aire de inocencia que el que más tarde nos encontraríamos en El Señor de los Anillos. Aunque no carente de épica, como apuntaba antes, sin duda El Hobbit refleja la intencionalidad del formato cuento tradicional con el que fue ideado, así como su carácter de doble lectura para niños y adultos (cosa no fácil de conseguir, por cierto, lo que viene a justificar la aparición de textos y reflexiones hasta de corte filosófico alrededor de su escritura). El caso es que quizás debido a su mayor grado de lectura amable, menos severa al menos que su continuación, son muchos quienes la prefieren antes que su grandilocuente sucesora.
Aludiendo a su condición precedente de la serie principal y obra magna de Tolkien, no es raro descubrir que bastantes términos (como determinadas referencias a La Comarca y a Eriador, por ejemplo) así como eventos fundamentales (en especial aquellos relacionados con el anillo de poder y la identidad del nigromante) no se habían definido por completo todavía; ideas que se han universalizado dentro de la saga, pero que realmente no se mencionan de forma expresa hasta más tarde. Esa es parte de la magia de esta pequeña novelita, cuya notoriedad en tiempos de su publicación dio pie a los sucesos que se narrarían años después. Para mí, la primera vez que leí El Hobbit y luego de continuar con la trilogía que sigue, fue una experiencia increible enfrentarme a una trama tan maravillosamente bien urdida a partir de acontecimientos que no pasaban de anecdóticos en la aventura de Bilbo: cómo hacer de un anillo, encontrado de la más casual de las maneras, el epicentro de una historia de la gravedad de El Señor de los Anillos. Por no hablar del papel que habría de jugar todavía ese pobre desgraciado de Gollum, y aun leves referencias que nos despiertan pensamientos nostálgicos: acerca de Balin, por ejemplo, cuando la Compañía del Anillo se introduzca en Moria, o incluso en la figura del enano Gimli, quien no es sino hijo de uno de los trece valientes de esta misión.
Aunque el profesor de Oxford llevara ya mucho redactado en sus escritos y cartas personales sobre multitud de elementos y detalles que configuran la saga cuando se dispuso a publicar este texto (décadas más tarde agrupados en ese fabuloso compendio felizmente sacado a la luz que es El Silmarillion), se distingue en seguida que en esta primera obra tan sólo perfila las bases de un mundo fértil en historias, razas y personajes que luego conoceríamos mucho más a fondo. Aquí, los elfos, por ejemplo, se nos antojan más alegres y humanos, menos ceñudos (basta recordar las chanzas y cánticos en Rivendel durante la estancia de los protagonistas en la última morada) y hasta los horrendos trasgos, que ya de por sí rezuman enorme vileza, no dejan de parecer un versión light de los futuros orcos o los aún más bestiales uruk-hai que estaban por llegar. Esto en parte es por el mencionado carácter, digamos, menos serio de El Hobbit frente a su secuela, sí; pero también sin duda porque muchos matices no se hallaban limados por completo a esas alturas.
No recordaba del todo la forma de narrar de Tolkien en esta aventura, como dirigiéndose en la distancia al lector contemporáneo, precisamente desde esa filosofía del cuento clásico que quiere transmitirnos una historia sucedida muchísimo tiempo atrás, en una época que ya se ha borrado de la memoria del mundo moderno. Así ocurre, mismamente, cuando nos habla de los propios hobbits, tal que si aún se refugiasen en los escondrijos de la campiña inglesa, evitando la presencia de las personas que hoy la pisan. Esta manera de expresarse también varía cuando pasamos a El Señor de los Anillos. Y entremezcladas con la historia, ese narrador —al que uno bien podría poner la voz de Galdalf— plantea gran cantidad de gozosas reflexiones. El lenguaje es sencillo, lógicamente, entendible por un público joven, pero compuesto de un sentido del lirismo e impregnado de una grandeza que sólo he visto en contados autores a lo largo de todos estos años de lecturas fantásticas.
Hablar de El Hobbit sin dedicarle unas líneas a quien personifica ese nombre sería imperdonable, pues se trata de uno de los seres más queridos que el género nos ha legado (¿alguien no ha oído acerca de Bilbo Bolsón, aun cuando nunca haya leído a Tolkien?). A colación de la primera película sobre el libro, hay quien piensa que existe un protagonismo compartido e indisociable de sus personajes principales. Bien, puede que el film provoque esa impresión, incluso que forme parte de sus intenciones, pero el protagonista indiscutible de la novela es Bilbo. ¡El noble y entrañable Bilbo, que con su extraordinaria suerte se vuelve una pieza clave no sólo de los acontecimientos que tienen lugar en esta historia, sino también de los que están por venir! La narración es, ante todo, una semblanza sobre el crecimiento personal del hobbit de la que nos hace partícipes. Tengo que decir que, entre Bilbo y Frodo, no sabría cuál elegir (en el celuloide probablemente a Bilbo; pero no adelantemos comentarios de la adaptación al cine). Los enanos desprenden todos una simpatía especial (si bien hay cierta recurrencia en el relato sobre algunos miembros de la compañía —Thorin, Fili, Kili, Balin— en detrimento de otros: y es que el grupo es grande). Con todo, tengo que reconocer mi especial predilección por Gandalf, mago entre los magos de la fantasía, que aparece y desaparece del modo más inesperado durante esta aventura, pero siempre está cuando hace falta.
Pero ese camino, como rezaba el título original de la novela, es el de una ida y una vuelta. Y el regreso está teñido de un resto de melancolía del que es inevitable contagiarse: «Mi querido Bilbo» -afirma Gandalf al fin del periplo- «algo te ocurre; no eres el hobbit que eras antes». Y en nosotros también algo ha cambiado un poco tras leer esta historia, echando la vista atrás a las escasas 300 páginas que la contienen. Pues, como Bilbo, que sufre la añoranza constante del hogar y cuyo mayor anhelo es volver a sentarse frente a la marmita caliente de su confortable agujero, lejos de dragones y tesoros bajo las montañas, sentimos un nudo de pesadumbre en el fondo del alma por la aventura que termina.
Qué más puedo decir... Recomendar esta obra está de más para cualquier amante de la literatura fantástica, y dudo que nadie que sienta un mínimo interés por el género se vea decepcionado por ella. Si aún no la habéis leído, sois afortunados de tener por delante la oportunidad de hacerlo. Y, por favor, no caigáis en el error de dar por sentado que con la película podéis dar por cumplida la experiencia, pues aunque se trate de una grandiosa y bella adaptación (de la que próximamente hablaremos), no llegará a cubrir la distancia que va a marcar vuestra propia imaginación en cuanto iniciéis el viaje.
Otras reseñas en Adalides sobre El Hobbit:
El Hobbit: Un viaje inesperado (la película)
El Hobbit (el cómic)
El Hobbit fue la primera publicación (1937) de J. R. R. Tolkien que giraba en torno al universo de la Tierra Media, surgido de su creativa y visionaria imaginación. Apoyado en manuscritos incompletos basados en leyendas anglosajonas, mitos nórdicos y cuentos de hadas variados, pasó de no ser más que una fábula que leer a sus propios hijos por mero entretenimiento a convertirse en la exitosa precuela de la considerada por una amplia mayoría como la obra maestra del género: la trilogía El Señor de los Anillos.
De influencias, alegorías que suponen su simiente y fuentes originarias de El Hobbit trataré en su momento, pues de arrojar un haz de luz sobre estos aspectos ya se encarga la edición anotada y revisada que existe en el mercado desde hace unos años; una lectura que tengo en el punto de mira desde largo. Por el momento, he vuelto a tomar mi ajado ejemplar de bolsillo y, tras muchos años desde la última vez que lo abrí, me he vuelto a embarcar en esa odisea de una ida y una vuelta llevada a cabo por un hobbit, un puñado de enanos y un mago. Y releyéndolo me lo he vuelto a pasar como un enano (nunca mejor dicho; uno más de la compañía de Thorin y miembro ubicuo de la expedición), con la claridad que otorga el volver a disfrutar de esta historia en una edad más adulta, aunque no deje de tratarse de un relato esencialmente dirigido a un público infantil.
Una tertulia inesperada se celebra en Bolsón Cerrado |
La Desolación de Smaug cae sobre Esgaroth ante el asombro de Bardo |
—que en tamaño verdaderamente no abarca una lectura muy prolongada— que no se haye teñido por una prosa entusiasta y el más profundo sentido de la épica. Por algo el mismo autor nos decía: «parece extraño, pero las cosas que es bueno tener y los días que se pasan de un modo agradable se cuentan muy pronto, y no se les presta demasiada atencion; en cambio, las cosas que son incómodas, estremecedoras, y aun horribles, pueden hacer un buen relato, y además lleva tiempo contarlas». Y no podía estar más acertado Tolkien con esta aseveración. De las andanzas atravesando las Montañas Nubladas y la ciudad subterránea de los trasgos, o del trance en el que el grupo se ve acorralado por los temibles lobos wargos, o la situación in extremis de la camarilla ante las arañas del Bosque Negro y, cómo no, cuando llega la hora de vérselas con el propio Smaug, extraemos una percepción de la epopeya que serviría de ejemplo para los cientos de obras de fantasía surgidas a su sombra y a la de la trilogía posterior, durantes los tres cuartos de siglo que han transcurrido desde entonces y que justo ahora se conmemoran en esta época.
Pero no queda ahí la cosa, pues El Hobbit posee además un inusitado toque de humor que, aunque al principio puede chocar un poco al lector, en seguida se asimila como una peculiaridad intrínseca al relato. Incluso pasajes pretendidamente serios y que suponen un apuro para la cohorte de Thorin, veáse el encuentro con los trolls, la huída del reino élfico de los bosques o aun la misma tertulia en el agujero-hobbit con trazas de reunión solemne que inaugura la marcha, presentan un cariz cómico que se ve aderezado por algunas rimas y canciones que de cuando en cuando salpican los capítulos del libro. Y no digamos ya por lo que afecta a la comitiva que en teoría debe acechar a Smaug al llegar a su destino, viendo personajes como el bonachón y gordo Bombur o a la ingenuidad misma que el grupo al completo demuestra en no pocas situaciones (la relectura me ha revelado una cierta inutilidad mal disimulada de los enanos, a quienes el señor Bolsón debe sacar las castañas del fuego constantemente).
Atravesando el Bosque Negro. ¡No abandonéis el sendero, insensatos! |
Aludiendo a su condición precedente de la serie principal y obra magna de Tolkien, no es raro descubrir que bastantes términos (como determinadas referencias a La Comarca y a Eriador, por ejemplo) así como eventos fundamentales (en especial aquellos relacionados con el anillo de poder y la identidad del nigromante) no se habían definido por completo todavía; ideas que se han universalizado dentro de la saga, pero que realmente no se mencionan de forma expresa hasta más tarde. Esa es parte de la magia de esta pequeña novelita, cuya notoriedad en tiempos de su publicación dio pie a los sucesos que se narrarían años después. Para mí, la primera vez que leí El Hobbit y luego de continuar con la trilogía que sigue, fue una experiencia increible enfrentarme a una trama tan maravillosamente bien urdida a partir de acontecimientos que no pasaban de anecdóticos en la aventura de Bilbo: cómo hacer de un anillo, encontrado de la más casual de las maneras, el epicentro de una historia de la gravedad de El Señor de los Anillos. Por no hablar del papel que habría de jugar todavía ese pobre desgraciado de Gollum, y aun leves referencias que nos despiertan pensamientos nostálgicos: acerca de Balin, por ejemplo, cuando la Compañía del Anillo se introduzca en Moria, o incluso en la figura del enano Gimli, quien no es sino hijo de uno de los trece valientes de esta misión.
Acertijos en las tinieblas con Gollum, bajo la ciudad de los trasgos |
No recordaba del todo la forma de narrar de Tolkien en esta aventura, como dirigiéndose en la distancia al lector contemporáneo, precisamente desde esa filosofía del cuento clásico que quiere transmitirnos una historia sucedida muchísimo tiempo atrás, en una época que ya se ha borrado de la memoria del mundo moderno. Así ocurre, mismamente, cuando nos habla de los propios hobbits, tal que si aún se refugiasen en los escondrijos de la campiña inglesa, evitando la presencia de las personas que hoy la pisan. Esta manera de expresarse también varía cuando pasamos a El Señor de los Anillos. Y entremezcladas con la historia, ese narrador —al que uno bien podría poner la voz de Galdalf— plantea gran cantidad de gozosas reflexiones. El lenguaje es sencillo, lógicamente, entendible por un público joven, pero compuesto de un sentido del lirismo e impregnado de una grandeza que sólo he visto en contados autores a lo largo de todos estos años de lecturas fantásticas.
La Batalla de los Cinco Ejércitos; culminación del viaje |
Pero ese camino, como rezaba el título original de la novela, es el de una ida y una vuelta. Y el regreso está teñido de un resto de melancolía del que es inevitable contagiarse: «Mi querido Bilbo» -afirma Gandalf al fin del periplo- «algo te ocurre; no eres el hobbit que eras antes». Y en nosotros también algo ha cambiado un poco tras leer esta historia, echando la vista atrás a las escasas 300 páginas que la contienen. Pues, como Bilbo, que sufre la añoranza constante del hogar y cuyo mayor anhelo es volver a sentarse frente a la marmita caliente de su confortable agujero, lejos de dragones y tesoros bajo las montañas, sentimos un nudo de pesadumbre en el fondo del alma por la aventura que termina.
Qué más puedo decir... Recomendar esta obra está de más para cualquier amante de la literatura fantástica, y dudo que nadie que sienta un mínimo interés por el género se vea decepcionado por ella. Si aún no la habéis leído, sois afortunados de tener por delante la oportunidad de hacerlo. Y, por favor, no caigáis en el error de dar por sentado que con la película podéis dar por cumplida la experiencia, pues aunque se trate de una grandiosa y bella adaptación (de la que próximamente hablaremos), no llegará a cubrir la distancia que va a marcar vuestra propia imaginación en cuanto iniciéis el viaje.
Otras reseñas en Adalides sobre El Hobbit:
El Hobbit: Un viaje inesperado (la película)
El Hobbit (el cómic)
12 comentarios:
Absolutamente de acuerdo en todo: no añadiría ni una coma. Magnifica anotación. Salu2
Que pedazo reseña de "El Hobbit". La anoto en favoritos, por que es simplemente perfecta *o*
¡Ains, como me gusta este libro!
Saludos
Gracias, David. La verdad es que es una novela de la que no se pueden dejar de decir cosas buenas, en mi humilde opinión.
Hola Eilonwy. También El Hobbit es uno de mis libros de cabecera! :) Muchísimas gracias por el enlace desde tu página.
Saludos.
Creo que es, sin duda, la mejor reseña que he leído sobre El Hobbit. Enhorabuena, Jolan.
Por mi parte comentar que la primera vez que leí El Hobbit tendría once o doce años y fué algo increíble. Pasados muchos años y tras varias relecturas sigue pareciéndome una narración maravillosa. Manteniéndose, como siempre me ha parecido, por encima de ESDLA.
¡Un saludo!
Impresionanate análisis, Jolan. Como ya te han dicho, ni falta ni sobra una coma.
Personalmente he de decir que le tengo un cariño muy especial a este libro. Lo leí con once o doce años y me enseñó algo importantísimo: que se podía disfrutar leyendo.
Para mí hubo un antes y un después. Me transformó como persona y me aficionó irremediablemente a la lectura.
Y por cierto, di palmas con las orejas al enterarme, poco tiempo después, de que el libro continuaba en una trilogía llamada "El Señor de los Anillos"...
Magnífica reseña Jolan :-)
Estoy totalmente de acuerdo en todo contigo. Para mi fue el libro que lo empezó todo, y no hablo únicamente de la saga de la Tierra Media, sino ya en un plano personal. Las horas de diversión que he pasado en los últimos 13 años relacionadas con el género fantástico no se pueden resumir fácilmente, y todo comenzó leyendo las aventuras de Bilbo Bolsón.
Un saludo!
Qué reseña tan maravillosa, Jolan!!
Mi más sincera enhorabuena ;)
No tardaré en leer la novela que seguramente me encantará ^__^
Buen fin de semana!!
alcorze y Txema:
Pues casualmente yo también tendría más o menos esa edad (12 años, si mal no recuerdo) cuando leí El Hobbit (y ESDLA) por primera vez, gracias a las ediciones de Círculo de Lectores que había conseguido mi hermano. A ambos nos fliparon y marcaron un punto de inflexión en nuestras lecturas desde entonces.
Raistlin:
Tolkien y la Dragonlance fueron los fenómenos que supusieron mi bautismo en el terreno de la fantasía, hace ya un par de décadas, ahí es nada! Y a partir de ese momento, con periodos de más o menos implicación en el género, se puede decir que he seguido en la brecha... :)
Fawn:
Te encantará, dalo por hecho! Te animo a que no hagas esperar mucho su lectura porque la vas a disfrutar a tope.
Saludos a tod@s.
El hobbitt, Dragonlance... unas partidas (así llamaba las lecturas de libro-juegos) a lobo solitario. Eso si eran maneras de pasar las calurosas tardes de verano y no con tanta nintendo como hacen los críos de ahora.
Saludos. Espero que hayas empezado el 2013 felizmente.
Feliz año, lasthome!
Aah, lecturas fantásticas y librojuegos... ¡ya lo creo que eso era buena manera de pasar las tardes! :)
Llego un poco tarde pero no lo bastante para refrendar todo lo que has contado sobre el libro, y muy bien contado por cierto.
Y esos objetos que atesoras, una chulada.
Muy buena, Jolan, no la había leído hasta ahora y es curioso que coincidamos en nuestras reseñas en señalar varias cuestiones concretas (por no hablar de la cita, jeje). Ya leeré la de la peli.
Nos leemos.
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